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miércoles, 17 de septiembre de 2025

Una semana con Marino (3)


El cuarto de baño, decorado con azulejos rosa hasta la mitad superior en altura, incluía a la izquierda la típica bañera de obra en tamaño colosal, y una cortina de plástico la recorría a lo largo de una barra acodada. Un bidé al fondo, bajo las toallas. Frente a la bañera, un espejo y un lavabo amplio.

Desconectarse los ganchos que la ropa solía clavarle era ya un placer en sí mismo. Pasó dentro y abrió el grifo. Cuando el agua estaba ya bien caliente, la dejó caer por su cabeza mirando hacia arriba con los ojos cerrados. Como bautizo, como la bendición que supone disponer de grifo y agua caliente al girarlo. Sintió cómo su cuerpo iba relajándose y empezaba a estar en sintonía con la vida. Deslizó el gel por todos los rincones, y sus hormonas adolescentes le jugaron un desafío que no estaba dispuesto a aceptar. Lo dejó estar mientras terminaba de asearse. Abrió la cortina, cogió la áspera toalla y secó por encima.

Se vio en el espejo las caderas más anchas que la cintura y recordó aquel libro que describía los tipos de cuerpos existentes en la especie humana.

Al padre de Marino le encantaban los libros. Para coleccionar, ponerlos en estanterías y poder decirse a sí mismo —pues a nadie le interesaba—: aquí está la colección de Los Episodios Nacionales y allá la colección en fascículos de la Guerra Civil del ABC Doble Diario, que nunca gozó el privilegio de ser encuadernada. Le encantaba coleccionar por minicompra semanal. Una de las favoritas de Marino era la de vinilos de música clásica de RTVE.

Si bien el chaval tuvo durante años la extraña costumbre de repasar los títulos y autores escritos en aquellos lomos como quien pasa revista a un batallón, ojeó muchos buscando imágenes y leyó algunos. Encontró en concreto uno de feas ilustraciones que describía cuerpos con carácter científico.

Como estaba solo en casa, se puso las zapatillas y fue a en su busca. Sabía con exactitud el lugar que ocupaba y, sobre todo, los libros con imágenes. Aquello de caminar sin ropa se le hizo una sensación agradable, de no ser por la incómoda presión que limitaba la completa extensión de su título de hombre, como decía el obsceno papá. Qué angustia ignorar al cuerpo.

Volvió al espejo y su figura, según aquellos dibujos, sería una de estas:

  • Leptosomático o asténico
  • Atlético o epileptoide
  • Pícnico o ciclotímico
  • Displásticos

Asténico. Tengo forma de asténico. Es horrible de feo. Vaya asco. A ver qué pone. 

Estas personas tienen un cuerpo delgado de hombros, son altos, con un tórax estrecho, cara y nariz alargadas y cráneo abombado. Tienen una personalidad introvertida, con dificultades de adaptación. Son individuos sentimentales, especulativos, con interés por el arte.

Tienen un temperamento esquizotímico, y su carácter oscila entre la hipersensibilidad y la frialdad. Estas personas son más propensas a sufrir un trastorno mental grave llamado esquizofrenia.

Cerró el libro y lo tiró al suelo. Se puso de perfil y su nariz no le pareció alargada. Algo alargado le reclamaba aún atención pero no su nariz. De frente de nuevo.

—Asténico. Si mi padre es un neurasténico, normal que yo sea asténico. Además de chalado, la vida me coloca dentro de un cuerpo de persona con tormentos. Los demás lo reconocerán y dirán: “Mira, ese chaval es un esquizofrénico. Pues no es rarito ni nada. Todo el mundo lo sabe”.

Dejó todo tirado en el cuarto de baño: gel, ropa, toalla, libro ... Se difuminó la ilusión por desmontar el video-2000 bajo tal desánimo que desinfló también el deseo en su cuerpo.

Se recogió en su habitación compartida. Su cama plegable, extendida y desecha, al lado de la puerta. Un poco más allá y junto al ventanal, la de su hermano. Bajó la persiana hasta los topes y, a pesar del calor, cerró la ventana con tal de acallar los sonidos nocturnos en lo posible, por leves que fuesen.

Hizo la cama considerando para otro día hacerla como su abuela recomendó: a primera hora, ventilando bien y recogiéndola. Su hermano nunca lo hacía, y muchas veces era él quien se encargaba. Así encontró en varias ocasiones que sus sábanas tenían manchas medio transparentes, casi almidonadas, como las cortinas por la parte de abajo, sin ser capaz de leer el motivo durante mucho tiempo.


Después se sentó con la almohada por respaldo y encendió la luz de lectura de su cubículo. Le agradaba la sensación de estar en el hueco donde se guardaba la cama plegable como un perro en su caseta, conocer los límites. Los peligros solo podían venir del único espacio abierto conocido. Se puso un cojín donde apoyar el primer tomo de Famosas novelas de Bruguera, que le regalaron por Navidad años atrás. Le encantaba eso de comprender las novelas a través de aquellas 3.900 ilustraciones. Repitió extasiado:

—3.900 ilustraciones a todo color, pedazo de asténico maníaco, te vas a enterar. Verne, tú también te inventaste cosas y gustaron a todo el mundo. ¿Puedo subir al submarino?


Se vio jugando con el submarino de Montaplex. El de Nemo era más pequeño y antiguo que el suyo. Surcaba los mares de sus memorias con tal fidelidad que a buen seguro podrían haber coincidido si los océanos no fuesen inabarcables y las coordenadas de la isla Lincoln le hubieran sido reveladas.

Las hojas se soltaban de tanto uso, pero las colocaba en su sitio con delicadeza, tratando de hacer coincidir cada resto de pegamento sobrante con el faltante.

Quería identificarse con el Capitán Nemo, pero ...

... no se describe como “raro”, sino como un personaje complejo y fascinante, un príncipe indio de la India (el príncipe Dakkar) que odia profundamente a los ingleses por las injusticias cometidas contra su pueblo y su familia, y que vive en exilio autoimpuesto en el fondo del mar con su submarino, el Nautilus.

Su comportamiento y sus motivaciones son el resultado de una vida de opresión y pérdida, lo que lo convierte en un personaje trágico y rebelde, más que en alguien simplemente “raro”.

—Tú también eres un raro, don Nemo.—Apagó la luz, dejó el libro en el suelo, se tapó con la sábana y empezó su rutina de dormir, pero no encontró pensamientos de bondad, de salva mundos, de poderes mágicos o telequinésicos, sino espacios vacíos envueltos en silencios, ausencias y soledades.

Boca arriba, con los ojos abiertos en medio de la negrura nocturna de su habitación, una vez más lloró por su insalvable locura y, como estaba solo, lloró con más ganas que nunca contra aquella pobre almohada.

Exhausto y mareado por no haber cenado, sin tan siquiera ser consciente de ello, se durmió entre el amargo y salado de sus lágrimas. Con el peor de los castigos: su propia condena.

Resulta curioso, pues, que sus sueños no recorrieran infiernos de sufrimiento, que no tuviera la necesidad de huir perseguido por monstruos repugnantes, sino que algo mucho más hermoso le fue revelado.

Conocía el cuerpo femenino a través de las múltiples revistas Penthouse que su padre escondía en un archivador metálico bajo llave, disimuladas bajo facturas y al fondo del fondo. Un archivador que no suponía reto alguno para Marino careciendo de su llave.

Marino nadaba soñándose bajo el agua, tras una mujer al natural que también nadaba despreocupada con impulsos sinuosos de sus piernas, sirena, el summum de la belleza, de la proporción y la juventud. De pronto despertó con dolor y abundante placer. Iba a eyacular en la cama por primera vez, pero consiguió cerrar el flujo y salió como pudo, corriendo hacia el baño entre espasmos que le doblaban las piernas.

Nunca más volvería a sucederle porque su cuerpo aprendió y despertaría con suficiente antelación para evitarlo. Tanto fue así que pronto comenzaría a tener despertares nocturnos con temblores, con una ansiedad como de muerte inminente que su médico de cabecera remediaría después con medicación. 

Así comprendió el origen almidonado de sábanas y cortinas y reconoció aquellos extraños ruidos que producía su hermano y que temía tanto que parecía jadear encima de él, ya aterrorizado de por sí, sin motivo aparente, preso de sus obsesiones y unos recuerdos que ocultaría casi toda la vida.

Por suerte para nuestro chico el día siguiente sería más grato, más humano, menos raro. Todo bueno o ... casi todo, según se mire.

 “En estos momentos, nos encontramos en la misma bahía de Vigo y sólo de usted depende el descubrir los misterios que en ella se encierran” Profesor Aronnax

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