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lunes, 29 de diciembre de 2008

Es importante ...











La educación debe comenzar y continuar en casa. Si los padres dejamos sin hacer nuestra parte, la más importante, poco o nada se podrá hacer en la escuela.

ODIO - REVOLVER


Odio la ensalada de verano y las luces amarillas que alumbran el extrarradio.
No soporto las tulipas de las lámparas que anidan en las mesitas de noche cada cuarto.
Odio las neveras donde nunca hay nada aparte agua del grifo en botellas de cocacola.
No soporto a la gentuza que tiene perro en invierno y en verano va a la calle porque sobra.

Odio a los violentos que golpean encubiertos por la ley a sus familias en sus casas.
No soporto los mosquitos ni las ratas y el olor a sucio del que no se lava.
Odio al que se juega sin escrúpulo ninguno su sueldo en una máquina de bar.
No soporto a los que acuden los domingos a la iglesia y luego el lunes son peor que Satanás.

No me gustan las cadenas ni los lazos. No me gustan las fronteras ni visados.
No me gustan los anzuelos ni las balas, ni la ley sin la justicia en el que manda.
Qué le voy a hacer si con razón o sin razón,
aunque tú me des la vuelta tengo el mismo corazón .
Qué le voy a hacer si con razón o sin razón,
y aunque tú me des la vuelta, tengo el mismo corazón.

No soporto a los que dicen la letra con sangre entra,
con la sangre yo no pienso negociar.
Odio a los torturadores pistoleros y asesinos les deseo cien años de soledad
No soporto a los que hablan siempre a gritos por el móvil nada más aterrizar el avión.
Odio a los gallitos de gimnasio porque siempre desprecian mi sudor.

No me gusta que me obliguen sin brindarme explicaciones de porqué si o porqué no.
No me gusta ni que humillen a los toros ni la caza con hurón...
Qué le voy a hacer si con razón o sin razón,
aunque tú me des la vuelta tengo el mismo corazón.
Qué le voy a hacer si con razón o sin razón,
y aunque tú me des la vuelta, tengo el mismo corazón.

No soporto a los ases del volante que a volar a dos cuarenta
le llaman su factor riesgo.
Me parecen reprimidos y egoístas porque exponen mi pellejo, TU pellejo.
No soporto a los perros de la guerra porque se corren disparando su cañón.
Odio a los discjockeys asesinos porque siempre me joden la canción.

No me gustan las cadenas ni los lazos.
No me gustan las fronteras y visados.
No me gustan los anzuelos ni las balas, ni la ley sin la justicia en el que manda.

Qué le voy a hacer si con razón o sin razón,
aunque tú me des la vuelta tengo el mismo corazón.
Qué le voy a hacer si con razón o sin razón,
y aunque tú me des la vuelta, tengo el mismo corazón.

sábado, 6 de diciembre de 2008

La humanidad y Dios



Lo mismo me da quién fue el primero en pasar por la línea de meta, si fueron los mayas, si los seguidores de Buda o los extraordinarios egipcios. Me da lo mismo quién inventó primero a Dios.

Infinidad de barbaridades en nombre de un dios que nadie conoce para salvar nuestras almas, que son eternas al parecer. Desde la nada al infinito (y más allá), así de sencillo y duradero porque así lo escribieron unos hombres mucho más civilizados y sabios que las gentes de hoy, cuando el sacrificio humano era habitual y la carne a la brasa -humana- también. Desde que adquirimos un poco de inteligencia y la capacidad de manipular, fabricamos deidades con poder sobre el espíritu, y por si eso no era suficiente, con castigos que ejecutarían los sicarios de la tremenda invención.

Mientras los seres humanos se acribillan a balazos, se atraviesan con puñales y aplastan a puñetazos, se desintegran con bombas antiecológicas que "nada más" destruyen todo lo vivo y salvaguardan lo muerto, las piedras y los edificios, mientras padres creyentes o ateos, tíos y/o amigos abusan de sus hijos, sexual, física o psicológicamente, o lo ignoran por impura ignorancia o desdén y en ocasiones hasta consienten sus madres, cuando estas no son maltratadas además, la religión nos dice cómo, en nombre de dios, debemos comportarnos. Dioses que crearon la tierra, que nos dieron lo que somos, aunque esté demostrado que nuestro origen no es tal. Dioses que con semejante poder, nos permiten todo tipo de excesos y egoísmos, de lujos innecesarios construidos sobre la destrucción, el hambre y la enfermedad en nombre del libre albedrío, otro don de su bondad divina.

He encontrado esta estupenda fotografía de Mónica Rodríguez. Tiene también este mismo encuadre en una foto similar, con otra chica y dentro de la habitación, pero me quedo con esta. Prefiero que los niños del futuro puedan mirar estas cosas desde fuera, con una sonrisa y un libro de matemáticas, porque no dudarán en ayudar a otras personas, no tendrán miedo de ser castigados por un dios o miedo a contaminar sus almas con los hechos cotidianos.

Ser educado con miedo al pecado, al comportamiento inapropiado, temerosos del futuro de nuestras almas por siempre jamás en el otro mundo (cuánto tiempo), o ser educado con respeto y amor por los demás seres humanos. No es malo creer en un dios, dicen algunos religiosos, no hace daño, beneficia a la persona, hace que sea mejor, más buena. Pero la idea de base no es la correcta. No es por un dios, da lo mismo cual sea el nombre que le pongamos, es por nosotros mismos por lo que tenemos que aprender a comportarnos.



Reconozco cierta belleza en esta escena de "Un violinista en el tejado" (Fiddler on the roof). Me encanta esta película de mentalidades añejas de otra época. Será como dice mi esposa, que de tan antiguo que soy, voy a llegar a Adán y Eva. La esposa de Tevie, ese lechero que sueña si yo fuera rico, quiere casar a su hija mayor, Tzeitel, con el próspero carnicero del pueblo, que se ha fijado en ella con ojos golositos, a pesar de ser mucho mayor que ella, puesto que murió su esposa. Pero Tzeitel desea casarse con el aún pobre sastre, a quien conoce desde pequeña. Ha invitado también a un recién llegado al pueblo, a un extraño que comienza a gustar a la hija siguiente. Esto sucede poco antes de la noche del Sabbath, en que se reunen en la mesa a cenar, rogando al Señor por su familia.

Quién me puede decir si todos esos sentimiento de amor y deseos bondadosos, no deberían ser los que nos unieran con el resto de seres humanos, apartando con fuerza el motivo divino, alejando de verdad su sombra "que todo lo ve" y apostando por una educación más práctica sobre los valores humanos.




sábado, 15 de noviembre de 2008

Que no se sepa



Que nadie sepa nada aunque estés roto por dentro porque a nadie le interesas nada para nada y menos el dolor que clavado mana del fondo de tus entrañas.

A nadie le digas nada sobre tu vida secreta, sobre tu ausencia callada ni de tu muerte tan anunciada.

Que nadie sepa nada, por que nadie sabe nada de cuánto te interesa y amas la verdad.

Y silencia siempre tu llanto. Que parezca infantil como tantos. Que se ahogue en la almohada negra de la noche hostil y se pierda en la alborada sangrienta de cada día: otro día reiterado.

Que nadie sepa de tu hermano. De lo que sucedió bajo la sábana sucia que escondió su mano. De la madre ciega que te vio sudando mientras tu joven cuerpo era robado: cuando la culpa no era un sentido y sentir ni siquiera era pecado.

Y aunque tu madre abra los ojos y vea, que no sepa nada del hijo que fue cambiando de vivo a inanimado. De sonriente a ensimismado, de tranquilo a violento, desde lo normal a lo raro.
Siempre raro y receloso, complicado, el hijo que nació viendo a los demás con sus ojos cerrados.
La hija que murió siendo sobre todo un estorbo de huesos por hambre antiguo y atrasado.
Una hija que comía entre ciegos: unos ciegos llenos de manos.

Que nadie escuche lo que oíste demasiado cerca. Tan cerca que tus oídos se abrasaron porque nadie quiere oírte con la verdad personal, tan sincera y directa.
Porque nadie podrá creer el remoto sueño de la persona mínima que fuiste ni querrán cambiar un padre devoto por esa alimaña de la pesadilla que viviste.

Que nadie sepa nada de porqué en tu sangre corren diablos que destruyen y acarician tu mente.
Es que no puedes contarles de sus terribles aullidos y dientes ensartados en llagas mientras sus cuchillos en sierra lamen tu piel oxidados. Desde tu sien fluye el dolor en silencio hasta unos dedos temblorosos y ofuscados.

¿Cómo vas a explicarles que te asustan las gentes, que te asquean los baños, que te den la mano
o te cojan del brazo, que odias un color o un olor y no soportas ese sabor o que toquen tu ropa
o esa fibra secreta y sensible del corazón de tus heridas?

Que nadie sepa nada aunque estés roto por dentro porque a nadie le interesas nada para nada y menos el dolor que clavado mana del fondo de tus entrañas.









Don't let it show - Alan Parsons Project (I Robot)



Si se está haciendo difícil afrontar cada día,

.............................If it's getting harder to face every day,

no lo demuestres, no lo demuestres.

.............................Don't let it show, don't let it show.

Aunque sea duro aceptar lo que dicen,

.............................Though it's getting harder to take what they say,

déjalo pasar, déjalo pasar...

.............................Just let it go, just let it go...

Y si te duele cuando dicen mi nombre

.............................And if it hurts when they mention my name,

dí que no me conoces...

.............................Say you don't know me...

Y si te ayuda cuando dicen que tengo la culpa

.............................And if it helps when they say I'm to blame,

dí que no te pertenezco

.............................Say you don't own me...

Incluso si es la salida más fácil

.............................Even if it's taking the easy way out,

guárdalo dentro de tí.

.............................Keep it inside of you.

No te rindas

.............................Don't give in.

No les digas nada.

.............................Don't tell them anything.

No dejes que,

.............................Don't let it,

No dejes que se sepa.

.............................Don't let it show.

Incluso aunque sepas que es incorrecto decirlo,

.............................Even though you know it's the wrong thing to say,

di que no te importa, di que no te importa.

.............................Say you don't care, say you don't care.

Incluso si quieres creer que hay una solución,

.............................Even if you want to believe there's a way,

No estaré allí... No estaré allí...

.............................I won't be there...I won't be there...

Pero si sonries cuando dicen mi nombre,

.............................But if you smile when they mention my name,

Nunca te conocerán

.............................They'll never know you.

Y si te ries cuando dicen que tengo la culpa,

.............................And if you laugh when they say I'm to blame,

Nunca les pertenecerás

.............................They'll never own you.

Incluso si sientes que no tienes nada que esconder,

.............................Even if you feel you've got nothing to hide,

guardalo dentro de tí.

.............................Keep it inside of you.

No te rindas

.............................Don't give in,

No les digas nada.

.............................Don't tell them anything.

No dejes que,

.............................Don't let it-

no dejes que se sepa.

.............................Don't let it show.

viernes, 31 de octubre de 2008

Tierra muerta


Imagen encontrada en "El perro morao"
Mi tierra está seca, muerta.

Solo ve luz en las sombras del viento.
Es mi terreno reseco de olvido,
inhóspito de caminos, de faros ciego,
sin vecinos ni cercados, añorante de patria,
de perfil inexistente, secreto y quedo.

Mi tierra seca y huérfana de amor,
mi tierra huérfana y seca de dolor
¡Cómo pude yo renunciar a tu cuidado!
¡Cómo pude apartarte de mi!
¡Cómo te extravié!

Si fuiste mi primer sentido,
consintiendo en abrir tus carnes,
por allanar su camino
al "amor" fraterno
de venenosa piel y lengua de acero,
de áspero olor a fango y estiércol,
como su pozo negro
de inmundicia en celo.

Si yo solo te manché por entero,
yo te infecté de ponzoña,
te hundí yo en aquel cieno
y ya muerto fui yo
quien descubrió tu vello tierno,
aún crudo,
aún tembloroso de miedo.

¡Cómo pude dejarte sola, tierra mía!
¡Cómo!
¡Si hasta sordo escuchaba tus palabras!

En mi tierra helada solo asoma
el rojo intenso 
de estériles surcos en el vacío
como restos ajados
de impávido sufrimiento,
como tenues bosquejos 
de un plan muy antiguo.

Llanura mía, crepitante nube de polvo,
entre tus negros postes calcinados y torcidos
labraré nuevos cauces 
como heridas de hirviente lava 
sobre la palidez mortal
de tu tristeza callada.

Cultivaré el profundo dolor
de tus huellas con mi sangre, 
con caricias delicadas y mimo,
con las infinitas gotas, 
infantiles y dulces
que deposité para ti en el embalse afligido
de las noches rotas y solitarias
en memoria de aquellos días,
cuando aún estaba vivo.



jueves, 10 de julio de 2008

Hasivi (Capítulo 1)


Hace unos días, mis padres salieron de viaje y me encargaron el cuidado de sus plantas, carentes de salud. Cuando entré en mi antigua casa, todo era silencio y el pasillo recibió la visita mostrando su rechazo habitual con una escasa claridad. Tomé la regadera pensando las veces que mi padre confundió su nombre con el mío y guardé en un bolsillo la idea de crear arte moderno fundiéndola con la pantalla de plasma. En la cocina, los aromas inconfundibles del ayer, tan ayer que estaban rancios, me disuadieron de huronear en los armarios en busca de algo para picar. Me centré en la tarea, dejé marchar el agua con óxido por el desagüe y llené la regadera, mientras disfrutaba de ese tufillo a cañerías que algunas casas antiguas destilan con los años. Siempre que me toca este trabajito, que es siempre, procuro tardar el mínimo tiempo necesario. Me dirigí al salón, donde una de las cuatro plantas -que por ser tan pocas deberían tener nombre propio- esperaba ansiosa su ración. La casa entera, como siempre abarrotada de cosas, mostraba orgullosa un micrófono junto a una foto, como si la gente del retrato tuviera algo rimbombante que decir. Tampoco era extraño encontrar su negativo en el cajón de abajo, junto a una pila gastada. O un mando a distancia muerto, debajo de un frasco de ambientador cerrado y también gastado. Todo ello estaba pulverizado superficialmente, con la más fina capa de polvo añejo. Era y es, una de esas casas donde colocar algo en su sitio, la basura, supondría un acto tildado de genocida, y con grave riesgo para la integridad del autor.

Una vez terminé mi obra de caridad con los escasos tiestos que encontré, me dispuse a salir de la casa de sueño y pesadilla, soledad y llanto. Pero en una columna del salón, una fotografía de mi infancia, me dio el alto. Me vi allí, como el niño de corta edad y sonrisa inocente que fui. Sobre mi cabeza estaban las de mis hermanos mayores con gestos que iban desde lo tímido a lo autosuficiente, pasando por lo travieso.

Entonces se me ocurrió mirar otras fotos para buscarme en ellas. Para encontrarme y ver mi cara de niño con ojos nuevos, ya que aunque nunca me ha gustado ni ser fotografiado, ni reconocerme en fotos, pensé que podrían resolver alguna duda sobre mi niñez, difícil de explicar. ¿Masoquismo o añoranza?. Todavía no sé qué me movió a escrutar mi gesto entre las viejas fotografías del cajón. Encontré una donde soplaba las velas sobre una tarta de cumpleaños, cuando todavía no lloraba en el momento de la canción. Claro que entonces tenía esa edad en que la cabeza produce un desequilibrio, peligroso en aquel instante para la tarta. También me encontré escondido detrás de mis hermanos en fila, ellos sonrientes, y yo con un gesto vacío que me encogió el ombligo. Después de comprobar que no había respuesta válida entre aquellas imágenes, ponga usted que ya no quería encontrarla, mientras cerraba el álbum, una foto cayó al suelo. No me había fijado en ella porque aparecía tan solo mi hermano, mostrando su poderío de karateka aficionado a películas de Bruce Lee. Pero al recogerla, me llamó la atención una de las posesiones de mi hermano al fondo de la imagen: su caja fuerte privada de seguridad asegurada. Cuando se casó y, algún tiempo después, marchó de casa y heredé todo el espacio de la habitación que compartíamos, dejó tras de sí algunos objetos, que poco a poco recuperó o dejó olvidados. Uno de ellos era ese fortín de acero o caja de los secretos fuertes, en que él confiara antaño. Decidí internarme en aquella mi antigua celda, para comprobar si finalmente, se había llevado su caja de seguridad o por el contrario seguía en su oscuro rincón.

La caja seguía en su sitio. Sabía que al marcharse mi hermano, la caja quedó custodiando un llavero, una pluma oxidada marca Montblanc de imitación, una moneda portuguesa de un escudo y un encendedor de plástico gentileza de Winston. Sentí un extraño deseo de volver a abrir la caja, esta vez sin usar alambres ni otros trucos, porque las llaves quedaron en su cajón particular. Con un corto chirrido y un vistazo, supe que las joyitas seguían a buen recaudo, pero había un objeto nuevo que no recordaba: una canica azul. Cuando la cogí y miré a través de ella hacia la luz del sol, descubrí una esfera de azul intenso, con una curiosa forma estriada que se dirigía hacia el centro desde todos los puntos. En el centro, una segunda esfera de color negro fue lo que más me asombró, porque el negro interior no reflejaba la luz, sino que parecía absorberla. Embobado como estaba examinándola, de pronto tuve la sensación de entrever una joven mirándome justo frente a mí. Imaginaciones. Decidí quedarme aquella bola perfecta de cristal y tras colocar todo en su lugar, me marché decididamente, procurando esquivar los recuerdos que me asediaban sin descanso en cada rincón. Tenía la certeza de que nadie iba a preguntar por la canica de la misma forma que comencé a creer, quizá por un ataque de fantasía pueril, que contenía algún misterio aún sin descubrir. Además, parecía llevar tiempo esperando aquel preciso momento y que solo yo sabría distinguir su categoría entre semejantes compañeros de cuarto.

De regreso a mi casa, la desvanecida imagen instantánea del insólito ente que me contemplaba desde el otro lado de la pequeña burbuja azul, quería tomar forma en mi cabeza. Después de recibir una sonora pitada de un coche que hubo de frenar en seco para no llevarme por delante, y tras escuchar las lindezas que su conductor me dedicó, mientras se atornillaba la sien con un dedo, dejé las elucubraciones y suposiciones para otra ocasión con menos riesgo. Cuando llegué, puse la canica dentro de un anillo que había en mi mesilla de noche para evitar que rodara hasta el suelo. Me dediqué a preparar la cena, trabajo harto complicado: pan de molde, york con queso y agua. No hay nada como hacer bien las cosas simples de la vida. Pensar en esta idea dibujó en mi cara una sonrisa condescendiente. Reconocer tus debilidades, admitirlas y dejarte llevar por ellas perezosamente, supone tan solo un pequeño descuento de tus créditos personales. Siempre habrá tiempo para mejorar.

Aquel día de abril, no daba para más. La noche extendía silenciosamente su capa negra sobre la ciudad, que ofrecía una frágil resistencia prendiendo sus farolas incandescentes y formando esa bruma luminosa que invita al sueño.

lunes, 7 de julio de 2008

Hasivi (Capítulo 2)


Gran parte de nuestra vida transcurre en la cama, con momentos felices, divertidos, de placer y descanso, y por supuesto con momentos no tan buenos. Hay incluso vendedores de colchones que garantizan la felicidad, como si el único obstáculo que impidiera conseguirla estuviera al alcance de todos. Yo, sin embargo, había orientado mi mecanismo de esperanza hacia la pequeña canica azul, que esperaba junto a mi cama. El cuarto bostezo de la noche, se mezcló con la sonrisa que me provocaba el seguir comprobando que mi imaginación funcionaba de nuevo con las cosas simples. Dispuse la persiana para sellar el paso de toda luz, me puse mi pijama amplio de hipopótamos regordetes y sonrosados, contrapunto a mi esquelética figura y tapé las irritantes luces del reloj digital de mesilla con la tarjeta de crédito visa que jamás iba a activar. El teléfono móvil apagado, el reloj Casio de pulsera a su lado, la sábana hasta el cuello, piernas encogidas, manos bajo la almohada… y todo el ritual listo para la cita con Morfeo.

Sin camas transformadas en naves espaciales, sin recuerdos tristes a cuestas, sin héroes noveles buscando la fama, sin ensoñaciones alucinadas sobre amores pasionales de naturaleza mundana, sin riquezas de la isla del tesoro y sin herencias llegadas de familiares y países a cual más lejano, sin éxitos empresariales de ámbito multinacional para combatir el hambre y la enfermedad en el mundo, sin percepciones extrasensoriales para frustrar los peores planes terroristas y en definitiva, sin pensamientos claros en ningún sentido, cerré los ojos y esperé. Frecuentemente y sin ser plenamente consciente, abro los ojos para comprobar que no hay luz, pero en la mesilla localicé un objetivo luminoso. Sin inmutarme lo más mínimo, empecé mi habitual análisis científico detectivesco de la situación. Empecé culpando a la fluorescencia del declado del móvil, pero estaba boca abajo y había que mirar de reojo para distinguir su paupérrima claridad verdosa. Continué con el reloj digital, cuyos días estaban contados, porque entre perder la hora con cada corte de corriente y esos números avanzando impasibles, inundando de claridad la habitación, había colmado la escasa paciencia que le concedí. Pero la visa era una entidad sólida y se pretendía firme candidata a ganarse mis atenciones.

Iba escaso de argumentos, y miré sin parpadear la bola de cristal. Poco a poco, comprobé que la luz azul brotaba de ella, tomando forma frente a mí. El tono azul quedó limitado a la pequeña bola, y el resto de aquel velo luminiscente adquirió color mientras perfilaba el rostro infantil de una niña con un encanto ingenuo y natural. Sus ojos concentraban una hermosura sin igual, pero miraban a ninguna parte. Poco a poco su cuerpo se iba revelando semejante al de un ángel, cubierto con un atuendo blanco y delicado. Era un ser del tamaño de un duende y estaba de pie sobre mi mesilla. Cuando mi gesto comenzaba a mostrar extrañeza, e hice amago de tender la mano hacia ella, escuche su voz:

-Buenas noches, ¿ya era hora que me atendieras no? -su voz, suave como un susurro, con simpatía fresca y casi desvergonzada, hacía menos chocante la visión que tenía delante. Me preocupaba aquella situación porque no podía ubicarla en ninguna página de mi extenso, aunque viejo y olvidado, catálogo de brillantes puertas y puentes de fantasía hacia sueños felices.

-¿No vas a contestar? Vale. Tú tranquilo, tómate el tiempo que quieras porque llevo esperando este momento muchos años, ¿sabes? –pensé que a fin de cuentas, mi imaginación era magnífica y tenía que estar atento para recordar el diálogo con idea de escribirlo. Sólo se me ocurrió preguntar

-¿Eres una alucinación?

-Pues no, ni soy lo que ves, ni puedes ver lo que soy, pero eso no importa. Lo principal es que tú comienzas a ver y a ser.

-¿Eres un espíritu? –qué otra cosa sino. Esto casi prefería que no fuera cierto.

-No escuchas. Te digo que no importa lo que soy. –se sentó cansada sobre el reloj de la mesilla y puso morritos, mostrando preocupación y tristeza. Cierto era que había oído pero no había escuchado.

-Perdona, es que no tengo costumbre de hablar con “entes” luminosos. ¿Tienes nombre?-pregunté a la vez que me incorporaba. Entonces giró la cabeza, hacia mí, pero sus ojos no hablaban con los míos.

-Me llamo Hasivi.

-Ya. Suena como árabe. Yo me llamo…

-Sé cómo te llamas. Te conozco desde hace años. –interrumpió

-¿Si?, pues no te recuerdo, ¿de cuántos años hablas?

-De cuando tenías imaginación. De cuando eras un niño de 8 años.

-Sigo teniendo imaginación. –repliqué.

-No como cuando te conocí. Me acerqué a ti porque tenías sueños vivos, porque tus ojos limpios brillaban de día y tu corazón desbordaba de ilusiones. –Hizo una pausa por ver si contestaba y volvió a ponerse de pie. Esperaba que yo dijera algo, pero sus palabras me dejaron mudo. Continuó hablando.

-No lo recuerdas, pero juntos construimos una nave espacial con la que tú me llevaste a lugares increíbles. Con ella muchas noches pasabas de soñar a estar soñando sin darte cuenta. Te empeñaste en pintar los mandos en una hoja, ¿te acuerdas de esa hoja?

-Si, me pareció muy simple y acabé por romperla.

-No, dejaste de tener ilusión, y toda aquella maquinaria, que era auténtica, se transformó ante tus ojos en un papel con dibujos sencillos que no comprendías. –otra vez me quedé mudo. Tenía razón, yo lo sabía perfectamente, pero no quería reconocerlo. Añadió

-Y no fue culpa tuya. Yo quise ayudarte, pero ya no querías verme. Estuve observando tus sueños nuevos, pero eran... terriblemente oscuros. Aquellas cosas que imaginabas, nos hicieron tanto daño que en tu corazón se fueron marchitando las ilusiones y cuando quise limpiar tus ojos turbios, los míos perdieron la vida. –bajé la cabeza y vagamente miraba mis manos cruzadas sobre mis piernas. Las imágenes del pasado acudieron rápidamente, con fuerza demoledora me golpearon en el pecho los dolorosos recuerdos que procuraba disfrazar de nimiedad, la angustia estrangulando mi garganta, las lágrimas abriéndose camino por mis mejillas...

Estaba solo, en mi cama solitaria. Una canica azul robada, dentro de un anillo abandonado. Unas lágrimas borradas sobre la espalda de una mano temblorosa. Un cuerpo abatido dejándose caer sobre una fría almohada con olor a ausencia. Una mente torturada por un pasado sin sentido, un loco abrazándose a una noche eterna, en espera de la aurora.

domingo, 6 de julio de 2008

Hasivi (Capítulo 3)


El día siguiente desperté bajo un domingo con el cielo plomizo. El sueño a intervalos que me venció entre las 6 y las 9 de la mañana, no fue suficiente para reponer la maltrecha maquinaria de un cuerpo que hacía lo que podía para no naufragar y seguir avanzando contracorriente, bajo el torpe mando de un capitán que pasaba las horas mirando cómo la estela de su barco se perdía en la distancia, en lugar mirar a proa y ocuparse del rumbo.

Tener cosas por hacer, aunque fueran insidiosas de puro cotidianas, me permitió olvidar temporalmente el encuentro que imaginé con aquella criatura bajo el nombre de Hasivi. Aunque la limpieza de la casa, tarea repetitiva sin valor para quienes no la realizan, planeé hacerla superficialmente, me ocupó la mayor parte de la mañana. Mi desenvoltura con la aspiradora consistió en pasarla por cada esquina, sobre cada centímetro de suelo, debajo de cada mueble, detrás de cada puerta y encima del rodapié. No olvidé las alfombras y me entretuve mirando cómo los árboles pedían ayuda moviendo sus brazos con la ventisca que les azotaba mientras nubes negras iban ganando terreno sobre la ciudad... Luego una ducha tremenda de relax, un comer cualquier cosa, para quitar el hambre, una siesta por necesidad, que no por costumbre, y un despertarse con ruidos de goteo en los canalones.

No hay nada como una tarde de lluvia, para encerrarse en casa, acompañado por un café caliente y ese mundo de evasión incomparable, ese libro que nos lleva de acá para allá pidiendo a cambio, tan solo, el minúsculo esfuerzo de pasar bien leídas sus páginas numeradas.

Me acerqué a la ventana para observar cómo se dilata el tiempo al comienzo de una tarde de lluvia pertinaz, mientras un coro rumoroso de gotas contra los cristales interpretaba para mí la mejor música de fondo. Mi libro se había echado un rato sobre el brazo del sofá, boca abajo, invitándome a volver a la página por la que salí de él. En la solapa posterior, Carlos Ruiz Zafón, miraba con gesto interesante. “El juego del ángel”, tiene como personaje principal y narrador, a un escritor de talento, David Martín, pero que arrastra una vida de pena. Me sentía identificado con el tal David Martín excepto por dos problemas que, contablemente, se resumen entre el déficit de talento y el superávit de vanidad (ambas partidas totalmente funestas para una microscópica empresa literaria). La calle, escasamente iluminada bajo el gris difuso de las nubes, estaba completamente desierta y me hizo recordar las escenas desoladoras que representaban aquellas películas de tragedia mundial, donde algún virus aniquilaba a la población, o ésta abandonaba la ciudad ante un ataque nuclear inminente. El resultado era el mismo: calles desiertas de vida y tú el último para contarlo.

De pronto, a través de las cortinas ondulantes que dibujaba el viento en el aguacero, vi de nuevo aquella joven criatura, su figura como reflejos de luz sobre las gotas, y que infantilmente acabé definiendo como un hada, semitransparente y etérea. Para mi sorpresa, me saludaba y yo que hasta entonces tenía entornados los ojos por un mareo espiritual que ocasiones permito que me embargue, abrí los párpados como esas persianas auto enrollables, cuando se te escapan de los dedos y chocan con su mecanismo de recogida, dando vueltas sobre sí mismas cómicamente. No era de noche, no había bola de cristal por medio, no había dudas, incluso después de mirar para los lados y parpadear con fuerza. Debía sacarme aquello de la cabeza. Me volví al sofá y traté de volver a la lectura. Estuve tentado de preguntarle a Carlos R. Zafón si él tenía alucinaciones de esta índole, pero opté por no hacerlo, no siendo que obtuviera contestación. Compuse la cara más falsa de satisfacción que pude y empecé a ver palabras escritas sin sentido alguno. “No pasa nada, repite el párrafo”. Y repetí y repetí. No entendía nada y estaba estropeando la novela vilmente. Cerré los ojos y respiré hondo. Cuando volví a abrirlos, Hasivi sentada en el borde superior del libro, dijo

-Vaya forma de echarme de tu lado ayer. Estoy aquí para ayudarte ¿sabes? –el reproche resultaba casi insultante y se proclamaba poseedora de la verdad demostrándolo con las palmas de sus diminutas manos extendidas hacia arriba.

-Oye Hasivi, ¿sabes la noche que he pasado por tu culpa? –quise devolver el reproche, disolviéndolo en alegría por volver a tenerla a mi lado y acallando mi razón que pedía a gritos salir del este diálogo para acudir al psiquiatra.

-Mejor di que te has desahogado. Recordar no es el problema, no perdonarse si que lo es. Y tú no eres culpable de lo que te pasó –eso parecía estupendo. Una idea para cogerla al vuelo y sembrarla para que diera fruto algún día. Me estaba gustando escucharla, y se percató rápidamente:

-Ah, pillín, no puedo verte, pero siento que lo comprendes. Seguro que tu cara es la del niño al que dicen algo bonito y sonríe como un tontito –y en esta ocasión mi sonrisa era nerviosa y abierta. Pero necesitaba saber más de esta niña, si tenía poderes y si me concedería un deseo. Pregunté:

-Y… entonces, ¿eres un hada? Ya sabes, como las de los cuentos –arqueé las cejas con la ilusión de que fuera cierto. Ya me daba igual conversar con mi imaginación, porque empezaba a creer que aquello era auténtico.

-Qué manía tienes con poner etiquetas. Venga, soy un hada, muchas veces nos llaman así. ¡Y no se te ocurra pedir un deseo! –vaya castaña. Tenía un hada que solo hablaba por los codos. Me agradaba su carácter replicante.

-No pensaba pedirte nada, pero ya que lo dices, no estaría nada mal un pequeño deseo, de esos que no hacen daño a nadie, que nadie pediría, que solo yo…

-Mira, no es que no quiera, es que no puedo. No podemos cumplir vuestros deseos porque no tenemos esa facultad. ¿Entiendes? –me daba cuenta que se esforzaba por hacerme comprender. Pero incluso con el desagrado que sentía habitualmente al pedir favores, quise luchar un poco más.

-Vale, si no podéis hacerlo, insistir es perder el tiempo. Pero quizá, si le preguntas a alguien con más mando… –se tapó la cara con ambas manos negando con la cabeza – perdona, no sé... creía que…

-Venga, yo lo pregunto. Qué deseas tanto –la resignación de su voz llevaba la impronta de las cosas imposibles, de la razón que se regala con tal de terminar una disputa baldía. Me creí con el deseo ya concedido, optimista por una vez, y lleno de ilusión me acomodé en el sofá, cerré los ojos para reflexionar bien lo que iba a pedir

-No pido que borres nada de mi memoria, porque no quiero aprender a vivir de nuevo. Quisiera ser una persona alegre y optimista, decidida, que sabe pedir lo que quiere, dónde, cómo, cuándo y cuánto, y saber luchar por ello, confiar en mí mismo y en los demás –satisfecho por mi pequeño pero inspirado deseo, abrí los ojos para cruzarlos con un Carlos Ruiz Zafón que tenía escrito como en los tebeos, el siguiente pensamiento: “Hay que ver el daño que han hecho los cuentos de hadas al mundo”.

Mi sonrisa de felicidad se fue relajando hasta desaparecer. La mirada, perdida en un espacio vacío, declaraba que el hombre del salón con un libro entre las manos, estaba esperando el regreso de una ilusión confusa. Un hombre perdido con el alma hecha jirones entre sueños irreales. Hombre que no se sabía hombre y aunque era un mueble más del salón, no quería llamarse cosa. Cosas todas en el salón con un propósito, excepto yo, una persona solitaria buscando el propósito de su existencia. Me separé de mi cuerpo y poco a poco me alejé de él sin dejar de mirarlo, y vi al hombre del sofá en la ciudad, rodeada de campos, y seguía viendo al hombre aquel en la memoria, en un país cualquiera, en un planeta azul como mi canica de cristal, tan perdido como yo en el infinito universo alrededor.

sábado, 5 de julio de 2008

Hasivi (Último capítulo)


La tormenta fue dejando paso a una claridad solar brillante que resaltaba la negra derrota de aquellas nubes en busca de otros aires. Las calles, esmaltadas momentáneamente de agua, invitaban a un paseo que acepté fascinado por la fresca limpieza que se podía respirar. Llevé conmigo la fuente de luz azul, origen de mis alucinaciones. Me decidí en dirección al parque botánico, donde esperaba encontrar la alegría del agua y la luz sobre todos aquellos árboles y plantas en una ocasión singular que no quería dejar pasar. No había caminado más allá de un par de manzanas, cuando la duda me llegó en forma de pastel de chocolate, con su aroma, recién hecho en la mejor pastelería de la ciudad. Giré en la siguiente calle relamiendo el sabor dulce de la nata escondida, cuando pensé que no, que eso podía hacerlo otro día. Algo molesto por mi enésima indecisión, rodeando la manzana para no cambiar bruscamente de dirección, recaí en juicios y valoraciones negativas sobre mi forma de ser. Después de un rato viendo el suelo deslizarse bajo mis pies, enfilé el último tramo antes de llegar a mi destino. Comenzaban a asomarse los primeros árboles entre los dos últimos edificios de cada lado de la calle que bajaba hasta el río, pletórico de fuerzas. Momentos después se abrió extenso el cuadro de jardines recién pintado. Recorrí sus paseos ondulados y moteados de charcos, en busca de algún lugar algo retirado y sin curiosos que, como yo, habían elegido este lugar para mojar sus zapatos. Encontré un paseo junto al río que discurría bajo la sombra de una hilera de grandes árboles. Resbalando divertidas entre las hojas, caían las últimas gotas dispersas y los bancos de madera mojados animaban a seguir caminando, pero encontré un buen lugar para disfrutar mirando al río. Me acomodé metiendo las manos en los bolsillos y encontré la canica sin buscarla. La cogí y antes de que me embaucara a mirar a través de ella, la guardé convencido de que debía lanzarla al río y olvidarme de una vez por todas de aquella locura. Estuve dudando unos instantes. Tomar una decisión, perder tiempo valorando a favor y en contra, sopesando al milímetro y vuelta a empezar. “Hasta para una cosa tan simple dando vueltas, maldita sea…” Miré hacia atrás para comprobar que nadie me vería tirarla y casualmente encontré un hueco en un árbol, el mejor lugar para dejarla. Quedaba fuera de la vista donde la puse y di un paso atrás, volviendo a comprobar que nadie me había visto. Cuando volví la mirada al hueco, allí estaba Hasivi, sentada.

-Vaya, ¿ya no quieres el deseo? –se encogió de hombros, y mostraba cierta resignación.

-No, no quiero seguir este juego de voces en mi cabeza. No quiero que te presentes cuando no te llamo y te marches repentinamente cuando te dé la gana –no había terminado de decirlo y ya me sentía mal por haberlo hecho. Puso cara de indignación y sorpresa

-Vengo cuando me necesitas y no soy yo quien se marcha, eres tú el que se aleja con pensamientos terribles, con deseos contrarios a tu personalidad.

-¿Y qué tiene de malo que quiera ser optimista o decidido?

-Que no te quieres tal como eres, que quieres borrar toda tu vida y que yo la vuelva a dibujar entera. Tu deseo es calamitoso.

-No hace falta borrar nada. Deja el pasado donde está. Hablemos solo del futuro.

-Eso traería consecuencias, te volverías loco, no podrías asimilar una cosa con la otra. El futuro no viene a buscaros, sois vosotros los que vais tras él. El futuro nace en vosotros mismos, en las experiencias que habéis tenido y con ellas conformáis lo que os ofrece cada nuevo día –además de no entender sus palabras, ¿mis palabras?, no estaba dispuesto a aguantar sermones. Di media vuelta y la dejé allí, junto a su canica.

-¿No quieres hablar? ¡Todavía puedes aprender a sentir! –Escuché su voz entristecida y temblorosa, alejándose, y añadió con su voz aflautada- ¿te vas así? ¿No quieres que conceda tu deseo?

Sentía que aquello había terminado. Que ya no tendría más alucinaciones. Que no me mostraría vulnerable ni me engañaría con nada. Solo quería salir de aquel camino para siempre y mientras, un nudo iba atenazando mi garganta. Bajé la vista hacia el suelo y las últimas gotas que cayeron de entre las hojas, acompañaron las que nublaban mis ojos. Salí del camino a los jardines, mi garganta no soportaba más dolor y presión. Las ilusiones se quedaban atrás y mi futuro se presentaba de nuevo vacío y solitario. Una pareja joven que se cruzaba en mi camino, me hizo volver la cabeza para no sentirme observado y seguí adelante con ganas de echar a correr, pero sin fuerza alguna para hacerlo. Mis pasos eran lentos y pesados, arrastrando cadenas sujetas a una gran bola, imposible de llevar. Un extraño mareo me hizo tambalear y tuve que detenerme junto a una fuente. Algo dentro de mí anunciaba con gritos desesperados mi error. Pude perdonarme y eché a correr, alocado, importándome un bledo si parecía raro o no, en busca de mi única amiga, de mi lunática imaginación abandonada. Allí estaba todavía, llorando desconsolada mi hada favorita.

-Hasivi, perdona, siento haberte dejado aquí. –se echó a reír tontamente entre sollozos y parecía muy dolorida. Añadí:

-De verdad que lo siento. Vamos a casa. –se retiró de allí y recogí la canica, fría como la muerte y con su misma piel ausente. Necesitaba apretarla en mi mano para darle el calor que le había robado.

-Creía que te perdía otra vez –y mientras lo decía, se frotaba los ojillos y secaba sus mofletes una y otra vez, sobre una sonrisa quebrada que me partía el corazón.

Volvimos juntos, aunque ya no la veía. Sabía que estaba junto a mí, y podía hablar con ella. Salimos del paseo bajo los árboles a los jardines abiertos, los dos jóvenes que me vieran correr, intercambiaban risitas, haciéndome ver que hablar solo no era normal. Pero me apetecía, estaba haciendo lo que me pedía el cuerpo y los complejos me resbalaban, por primera vez en mucho tiempo. Y.. ¿qué hay normal hoy en día?

-¿Vas a pedirme tu deseo? –ofreció solícita Hasivi con una mezcla de duda que me hacía sentir culpable de mis devaneos paranoicos y quise quitar importancia a lo sucedido, para alejar la sombra del enfado:

-Por supuesto que sí, no te vas a librar. Y además me lo merezco –y ahora era yo el que sabía que ella sonreía, sin mirar su cara, sintiendo su alma. Percibía que se alegraba por mí. Y lo que me resultaba más asombroso era que podía sentir todo aquello sin miedo.

-Claro que te lo mereces. Pero al menos me tienes que dar un tiempo para hacértelo llegar, ¿de acuerdo?

-Trato hecho, en cuanto lleguemos a casa, nos ponemos manos a la obra.

Llegamos a casa, no sin antes comprar uno de aquellos pasteles con un trozo de brazo gitano tumbado, con un sombrero de nata recubierto, todo él, de un fino chocolate de olor intenso. El tiempo, bien aprovechado y organizado, da opción a mucho más si no se malgasta con indecisiones; con la pereza y el desánimo. En la calle, mientras regresábamos, acordamos que ella me dejaría cenar tranquilamente para después hacer el trabajo con la mente despejada. El pastelillo estaba magnífico, reciente como nunca y se deshacía en la boca. Puse el punto final con un vaso de leche y el inevitable lavado de dientes. Continué la lectura de mi libro, despreocupado del autor, que se empeñaba en decirme que hacía mal, y me lo imaginaba negando con la cabeza. “Tampoco su personaje en El juego del ángel tiene la azotea muy bien amueblada”, pensé. Pero claro, la diferencia estribaba en que comparaba un personaje de novela conmigo. 

Llevaba un rato leyendo absorto y en plena cascada de sucesos, tan distraído, que no recordaba el asunto del deseo. Hasivi se presentó con un pequeño juego de luces (le gustaba darse importancia) y me rogó que dejara el libro. Me dijo que debía pensar en el deseo intensamente, procurando no verbalizarlo. Que lo pensara con los ojos cerrados, que lo deseara con todas mis fuerzas, que estuviera seguro de poder conseguirlo y después de seguir todas sus indicaciones, empezó.

Se puso en pie con cara de mística y elevó sus brazos. De sus manos, con los dedos separados, brotaban pequeñas chispas que se arrastraba el mismo viento ligero que movía su vestido blanco. No puedo asegurar en qué momento supe que no podía cumplir ningún deseo y hacía todo esto para mantener la ilusión en mí, porque además de no ser la ensoñadora magia de los deseos una de sus facultades, tampoco era una de sus virtudes el disimulo y, su pícara expresión, afanada en percibir si me impresionaba, me hizo sonreír por sus buenas intenciones y con todo mi afecto hacia ella. Momentos después, dibujando una circunferencia, bajó sus brazos extendidos y decretó que había terminado.

-Recuerda que los efectos tardarás en empezar a sentirlos, porque lo he preparado para que vayan de menos a más y no te afecten mucho los cambios en tus emociones. –y lo afirmó con su cabeza muy segura de lo que hablaba

-Bueno, me armaré de paciencia entonces.

-Si, si, pero bien armado. Hasta los dientes –y los dos nos reímos con toda naturalidad sin saber si el motivo era la pamplina que habíamos hecho o porque nos caíamos bien los dos. Cuando nos cansamos de reír dijo

-Bueno, he terminado mi trabajo. Debo marcharme. No puedo dejar que me veas y me hables continuamente. No te conviene.

-¿No volveré a verte? –casi prefería mantener la ilusión y no tener respuesta

-Seguramente no, pero creo que estaré en tus pensamientos.

-No te quepa duda de eso

-Adiós –y su imagen se desvaneció poco a poco. Me saludaba con la mano mirando al sofá en lugar de a mí, y así supe que mi deseo no se había cumplido. Había deseado con todas mis fuerzas que aquellos ojitos recuperasen la vista. Supuse que anteponiéndola a mi deseo egoísta, cabía la posibilidad de que alguno de los dos saliera beneficiado y me equivoqué, pero tampoco me sentí culpable por haberlo hecho, sino feliz por ver claridad en un error mío. Y me acosté acompañado de la canica azul que guardaría para siempre los recuerdos más dulces que nunca tendría. Y me daba igual si eran alucinados.

Cuando desperté al día siguiente con el cañaveral de luz que surgía de mi persiana, supe que había olvidado por completo el protocolo de preparativos habituales de cada noche. No encontré el reloj de pulsera y el de la mesilla, dormido y tapado hasta arriba con la tarjeta visa a modo de sábana, no quería darme la hora. Exploré adormilado la mesilla con la mano, como si por sí sola pudiera caminar y hacerme el recado. Uno de mis dedos entró en el anillo donde había quedado la bola y advertí con extrañeza una humedad que me hizo incorporar para ver de qué se trataba. La bola no estaba allí, tan solo unas gotas de agua y algo así como el ala de una mariposa, con las siguientes palabras, de caligrafía menuda, escritas en su interior:

“A medianoche mientras dormías,
mis ojos recuperaron la vida.
He velado tus sueños junto a la luna.
Me engañaste y regalaste tu único deseo.
Espero verte algún día, con el tuyo también cumplido”


Aquel manuscrito se deshizo entre mis dedos como polvo dorado y desapareció ante mi vista, acostumbrada ya a estos pequeños juegos de artificio. Me tumbé de nuevo, tranquilo, sosegado, y me coloqué boca arriba en la cama. Volví a pasar con satisfacción en mi memoria, los recuerdos del anochecer con Hasivi. Dejé que mi pensamiento fluyera por sí solo, tratando no de racionalizar lo imposible, pero sí tanteando la forma de ordenar una experiencia de soñador, rayano en lo disparatado, dentro de un marco tan personal como necesario. No encontré mejor lugar y manera de asimilarlo que observando el pequeño brote de felicidad que germinaba en mi espíritu, confiado y, por primera vez en muchos años, seguro de sí mismo.


Dedico este pequeño relato con valor exclusivamente sentimental, a todas las personas que me han ayudado y animado, y siguen haciéndolo, a cambio simplemente de encontrarme cada día mejor.

Gracias especialmente a Hasivi, el hada averiada de mis sueños imaginados.


martes, 29 de abril de 2008

Vendo mi vida



Aquel día de Abril veía un vídeo de Amaral, "Llegará la tormenta". Era sábado y mientras desayunaba un café con leche, Amaral actuaba en directo delante de cierta cantidad de jóvenes, presentando el tema. Me quedé quieto, congelado, observando las imágenes. Aquellos chicos y chicas disfrutaban moviendo los mecheros en alto, al compás de sus cabezas. Me di cuenta de que les imitaba, moviendo mi cabeza a un lado, y al otro, con cara de tonto, ilusionado como ellos, pero con muchos más años y en el salón de mi casa.

Ese día escribí "vendo mi vida", mientras lloraba por la juventud de viejo amargado que me esforcé en conseguir para mi, a la vez que recordaba la pequeña libreta donde escribí mi imaginario viaje a pie, vagabundo de juventud.


Cuando toda tu vida parece que pierde sentido. Cuando parece que nada tiene solución y es sin éxito que la buscas. Y cuando sientes, confundido, que quienes te aman quieren hacerte daño, lo único que deseas, egoístamente, es abandonar tu puesto en la vida. Por este motivo:

Yo vendo mi vida,
¿quién quiere comprarla?

La vendo completa, en pedazos
no vale nada.
Hoy vendo mi alma, rasgada,
y la vendo por nada.

Yo vendo mi vida,
¿quién quiere comprarla?

Regalo recuerdos,
nacidos al alba,
venidos del hombre
que a mi lado estaba,
recuerdos que queman
la noche en mi almohada.

Yo vendo mi vida,
¿quién quiere comprarla?

Regalo mis discos
de música olvidada,
te doy lo que pidas,
con tal de entregarla,
pero no puedo darte
mi inocencia robada.

Hoy vendo mi vida, y no hay
quien quiera comprarla.

Me la he de quedar
con toda su carga,
de miedos y odio
por tanta batalla,
que apresa mi voz
aquí en mi garganta.

Que vendo mi vida
y regalo mi alma,
y no hay nadie en el mundo
que quiera pagarla,
me la he de quedar
con toda su carga.

Regalo recuerdos
que nunca existieron
mas lejos que yo,
que mi boca sellada,
por el niño que fue
un hombre en mi cama.

domingo, 20 de enero de 2008

A mis profes con cariño


Estuve recordando aquella preciosa y antigua película con Sidney Poitier, "To sir with love", que tradujimos en España casi literalmente como "Rebelión en las aulas" (Dios mio, se debían sentir muy importantes, titulando las películas. ¿Y tú qué eres? ¿yo? Titulador de películas extranjeras). Y a colación de todo esto recordé además un suceso al realizar reparaciones en un aula rural. Uno de esos CRA donde se mezclan niños de distintos cursos y el profesorado se pasa el rato bregando con la variedad y el nervio de estas criaturas de campo.

Miguel, el más pequeño de la clase, me seguía sin pestañear y recibía contínuas órdenes de volver a su sitio. María, de unos 10 años, con sus preciosos coloretes -seguro que a ella no le parecen preciosos- me hacía con naturalidad la pregunta de evidente respuesta: "¿Estás arreglándola?". Por su parte, Ramiro si no me equivoco, decía que no había hecho en casa las cuentas que le puso la profe y ella, conociéndole mejor que él a sí mismo, le mostró que sí las tenía hechas pero que era tan vago que no se molestaba ni en comprobarlo. Cuando a Ramiro le preguntaron la tabla del 7 dudaba y Juan, de su misma edad y un par de pupitres más allá, pedía permiso para contestar "¡Yo me lo sé!". Mónica, la profe, no le dejaba contestar y le reñía para que hiciera lo suyo. ¡Qué lios se montan en estos colegios rurales!

Pero ahí estaba el niño más grande del aula. (YO, YO ME LO SÉ.) 
Con ilusión Fernando saltaba a todas las respuestas. Estaba claro que era el más mayor. Y se sabía tooodas las tablas de multiplicar, incluida la del cero y la del 11. Sabía esto y muchas más cosas que todos los demás niños pero eso era un secreto y por eso en sus ojos había una ilusión que le hacía saltar las lágrimas. No podía contestar a ninguna pregunta y estaba poniéndose nervioso sin saber porqué. Se ponía en pié a ratos y a ratos se agachaba, ¡y Mónica no decía nada! (la pobre tenía la voz cascada, claro, con tantas voces y tanto reñir tampoco extraña). Mónica es guapa y joven y muy lista y, al verla enfadada, Fernando procuraba mostrarse muy serio, callado y obediente.

Quizá alguien ya se haya dado cuenta que era yo ese niño mayor, un Fernando de postín. Por favor, si hasta deseaba sentarme en una mini silla de esas con pequeñas mesas a juego. Deseaba estar ahí, saberme todas las preguntas que nunca sabía cuando era pequeño. Qué pena más grande... y repetir curso siendo pequeño, y otras 4 veces más después. Cuando conseguí mi título, decidí que para mí había terminado la horrible pesadilla de llevar a casa suspensos sabiendo que era perfectamente capaz de aprobar a la primera. La pesadilla de tratar cada vez con muchachos más críos que me aburrían soberanamente. La pesadilla de dejar exámenes en blanco, de mirar la hoja en blanco durante la hora que duraba cada examen. De aprobar con buena nota en cuanto dedicaba el mínimo esfuerzo. Creí que todo eso quedaba olvidado y desde entonces hasta ahora, más de veinte años después, las pesadillas me persiguen y agitan algunas noches mientras duermo, haciendo exámenes con preguntas que no sé contestar, donde escribo tan solo los enunciados con mi caligrafía tan correcta. Qué locura.

Los profesores más importantes -me repito- son los padres, lo sé. Sin un ambiente apropiado en casa, descuidando las tareas familiares en favor de un partido, una película, un trabajo o una obligación es fácil que cualquier niño se aparte del estudio y no aprenda como es debido tirando una gran parte de su futuro a la mierda. Ayudé a mi hija mucho, con una poesía basada en un perrito de peluche, con el cuento de "La vaca de Elena", con las mates y el inglés, con el puente de plástica, con trabajos escritos, pero nunca ha querido compartir sus enormes notas conmigo. Dice que son resultado de su esfuerzo. No importa. La enseñamos cuanto pudimos y es una excelente estudiante con un corazón dulce, racional y firme.

Y yo me pregunto qué puede hacer un profesor por un niño. Hasta dónde se puede o debe implicar para ayudar a esos niños que tienen problemas. No voy a debatir sobre ello.

Miro hacia atrás y quiero dejar en el olvido a la mala bestia de cuarto curso que con tanta saña y brutalidad nos pegó, los insultos sarcásticos con que tantos otros desahogaban su desidia y su falta de amor por las personas que íbamos a ser. Quiero que queden muertos en mi memoria bajo las toneladas de tierra fértil que fabricó mi imaginación herida. Olvidados bajo las más tiernas flores que sembró mi profesora de tercero. Fosilizados y perdidos bajo la frescura que mi profesor de inglés me mostró con canciones. Arrugados, desmembrados y cercenados muy por debajo de la bondad de mi profesor de latín que aún me dice lo buena persona que yo era entonces. Pulverizados y licuados en un mar ácido de magma negruzco y rígido, muy lejos de la blanda suavidad del césped que hizo crecer en mí aquél profesor de ciencias que se preocupó de mi y consiguió aprobados que pedían con gritos desgarrados la ayuda que jamás llegó para las demás asignaturas, casi todas muy deficientes.

Como me consta que dios no existe aunque dentro de mí continúe el susurro de su benéfica y divina capacidad de perdón -exclusivamente humana, derivada de  la generosidad para compartir cualidades- sé que de alguna manera, los profesores de verdad -los buenos profesores- recibirán su premio aquí cada día, con cada joven que vean crecer como persona gracias a su particular aportación en su formación.


TO SIR, WITH LOVE - "Al maestro con cariño"........................


........................Those schoolgirl days,
Esos días de colegiala,
........................of telling tales and biting nails are gone,
de contar historias y morderse las uñas, se han ido.
........................But in my mind,
Pero en mi mente
........................I know they will still live on and on,
sé que siguen y siguen viviendo.
........................But how do you thank someone,
¿Pero cómo se le agradece a alguien
........................who has taken you from crayons to perfume?
que te ha acompañado desde las pinturas al perfume?
........................It isn't easy, but I'll try,
No es fácil, pero lo intentaré.
........................If you wanted the sky
Si desearas el cielo,
........................I would write across the sky in letters,
escribiría a lo largo de él con letras
........................That would soar a thousand feet high,
que se elevarían a mil metros de altura:
........................To Sir, with Love
"Para el maestro, con cariño"

........................The time has come,
Ha llegado la hora
........................for closing books
de cerrar los libros,
........................and long last looks must end,
de agotar esas últimas y largas miradas.
........................And as I leave,
Y mientras me marcho,
........................I know that I am leaving my best friend,
sé que dejo atrás a mi mejor amigo,
........................a friend who taught me right from wrong,
al amigo que me enseñó a distinguir entre correcto y equivocado,
........................and weak from strong,
y entre lo débil y lo fuerte.
........................That's a lot to learn,
Eso es mucho para aprenderlo,
........................What, what can I give you in return?
qué, ¿Qué puedo yo entregarte a cambio?
........................If you wanted the moon
Si desearas la luna
........................I would try to make a start,
lo intentaría y empezaría,
........................But I, would rather you let me give my heart,
pero yo, preferiría que me permitieras dar mi corazón
........................To Sir, with Love
al maestro, con cariño.