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lunes, 28 de febrero de 2022

Paco&Emi: El milagro

Fotografía de la biblioteca nacional de España

Me ha contado Paco una pequeña historia de la guerra civil española.

Emi va a una casa un par de horas por semana para ayudar a una pareja de personas mayores que agradecen su trabajo y lo recompensan de forma generosa. Tienen una mujer "de toda la vida" que les hace las tareas pero también es algo mayor y necesita una ayuda extra. Por eso va Emi. Plancha, limpia, se sube a las escaleras para quitar y lavar unas cortinas que se lavaron hace poco pero relimpiar gusta más que acumular suciedad. Ha sido su primer día y viene super-contenta.

—Lo que en la vida me ha pasado, Paco. Por fin alguien que me trata con respeto.

—¿Pues?

—Mira. No me lo puedo creer. Además de pagarme por hora más no ha querido el euro de cambio y su marido se ha ofrecido para comprarme una caja de fresas. Claro, le he dicho que no. Cómo voy a cargar con la caja, la bosa de la ropa, la compra y meterme en el autobús hasta arriba a esas horas.

—Claro. Bueno. Ya te iba tocando tener algo de suerte.

—Pues si hijo, porque se dice bien. Y además no veas tú qué risas. Ella me recuerda un poco mi tía Araceli. Tiene unos golpes ...

—¿Qué ... ? Emi interrumpe. A Paco no le da tiempo a componer la pregunta:

—¿Sabías que en estas fechas los periódicos siempre publican  una antigua historia?

—¿Y qué fechas son estas?

—Pues nada, un 21 de enero, cuando la guerra civil, los republicanos bombardearon la ciudad y justo había venido la madre de esta mujer desde el pueblo, embarazada de ella, para dar a luz. Una de la las bombas destruyó su casa y otras pero entre los escombros la recuperaron a ella con vida. Tres días podía tener.

—Ah, qué suerte tuvo.—aquél día murieron 8 personas en el acto y otras 4 en días siguientes.

—Pero lo mejor es que en el periódico se ponen a inventar cuentos y ella se pone negra porque publican por ejemplo que un cura la bautizó "Milagros" (cuando se llama Milagro) y en realidad la bautizaron de vuelta al pueblo.

—Fieles a la historia algunos periodistas.

Fotografía de la biblioteca nacional de España

—Bueh. Y publican del churrero "que prefería morirse en casa" bajo las bombas, "ya ves tú" me dice la mujerita "que le cayó la bomba encima y no pudo elegir. Se inventan cada cosa ..."

—Ja. Ya te digo. Vaya idiotez.

—Bueno. Como lo de que un exaltado les pidió que salieran a la calle gritando y manifestándose a favor de los franquistas. Como nada más natural les mandaron a cagar. Para tonterías estaban después de que los otros destruyeran la casa. Y además hubo pillaje. Tenían muchas cosas de valor y les robaron todo. Y bueno, que su padre era republicano y estuvo incluso en la cárcel ...

—Si es que ...

—Pues como no quisieron ir les increparon y les dijeron que eran unos monstruos.

—El nivel de raciocinio no ha mejorado demasiado desde entonces entre esa gente.

—Y otra cosa que se inventan es que la entonces niña rescatada con vida, se casó con un tal Angoso, médico ¡ Pero la casada con Angoso es su hermana tres años menor, que ni siquiera había nacido cuando la bomba ! Y dice riéndose de mala gana: "Será porque como él es médico famoso ..."

-Anda que ... vaya tela.

Fotografía de la biblioteca nacional de España

Bonus: ¿Es solo cosa mía o alguien más lee "Cabrones de todas clases" en lugar de "Carbones"?


martes, 1 de febrero de 2022

El torrente sagrado

Torrente en medio de una iglesia

La iglesia de mi colegio salesiano tenía tres puertas de acceso. La primera, de carácter mundano, la encontraba cuando iba desde mi casa. Sin embargo, cuando tenía alguna peseta para gastar en el kiosko, accedía al colegio por la puerta principal, la de los domingos y festivos con la enorme ventaja de no tener que circular entre culos adultos. 

A mucha gente le desagrada estar entre mucha otra gente pero se obligan a tragarlo como jarabe medicinal por si logran la curación en esa terapia de choque.

La puerta principal está en la calle que lleva el nombre de su virgen, Auxiliadora. Esa es otra de las cosas que jamás he podido comprender. Si solo hubo una virgen y se llamaba María, porqué se rinde culto a la del Pilar o la de las Nieves. 

Siempre me ha parecido que cuando los hombres inventaban  su coronilla era iluminada por la santidad pero cuando lo hacían las mujeres eran alumbradas por brasas a sus pies.

Tan importantes son los nombres para los devotos que, muchos años después de lo que voy a contar, el Corte Inglés exigió como premisa para abrir su negocio prolongar el nombre de Auxiliadora cientos de metros hasta su futuro solar, obligando a miles de ciudadanos a cambiar de dirección y número de piso. Desde luego estos ideólogos debieron quedar calvos por completo mientras eran iluminados.

Si. Mi relato comienza con una peseta caliente en la mano camino del gigantesco kiosko de hierro pintado de azul. Ahora sé que era un calabozo diminuto, un horno en verano y un frigorífico en invierno, pero entonces admiraba la vida de kioskero. Siempre rodeado de apetitosas golosinas gritando "¡ cómeme ! !¡ cómeme a mi también ! ¡ no, nooo, a mi primeroooo !".

El hombre llevaba siempre gorra y me planté delante de su ventanilla. Tenía la misma forma ojival que la puerta principal de la iglesia y ambos lugares estaban rellenos de cosas buenas. Abrió y, cuando parte de aquel aroma empezó a salir, surgieron mil dudas. Había otro kiosko unos metros más allá pero prefería este porque el hombre no me regañaba nunca mientras deliraba para elegir dulce: "El bazokaaaa, son tres pisos. No me llega con una peseta. Compraré los caramelos snipe de nata, que me dan 8."


Crucé la calle de santo nombre para entrar al colegio atravesando la iglesia. La tercera puerta comunica con un pasillo del colegio y nada más entrar en él dispone de escaleras a la izquierda que conducen a aulas y patio. Esa era mi ruta de atajo.

Como tantas iglesias, esta tiene dos bancadas, pasillos laterales y el glorioso pasillo central. Siempre he tenido mucho respeto por este pasillo. Me parecía que ahí cruzaba un torrente divino dotado con la gracia de Dios (¿gracia?) porque todas las personas se arrodillaban y agachaban la cabeza de cara al altar si se atrevían a atravesarlo.

No sé qué suerte de felicidad me invadía aquel día con los caramelos en la mano que me apeteció jugar a la orilla del torrente. Hice amagos de cruzar con una suerte de baile primigenio a lo Michael Jackson, con saltitos que simulaban pasos al borde mismo de aquellas baldosa divinas del pasillo central que por otra parte eran idénticas a las demás.

De pronto recibí un fuerte gaznatazo en la nuca que me hundió de bruces en aquel mi sacrosanto arroyo. Mis caramelos de Nata Adams esparcidos rio abajo. 

Salido de algún rincón oscuro sin ser visto, un sacerdote dentro de un pobre jersey incapaz de abarcar tripas del octavo mes de embarazo, esperaba como guardia civil bajo un puente para pillarme en medio de ese acto perverso y delincuente, tan propio de vagos, que era aquel atajo mío. La mala suerte me encomendó interpretar aquella danza diabólica y lo que iba a ser una pequeña reprimenda se convirtió en otra cosa.

—Fermín. Es usted un majadero. Aquí se viene a rezar, no a hacer tonterías. Como vuelva a verlo atravesar la iglesia para entrar al colegio se va a enterar de lo que es bueno.

Miré su boca. Labios finos, apretados. Don Felipe. Un piel-roja ataviado en negros con el alzacuello blanco y adalid de frases  célebres: "Te va a pillar el toro" o "Se recoge lo que se siembra". Frases anodinas, insulsas para rumiar en boca de jóvenes y críos. Un claro bolo a vomitar.

Los curas deberían vestir túnica blanca. Tonos que aclarasen sus mentes, colores que hicieran llevaderas esas vida tan privadas de placeres, tan tristes como para transfigurar sus padecimientos en goces que ofrecer a Cristo. Y Cristo, que nunca se puso ropa carbón, dijo:

—Ya me disteis suficiente padecimiento siendo carne. Os agradecería en adelante algo más de bondad, paciencia, lógica y esperanza. Respeto. Cariño ahora que soy alma.

Yo era un chico inteligente y sabía que rodeado de la pureza, ante el altar, gozaba de protección divina así que respondí con el ánimo contusionado mientras me volvía a repescar mis pequeños pecados de nata:

Aquí se viene a rezar, no a pegarme.

Y no cabe duda que aquel era un lugar especial, privilegiado en medio del templo de Dios, porque comencé a elevarme en el aire alejándome de mis caramelitos plateados de dulce aroma a la vez que sentía un intenso dolor y tirantez en la oreja derecha. 

El malvado Felipe tacatún, más rojo que un salmón noruego,  poseedor de prismáticos potentes con los que en otro lance nuestro dijo observarme, farfullaba o ... más bien adivinaba mi futuro mientras me arrastraba hacia la puerta principal. Allí soltó su presa y me volví para ver en su boca el mismo gesto de dientes apretados que mostraba mi padre cuando me pegaba y llamaba loco del demonio.

Mi pequeña oreja seguía allí, acalorada, quizá igual de roja que aquellas caras furiosas que provocaba con mis fabulosas ideas rápidas. Aprendí a responder con lentitud. Bueno. En realidad he disfrutado y disfruto de una lentitud innata fuera de la cual cometo grandes errores como puede constatarse.

Todos los cristianos compartimos la protección infalible de un Padre omnipotente. Algunos, los de más suerte, disfrutamos la educación sucedánea de padres sacerdote y madres monja. Algunos incluso conservamos padres naturales hasta la edad adulta que nos ayudan a sentir bien (jodidos o no) el resto de la vida.

Todavía me pregunto si Don Felipe cosechó y comió mis galgadas aderezadas con sus inconsistentes perlas de sabiduría. Si recibió premio o castigo por desatar su justicia con violencia en presencia de Dios.  Si había equilibrio entre la carne que comía delante del altar y la sangre que bebía detrás.