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viernes, 29 de mayo de 2009

estoy muerto... Comienzo real de este blog

I'm dead.
"...real, imposiblemente real, evidente, desconocidamente evidente, con el misterio de las cosas por lo bajo de las piedras y los seres, con la muerte poniendo humedad en las paredes y cabellos blancos en los hombres, con el Destino conduciendo el carro de todo por la carretera de nada." Pessoa - Tabaquería


He muerto...
nadie me ve...
...nadie me oye.
...puede sentirme alguien?
En realidad ¿que importa?
Aunque sigo conservando esa curiosidad que me caracterizaba, y si siento curiosidad...
es que si importa.
Me importa saber en qué momento ella decidió deshacerse de mi...

Mientras estaba absorto en mis pensamientos me he dado cuenta de que hay algo que todavía me une a este mundo, y mientras la observo noto que se me ha erizado la piel -¿qué piel?- al roce de los flecos de su chal al pasar a mi lado.

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Este blog lo creó la persona con quien lo comparto un 29 de mayo de 2009 a las 10 treinta y seis de la mañana. Escribió esta breve historia de un muerto, un asesinado que aún siente. 

domingo, 10 de mayo de 2009

Sentry (último capítulo)


Todas las secuencias de control siguieron su curso. Todas las tediosas comprobaciones sobre circuitos que a su vez comprobaban miles de subcircuitos, sensores y subsensores dentro de máquinas pequeñas imbuidas en otras más grandes, a su vez dentro de otras mayores, repetidas casi fractalmente hasta el aburrimiento, se llevaron a cabo –de nuevo- en el tiempo programado y con los resultados esperados: “No Errors, Ready To Start”.

La prueba empezó y ahora las miradas cruzadas entre Sentry y Martha eran como un invisible nexo nervioso que anticipaba las respuestas a las preguntas, validando el trabajo conjunto, preparando el instante en que todo quedaría controlado por el programa ejecutado con inteligencia artificial. El experimento consumió como cabía esperar, en un tiempo brevísimo, una cantidad de energía magnífica. Ya estaba hecho.

Y el gran momento llegó junto con un inesperado final. Coincidiendo con la conclusión del experimento comenzó un tremendo temblor que disparó la respuesta automática programada contra un evento sísmico. El suministro general de energía en las instalaciones se cortó por sectores rápidamente y quedó reemplazado por la fuente de energía autónoma secundaria para el sistema básico de iluminación, computación y seguridad. El electroimán quedó operando a la décima parte de su energía normal. En la sala de control algunas mujeres habían caído al suelo y trataban de incorporarse. Otras se aferraban a sus sillas, a columnas o mesas -cuando no se cobijaban bajo ellas- y así esperaron a que pasara el extraño temblor. Reduciéndose como si se tratara de un inmenso motor que se detiene a golpes, asíncrono, brusco y atragantado: con estertores violentos. También múltiples objetos terminaron en el suelo y muchas láminas ligeras del falso techo  cayeron. Los panvisores generales allí situados se descolgaron y, sujetos por cables de seguridad acerados, oscilaban y entrechocaban vertiendo al romperse una insidiosa lluvia de microcristales de imagen. Cuando finalmente terminó el temblor y la sala comenzaba a recuperar alguna presencia de normalidad, todas sintieron un molesto y persistente zumbido de muy baja frecuencia.

De inmediato Sentry se puso a sujetar, comparar y confrontar los distintos paneles de estado en sus pantallas, incapaz de parpadear. Su hiperactividad se contagió y entre las demás compañeras se cruzaban comentarios gritados por encima del incesante ruido de aquella vibración que cosía un ahogado nerviosismo a sus palabras, buscando respuestas contra la confusión de sentirse atrapadas dentro de un motor rugiente, pidiendo pruebas de control y estado a los dispositivos críticos.

Martha verificó que aquel zumbido provenía de la sala de escape y ninguno de los sistemas de vigilancia mostraba en su monitor lo que sucedía en el interior de la máquina; se habían averiado todos menos el más antiguo: un sistema de espejos con cámaras analógicas. Sin mediar palabra, Martha salió hacia allí. Solo cuando Sentry pudo confirmar que unas pocas mujeres de las instalaciones exteriores a la sala de control habían sufrido heridas de diversa consideración se dio cuenta de que Martha se había marchado y nadie sabía dónde. Entre tanto, en la ciudad habían sentido también los temblores producidos por aquella maquinaria anclada a la roca madre y que, tan solo en la sala de escape, concentraba un peso de 36.663 toneladas. « ¿Qué…? ¿Qué ha podido suceder? » Se preguntaba Sentry. Y era una pregunta que arrasaba, que quemaba, bloqueaba y asustaba. Entonces vio escapar indirectamente durante un momento la imagen analógica inclinada que giraba y oscilaba en un monitor mostrando la sala de escape. Su cerebro le dijo que allí había alguien pero cuando fijo la mirada sólo se veía la parte posterior del monitor. Saltó a la mesa situada inmediatamente debajo, lo paró y volvió hacia ella. Retiró su cabeza y allí estaba: Martha había accedido a la parte superior de la máquina y accionaba los engranajes mecánicos de apertura mientras el sol, a través del tragaluz y el polvo en suspensión producto el temblor, incidía espléndido directamente sobre aquél lugar haciendo parecer que Martha iba a ser abducida. Sentry fundió en un flash el antiquísimo experimento del “gato de Schröndinger” y los planteamientos negativos de Martha sobre su experimento. De pronto sintió erizarse el vello de su piel y, abriendo los ojos, llena de horror gritó un “NO ABRAAAS” que heló la sangre de las demás mujeres. Acababa de comprender lo que había sucedido. Algo maravilloso y terrible sobre el origen y el fin del universo. Salió corriendo para impedir que Martha abriera el estrecho conducto de acceso. Corriendo presa del miedo, de la ilusión por el descubrimiento, de amor y conocimiento, de un llanto que corría también en tristes gotas por sus mejillas llegó hasta la puerta. Se abrieron ambas, la de acceso a la sala y al aparato, a un mismo tiempo. Martha impedía con su cuerpo el paso del sol al interior, pero se volvió al sentir la puerta.

Y el sol cayó dentro.

La última mirada entre Sentry y Martha hablaba de despedidas y de cosas que algunas personas temen decir por miedo al rechazo. El mundo dejó de existir con tal rapidez que probablemente nadie sufrió dolor. Más tarde el sistema solar seguiría sus pasos y sucesivamente, poco a poco a lo largo de un tiempo inconcebible, casi eterno, el resto de elementos cósmicos dejaron de expandirse y el universo comenzó su camino hacia el Big Crunch. Otras vidas inteligentes de planetas infinitamente lejanos se unirían a este descubrimiento con el tiempo, destruyendo o no sus planetas. Lo mismo daba.
Dibujo de Elena María Ospina

Angustia en el vientre fue lo primero que sintió Sentry al salir del sueño confuso sobre un profundo mar de lágrimas. Sus ojos encontraron en la penumbra del dormitorio el amodorrado e inconfundible rostro del vigilante de seguridad por quien interrumpió sus estudios universitarios. El olor de axilas sucias que él llamaba “olor a hombre” y ella “olor a cerdo” fue su segundo regalo de vuelta a la realidad aquel mayo de 2009. Aún quedaban otros muchos regalos por abrir. Muchos días encontraba incluso sorpresas nuevas: ropa interior usada y tirada en cualquier parte, pelos que parecían crecer con más ganas de las que ponía ella en quitarlos, indirectas directas y sin sentido que dejaban en números rojos el saldo de aquella cuenta que abrió su corazón.

Se levantó y subió la persiana. Los cristales perfectamente limpios. La luz gris del edificio de enfrente se hizo paso en el salón reflejándose sobre la madera brillante de la mesa. Retiró el cepillo de dientes que él había dejado en el lavabo y se despejó con agua fresca y su jabón de Clinique. Preparó el desayuno y, al olor de café con croissant tostado, salió el tigre de la cama:

-Joder tía, no has parao de dar guerra toda la puta noche. Que ahora me río, que luego bs-bs-bs hablando…
-Buenos días. Ayer te compré mermelada de ciruela. ¿Te pongo una poca con el croissant? –Desorientado ante el feroz ataque femenino adherido a semejantes palabras mágicas, perdió rápido el hilo de la conversación:
-Si, pero ya sabes que me gusta poner bastante. Pon más, maaaas. Trae hija, trae (qué desesperación, esta mujer es cortita-cortita).

Sentry se sienta con él a la mesa. Se pregunta dónde está el hombre que creyó haber visto un año atrás. Se responde: ¿dónde estaba mi inteligencia? ¿Alguna vez he sido inteligente? El mueve su mano.

-¡¡EHHH!! ¡QUE ESTÁS PASMÁ! ¡Pásame el zumo, hossstias!
-¿Y no puedes pedirlo de otra manera? Si nada más levantarte…
-Joder, ¡encima te pones flamenca! ¿Ya te viene la regla? Anda, andaaaaa, déjame desayunar en paz, que hoy me toca a la puerta del hospital en jornada continua. Me espera una buena. Y mientras tú, por ahí... –Y puso en su cara de cebollino sin afeitar un gesto atolondrado antes de añadir con voz de gilipollas: …de Miranda del Castañar.

Sentry bajó la vista a su café y se mordió el labio inferior. Se acordó de Lisbeth Salander “Otro hombre que odia a las mujeres”. 

El traje limpio y planchado, colgado en la silla del dormitorio. Debajo, bien colocados, sus zapatos brillantes y sus calcetines limpios. Su cartera, sus llaves, en la silla. Después de ducharse no hubo beso, pero sí saludo de despedida:

-¡No te olvides grabarme la segunda parte del documental de la dos! ¿Me has oído?
-Si.

Un mes antes, camino al supermercado del polígono, vio que una empresa distribuidora de aceitunas había pegado una hoja de A4 apaisada en el cristal de sus oficinas: “Se busca personal administrativo. Interesados, entregar currículo aquí”. Sentry fue entrevistada por la propietaria de la empresa y tuvo buenas vibraciones desde el primer momento. 

Hoy era el día. Cogió su dinero, su ropa, sus libros y sus discos. El portátil, sus fotos y su “Nothing book” aún por escribir. Su neceser y sus demás cosas. Todo lo que dejó era pasado: días amargos y recuerdos pesados que soltó para aligerar su equipaje. Como Santa Teresa en su tierra, "se sacudió la zapatilla para no llevarse ni el polvo". Alquiló un estudio y prometió volver a matricularse.

Cuando él volvió a casa, lo primero que hizo fue tirar el uniforme en el sofá. El baño oliendo al gel limpiador de Bosque Verde tardaría en volver a ver el agua. Se cambió y calentó la cena que ella había dejado preparada “¿Dónde estará esta? ¿A que se ha olvidado de grabar el documental la muy payasa?”. Encendió el televisor panorámico y pulsó el “play” del grabador de DVD. Leyó en la pantalla el siguiente texto deslizándose de abajo a arriba: "Te dejo. No te soporto más. Que disfrutes del documental, aunque dudo que puedas comprender nada sobre el acelerador de partículas del CERN, cuando no sabes programar el DVD, ni borrar el historial de búsquedas del explorador (¿Zoofilia?). Desde aquí oigo el eco del locutor rebotando en tu cabeza por encima de esos ronquidos leoninos.”
-Maldita guarra…

Ella dejó una lata de galletas danesas, sus favoritas, pero no se preocupa por cerrarla: alguien lo hará. El ha terminado la leche y abandona el vaso en el fregadero junto al plato pero hasta mañana no sabrá que la loza no se mete solita en el lavaplatos. Se huele el sobaco satisfecho: “huele a hombre”. Se limpia los dientes y deja el cepillo junto al grifo pero hasta mañana tampoco se dará cuenta de que no vuelve solo al vaso. La cama abierta por su costado, el pijama dispuesto. Las sábanas limpias y él se acuesta pensando “Felices sueños, mañana será otro día.”

Para Sentry es su primer día de trabajo. Su jefa se acerca a ella con una preciosa sonrisa que la acelera el corazón y saluda:
-Buenos días, Sentry.
-Buenos días, Martha.