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lunes, 6 de enero de 2020

Repita, por favor

"Algunos aman las flores y los animales porque son incapaces de entenderse con sus semejantes." Sigrid Undset

No quejarse ni lamentarse puede manifestar la ausencia de dolor y sufrimiento, la reserva de palabras, más que el mutismo absoluto. Un rostro que no cambia ni se baña de lágrimas hace suponer un bienestar llano, formas de ser o una simple etapa favorable. 

A veces la realidad más descarnada y lacerante se viste de silencio, favoreciendo esa completa ceguera que facilita la vida a su entorno.

¿Es la violación suficiente motivo para el dolor? ¿Lo es el abuso sexual en la infancia siendo lejano y hasta confuso? ¿O lo será quizá una infancia o juventud de aislamiento y persecución, golpes e insultos? ¿Son asuntos para enterrar hondo y olvidarse?

Algunos animales entierran el alimento para después, cuando la necesidad estruje el estómago agudizando los sentidos. Muchas personas tratan de sepultar sus heridas en la memoria ignorando que es un todo, que nada separa del resto cuanto allí está fielmente grabado. Cada nueva imagen, olor, sonido, sabor, roce o palabras serán bien capaces de desvanecer en segundos el refugio de cualquier recuerdo oculto. Cuando menos nos obligará a volver allí, reconstruirlo, echar más tierra, más alcohol, más mierda.

La tía de mi esposa, pasados los 100 años y consciente de que su cuerpo era incapaz de continuar, dijo un día: "La vida se me ha hecho corta."

¿Cómo puede ser que la vida resulte insoportable siendo joven aún, cuando faltan tantas experiencias ... o que las sucedidas basten para desbordar cada recoveco de la mente hasta asfixiarla?

Puede ser. Porque el engaño es capaz de fracturar la inocencia tanto como el desengaño triturar una nueva esperanza mientras tratas de recuperarte. Puede ser porque lo único que no te decepciona es la soledad cuando necesitas tanta ayuda. Porque todos los palos que continuarás recibiendo con puntualidad caerán sobre un hematoma invisible. Para dirigirte hacia tu esquina de ring y que no te levantes otra vez con ganas de pelear. Para amordazar tu voz cuando por fin la encuentras y no hay nadie que quiera escuchar. Porque nadie quiere escuchar.

No quejarse y callar. A veces la falta de actitud, su cambio, la permanencia en zona negativa, los mil errores y silencios sin fin, los llantos inexplicables, las pésimas notas en los exámenes, la apatía por todo incluidas las ilusiones de antes, los despidos en el trabajo, las largas estancias en babia ... no son suficientes señales. Tener ojos no acompaña de manera intrínseca la facultad de apreciar el paisaje. Distinguir el sufrimiento de alguien puede ser motivo de huida, de ceguera. Incluso de mofa. Saberlo es como poner otra grapa más en la boca. Suponerlo es sellarla para siempre.

Te preguntas: ¿ Quién va a creerme ? ¡ A mí ! ¡ A ese ser que vaga por la casa como un espíritu perdido y que de pronto encuentras observándote inexpresivo desde la puerta  ! ¡ A alguien que no se preocupa por sus escasas amistades ! ¿ Quién puede creer a alguien que no se comporta como las personas normales, como los chicos y chicas de su edad sino como desde esa detestable adultez viciada de amargura ?

Ahí están los ancianos en la residencia. Mientras espero para entregar su pedido los veo dispersos por toda la planta baja, enorme, rodeada por televisores silenciados de 52", entre maceteros de 1x1 metro y algún sofá, asiento múltiple. Una mujer trata de abrirse paso con el andador empujando a los que están en silla de ruedas. La mayoría solos y algunos rodeados de familiares aburridos mientras una enfermera lee su glucómetro como una abeja sobrevuela entre malvas y amapolas. Ahí todos sumando milenios de experiencias exhaustas en fila india hacia el secreto y hermoso almacén de los libros olvidados. Me digo convencido: "Cuantos más dientes nos faltan, más años de vida nos sobran." y a continuación me pregunto: "¿ Dónde quedaron todas esas criaturas que un día fuimos ? Tan hermosas e inocentes, tan humanas, sanas, frescas ...

La rutina sirve para anticiparlo todo. Una de aquellas noches infantiles de verano en casa de mi tía, compartía habitación con un primo cercano a sus 18. En medio de la oscuridad, mientras escuchaba la remota señal de radio estadounidense de turno, me explicó al tiempo que trataba de secar su abundante acné con alcohol cuán duro resultaba su trabajo en una fábrica de zapatillas. Coger las alpargatas y sujetarlas con una goma elástica. Meterlas en una caja. Esa era toda su tarea. Para él un duro trabajo repetir la misma secuencia hasta el infinito. Para mí, por entonces, una delicia convertirse en máquina. Siempre me fascinó ser una máquina. Hacer perfectamente la misma tarea. Ahora sé que está bien, pero no todos los días de tu vida.

Necesito mi rutina, aunque sea la peor del mundo, porque no se cómo hacer funcionar otra. Todas las noches vuelvo a ella antes de dormir. Imagino sucesos tremendos con otras personas, ficciones imposibles en el marco de lo cotidiano. El día entero escapando de todas las personas me lleva a relacionarme con ellas sobre una inconcebible balsa de acechantes amenazas por la noche. Y me duermo pronto. Quizá por lo soporífero que resulta ser el perpetuo protagonista de tus propias películas. Acaso por la tranquilidad que me suscita fantasear pesadillas de la misma forma desde hace tantos años sin que sucedan peores cosas. Por que nada en la vida real podrá superar esa maldad que supongo de las personas. Y porque nada ha cambiado desde que ... siendo niño dejé de ser héroe, tripulante de naves espaciales y hermosas historias para transformarme en un ser abyecto, un cáncer maligno que devora su propio ser.

Así, cuando llega la mañana algunos días, la dedicatoria de mi primer pensamiento sigue siendo para la muerte. Pero tampoco es tan extraño.

Aún así amo casi todos los animales y las plantas, las rocas, los cielos despejados de la noche y el calor del sol por la mañana, al agua más que a mi sangre y aprecio una pizca de cariño en las poquitas personas que de alguna manera me importan.

Feliz día de Reyes Magos. Que ustedes lo hayan disfrutado.

Cuéntalo - Laurie Halse Anderson (guión) & Emily Carrol (dibujos)
 



"You'd be socket at how many adults are already dead inside, walking around with no clue, waiting for a heart attack or a cancer to finish the job. When people don't express themselves, they die one piece at a time. It's the saddest thing I know."