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domingo, 12 de junio de 2016

La ventana de mi cocina

The window in my kitchen.
"Nacemos solos, vivimos solos, morimos solos. Solo a través de nuestro amor y amistad podemos crear la ilusión momentánea de que no estamos solos." Orson Welles.
Miré hacia fuera por la ventana de la cocina sin dejar de amasar. La masa de las empanadas debía quedarme mejor en esta ocasión. Miraba al exterior de la casa y empecé a sentirme extraña. Una vaga sensación de trabajo rutinario mezclado con un sinfín de porqués que no se preguntaban, para los que no podía pedir respuesta ni necesitaba realmente que alguien me respondiera.
Miré ese campo que hay tras mi ventana en la cocina y volví a pensar en uno de mis amigos. Uno al que conozco mejor que a alguno de los que me rodean y que abrazo con frecuencia. Mejor que algunos de ellos aunque pueda mirarlos a los ojos y pueda escuchar su voz y ver sus gestos mientras me hablan.

A través de los cristales veo árboles y veo tierra … cielo … y soy capaz de sentir el invisible viento que lo recorre todo. Desde ese lugar donde vive mi amigo hasta aquí mismo, dentro de mi cocina, entrando y saliendo de mi masa madre y de mi misma. A veces nos unen en la amistad los más insospechados elementos gracias a las increíbles características de nuestra mente. La luz, el color, los aromas de esta rica masa que aguarda el momento de embarazarse de bonito con su sofrito. De dorarse en el horno e inundar la casa del amor de una cocina casera.

A veces las letras escritas por un amigo resuenan en la distancia a través del aire, unas veces acompañadas del son plañidero del campanario de turno en otoño, otras veces con el tono soleado y bullicioso de los pájaros en primavera. Ahora que es verano, toca mucho sol y mucho sudor pero no son sino agua y luz en mis oídos. Yo tengo en ocasiones alterada la percepción de los sentidos. Los convierto en ondas, los hago míos y los hago magia o los hago motivo. Eso le gusta mucho a mi amigo. Quizá es uno de los motivos por los que me quiere tanto. Y pienso si será mejor no tenerlo cerca para no tener que mirarlo a los ojos mientras me habla con sus gestos amanerados y exagerados y callados según la ocasión. Si será mejor así, metiéndose en la masa de mi empanada, entrando en mi ser como un viento que necesito respirar, como una bonita sensación de cariño por un ser al que en cambio no puedo acceder físicamente.

Desde mi casa, y más concretamente en mi cocina, al mirar fuera, al ver la naturaleza inundada de sol, reconozco que pienso en ti, amigo mío y casi al instante, me llena un bienestar de retorno por ese cariño que os envío. Pienso en ti, en tu familia, tu día a día. Y es una bonita forma de recordaros aquí, en una casa que es la vuestra.

Os deseo lo mejor. Gracias por las rosas de vuestro jardín.

¡Ah! ¿Quereis un trozo de empanada?