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martes, 30 de abril de 2013

MARIA Y YO - Maria Gallardo y Miguel Gallardo (autismo)

"He aprendido que la gente olvidará lo que dijiste y olvidará lo que hiciste pero, lo que la gente nunca olvidará, es cómo les hiciste sentir." Maya Angelou 
Hoy encontré este libro:


Que Miguel esté encantado con María, es natural.
María es su preciosa hija. EH?
¿QUE NO ME CREEIS? Necatus et stultus sois. Ved la imagen a continuación:


Desde luego, la sonrisa es contagiosa, como dice su padre.
Tienen un blog "mu" chulo. (Abandonado a fecha Junio-2012)
Aquí: mariayyo-gallardo.blogspot.com.es


Y bueno, pues me encanta este libro.
Es una prueba de que el amor incondicional existe. 
Será, en términos generales, otra prueba más o no, pero esta es una demostración única. Como María es única.

Gracias María, gracias Miguel. Y un botón de muestra del contenido.







Y hay una parte que me llama la atención.
Cuando María deja caer la arena rozándole entre los dedos, mirando de cerca cómo fluyen los granos, cómo escapan y se alejan y confunden entre los demás. Cómo cada uno forma parte de un todo, imprescindibles cada uno, ocupando su espacio, todos amigos e iguales, todos en la montaña rusa, tomados en volandas para ser liberados en su mano, todos corriendo en la manada, como gotas en la cascada, despacio para nosotros y a velocidad de vértigo para ellos.

Cuando era niño, tenía fascinación por mirar las cosas de cerca. Las ponía lo más cerca de algún ojo y observaba las cosas grandes desde el punto de vista de las cosas pequeñas. Y jugar horas con el agua en el lavabo hasta arrugar la piel de los dedos... Me recuerdo de niño haciendo eso y me siento como María, cada uno feliz en sus cosas, en vuestro mundo. Llegué a tener sueños repetidos donde la relación entre lo grande y lo pequeño era algo... cómo decirlo, ¿asombroso? ¿obsesionante? ¿revelador?:

Soñaba que estaba en un gran espacio que albergaba infinidad de columnas verticales, perfectamente rectas y perfectamente lisas. La cuestión es que las columnas eran iguales en todo excepto en su grosor. No distinguía su base ni su techo. Y su diámetro podía ser inmenso, mediano, fino y extremadamente mínimo, menor que el de un cabello. Tener consciencia de la diferencia extrema en el tamaño era algo que me dejaba en "shock". Este sueño repetido formaba parte de mis pesadillas.

En el colegio, veía una partícula sobre un libro, y me ponía en el sitio de la partícula. Salir de esa explanada sería para esa partícula toda una hazaña. No hace falta decir que en clase estaba en otro mundo y mis notas eran del inframundo.


Jajajaja, cada uno tiene sus propios rituales, ¿no?. En fin.


Y en youtube tienen un vídeo explicativo, aquí:




JA, qué bueno. En la peli dice que en lugar de jugar con sus muñecos, los ponía en fila india. ¡Leches! Yo ponía mis coches en fila india para ir al garaje a lo largo del doble pasillo y mi padre se ponía negro porque empleaba todo mi tiempo en eso. Decían los psicólogos que era un insociable. Además, también tengo fascinación con cosas que giran. Dar vueltas a todo tipo de objetos me deja sin parpadeo. Ver como se paran poco a poco... Y en una ocasión estaba trazando la figura de infinito en torno a dos piedras con la bici y no me daba cuenta del tiempo que llevaba haciendo eso, hasta que mi suegra me pegó tal bocinazo que me sacó del trance: 
"¡¡PERO QUIERES DEJAR DE DAR VUELTAS!!" 
Que cosas. A lo mejor todo tiene algo que ver, y por eso me quedaba solo en una columna del cole cuando tenía 6 o 7 años, en lugar de jugar con los otros nenes. ¿¿¿-???



16-12-2019: Tienen su propia peli. Podés verla clickando en la imagen siguiente. Que emoción cuando María se queda mirando las partículas de polvo en el avión. Me caían lágrimas del tamaño de botellas de coca-cola porque es algo que también me deja boquiabierto, emocionado, el polvo en suspensión a contraluz, su movimiento, flotando contra la gravedad, corriendo, escapando a mis dedos ... 



viernes, 26 de abril de 2013

EXILIADOS - Un cuento de Neil Gaiman (de The Sandman Vol.7)


Cuando era niño vivía entre bosquecillos de moreras.
En verano, las moreras manchaban la hierba verde de púrpura carmesí.
Pájaros de mil colores bailaban en el cielo cuando era un muchacho.
Alegraban el día con sus intrincadas canciones.
"Somos quien elegimos ser", cantaba el jilguero cuando el sol estaba en lo más alto. "Tengo sueños, sobre sueños, sobre sueños", cantaba el ruiseñor bajo la luna pálida.
[Los textos entre corchetes, para suplir la carencia de los imprescindibles dibujos, no pertenecen al guión original]

Las muchachas de mi pueblo tenían los labios como ciruelas
y eran mucho más guapas que las muchachas de los otros pueblos
en los días de mi juventud.

Ahora que soy más viejo, respeto la voluntad de los dioses.
Hace mucho tiempo, aprobé los exámenes
y me nombraron prefecto de toda una provincia.
He estado al mando de ejércitos y he aconsejado a dos emperadores.
Puse a su disposición toda mi sabiduría y a sus órdenes todos mis conocimientos.
He tenido riquezas en abundancia, una esposa, un hijo y muchas concubinas.
Solo el fénix se eleva
y ya no desciende.
Así pues, en el crepúsculo de mi vida, me envían al exilio,
lejos de la corte, de la familia y de todo lo que conozco.

En mi viaje he visto muchas cosas extrañas.

Al atravesar las montañas Nan Shan nos atacaron los lobos,
animados por una criatura raquítica a la que consideraban su rey.
Cuando lo matamos, los demás se desanimaron.
He soñado con las responsabilidades de los emperadores.

Hace muchas leguas que no oigo al ruiseñor.
Pero he tenido sueños, sobre sueños, sobre sueños.

Viejo amigo, esta carta solo te la escribo mentalmente, pero
es una carta magnífica con un perfecto manejo del pincel.
Las manos viejas no tiemblan ni duelen
cuando la carta se escribe en el aire.

Cuando nació mi hijo, el emperador encargó unos fuegos artificiales.
Estallaron en el cielo nocturno como girasoles de luz.
Ahora mi hijo está muerto y yo estoy exiliado.

El desierto es gris: arena gris bajo cielos grises,
y le digo a mi guía: "Este desierto es gris", y él me da la razón.
Es un hombre de un pueblo de los alrededores.
Le pregunto cómo se llama el desierto, pero mi guía no responde.
El desierto tiene un nombre de mal agüero, y
el mal agüero se ha convertido en mi vida.

Mi hijo se alió con el pueblo del Loto Blanco.
"Tienes suerte de que no te haya cortado la cabeza",
me dijo el emperador.
Y aquí estoy, con arena en la barba, los ojos y las orejas,
con los pensamientos bañados por el gris y la arena.
Los sueños, como la espuma de mar, lo bañan todo.

En el pueblo donde contraté a mi guía me encontré una gatita,
blanca como la flor del cerezo.
Me llevó hasta unas rocas a las afueras del pueblo y
me mostró a sus gatitos.
"Si encontramos gatitos, los matamos", dijo el posadero.
"En el pueblo apenas hay comida para los hombres."
Esa noche volví sigilosamente hasta las rocas, aunque hacía frío, y
me guardé en la manga al más pequeño de los gatitos.
En esta travesía del desierto apenas tenemos agua para nosotros.
Solo un necio se traería un gatito.



Hoy me ha clavado tres veces las uñas.
Sus ojitos aún son de un color azúl turbio.
Cuando paramos para orinar, el gatito hace lo mismo.
Espero que viva hasta que lleguemos a la ciudad de Wei,
al otro lado del desierto.
En Wei viviré los años que me quedan.
Suave, suave silba el desierto, como
el chapoteo del mar contra los guijarros de la playa.

-¿Has dicho algo, maestro?
-No he dicho nada.
-Disculpa, maestro, me ha parecido oírte hablar.
-Estoy redactando cartas que quizá ponga por escrito cuando termine este viaje y estemos a salvo. Así ocupo la mente mientras viajamos. ¿Tú haces algo para mantener la mente ocupada?
-Rezo, maestro, para que el todopoderoso y todos los dioses menores nos hagan cruzar el desierto sanos y salvos. También tengo esperanza.
-He oído que en este desierto florecen los espejismos. Que lo recorren fantasmas y espíritus de zorro que roban a los viajeros y los desvían de su camino.
-Así es, maestro.
-¿Cuánto falta para que se haga de noche?
-Varias horas, maestro.
-¿Y hasta que crucemos el desierto?
-Al menos un día más, maestro.

Mi guía lleva campanitas de plata cosidas a las mangas
y a la brida de su caballo.
En el desierto, el viento a veces se levanta de repente.
Suele pasar que los que entran no vuelven a salir.


El emperador no ordenó que me matasen pero tampoco
le apenaría demasiado si le informaran de mi muerte.
Le aconsejé sabiamente, a él y a su padre antes que a él.

Aquello que se sueña no puede considerarse que no se ha soñado.
Llevo muchos meses de viaje.

Presa de una honda pesadumbre, sueño con una taza de vino.
Me imagino una taza de porcelana.
Vierto el vino caliente y sorbo, exquisitamente.
Pero no tenemos vino, y escaso es el vino del recuerdo.
Calor y frío, anocheceres y amaneceres.
Esta es mi suerte.

A veces pienso que mi viaje no terminará nunca.

La arena del desierto me azota la cara.
Siento como si me azotaran la cara con látigos de alambre.
Mi esposa torturó una vez a una sirvienta con látigos de alambre:
Faltaba un anillo de oro y la muchacha era la única sospechosa.
Mi esposa la mató antes de que pudiese confesar.
Muchos años después encontramos el anillo
entre dos tablas del suelo.

Las riendas se relajan entre mis manos
y esta noche me pesan los años.
Le digo al mozo que voy a desmontar y él sujeta al caballo.
La arena que trae el viento me ciega...
... y no veo nada.
Y cuando recupero la vista, estoy solo.

Los sabios dicen que todo lo enterrado quedará algún día al descubierto.
Si esperase un rato, oiría el tintineo de las campanas de plata.
Y reanudaríamos nuestro viaje hacia la ciudad de Wei.

No es la primera vez que tengo espejismos,
los he tenido en otros desiertos.
Una vez, en el lejano sur, vi el Palacio Imperial
con cada baldosa y cada grabado, aunque se desvaneció al acercarnos.
He visto el oleaje del mar en lugares donde no había agua.
Ahora ondean orgullosas banderas carmesíes, 
aunque el viento ha amainado, y
el aroma de la resina ámbar de pino llena el aire.
Oigo la canción de los ruiseñores y huelo a moras aplastadas.
Y caminando hacia mí, veo a mi hijo.
"Estás muerto", le digo. Y él agacha la cabeza.
"Estoy muerto, padre", me dice.
"Me cortaron la cabeza y las manos. 
Arrojaron mi cadáver a una fosa y ni toda 
la magia del Loto Blanco pudo salvarme."
La arena se mueve bajo mis pies. 
No logro encontrar el equilibrio.
"¿Dónde estamos?".
Le pregunto a mi hijo, que está muerto. 
"¿Me he unido a ti en las terrazas oscuras?"
"¿Esa tienda es la morada del Prefecto de los Muertos?"
"Mi padre sigue entre los vivos." Responde mi hijo.
La ira se apodera de mí y se lo reprocho.
"Si te hubieras contentado con la superficie de
la vida, todos habríamos sido más felices. Nada 
bueno surgió de tu estudio de las artes mágicas."
Mi hijo agacha la cabeza. 
El gatito bufa, asustado, y huye. Corro tras él.
-¿Padre? Soy tu hijo. ESE no es más que un gatito. ¿Porqué me abandonas para perseguirlo?
-En vida eras toda mi alegría. Ahora que estás muerto, sólo te veo en sueños. Y al despertar, mi almohada está húmeda por culpa de las lágrimas. El gatito está vivo y necesita mi ayuda.
-¡NO vayas ALLÍ!
-Cuando estabas vivo, no hacías caso de mis consejos. Yo estoy vivo, y tú, muerto. Tomaré mis propias decisiones.

Qué raro es este desierto: me rodean los mástiles de barcos destrozados. Subo hasta una duna y llamo al gatito con palabras de consuelo.

[El hombre entra en la tienda que hay en lo alto de la duna. Dentro se encuentra Morfeo, rey de los sueños y el hombre se dirige a él sin conocer su identidad]

-¡HEY! ¿Qué haces aquí, en este antro de demonios? ¿Te has perdido, o eres tú también un demonio?
[Morfeo, de espaldas él, está sentado sobre el suelo con las piernas cruzadas. Antes de obtener respuesta, advierte:]
-Disculpa mi franqueza, pero soy viejo y seguramente mi carne sea demasiado fibrosa y poco sabrosa. No creo que le gustase ni a un demonio.
-No soy un demonio, honorable maestro Li.
-¿Sabes mi nombre? Ahora estoy seguro de que eres un demonio.
-Conozco muchos nombres, maestro Li. ¿Porqué has entrado en mi tienda?
-El emperador me ha enviado al exilio. Y he entrado en tu tienda, señor, buscando a mi compañero de viaje, un gatito.
-Ah, vienes con Camina Sólo de Noche. Aquí está. ¿Mrrr?
[El gato maúlla tras la llamada de Morfeo y, misteriosamente, este añade:]
-Estás a miles de leguas y a cientos de años de tu casa.
-¿Cientos de años?
-En cierto modo. Estás en uno de los lugares blandos en las fronteras del Sueño. Vengo aquí de vez en cuando a pensar y a recordar.
-Mi señor, nadie sabe qué nos depara el futuro, y es posible que mañana ya esté con mis antepasados.[El hombre recoge sus manos sobre el vientre y explica tranquilamente:] Hoy ya he visto a mi hijo, a quien mató el emperador, y lo interpreto como una señal de muy mal agüero. No sé qué eres, pero creo que no quieres hacerme daño. [inclina la cabeza] Tengo algo que pedirte: una plegaria de alguien que sabe que, aunque los dioses escuchan y atienden todas las plegarias, no es imposible que la respuesta sea "NO".
-Sigue.
-Llevo muchas leguas soñando con una taza de vino. No con un pellejo entero de vino, pues me pondría achispado y me volvería insensato. Sólo una taza de vino para entrar en calor.
[Morfeo se lleva la mano izquierda a la boca en actitud pensativa y contesta:]
-Dentro de un tiempo, o hace un tiempo, un joven me dio agua en este desierto, aunque no tenía gran cosa que ofrecerme. Sería descortés por mi parte darte menos de lo que él me dio. Toma.
[Le sirve vino en una taza. El hombre, ahora sentado, lo toma cerrando los ojos con exquisitez y dice:]
-Estaba rico. Rico como en mis sueños. Toma, por favor. Debo pagarte.
-Guárdate la moneda, maestro Li. Dásela a quien la necesite. 
[El hombre mira la moneda contestando:]
-Se la daré al primer mendigo que vea, señor.
[Morfeo, ahora en pié, con los brazos cruzados cuenta, refiriéndose a su propia experiencia:]
-Erase una vez un sabio que quería a su hijo tanto como querías tú al tuyo. Un día, el hijo murió, pero su padre no derramó una sola lágrima por él. Cuando le preguntaron porqué, respondió: "No lloré por él antes de que naciera y no lloraré por él ahora que ha muerto". ¿Qué opinas?


-Me parece una estupidez. Lloras, porque lo que toca es llorar. Pero tu dolor no es inútil: no te conviertes en esclavo del dolor, sino que te despides de los muertos y sigues adelante.
-Así es. [Se agacha y acaricia al gato, que maúlla] ¿Mrrr? De acuerdo. Si tienes que irte... Adiós, Camina Solo de Noche. Parece que ya te vas, maestro Li.
-¿Señor? ¿Hay algún modo de salir de este desierto?

[El hombre vuelve los ojos hacia su interlocutor, pero se encuentra solo, sobre la arena en lo alto de la duna, con el gatito a su lado. Ambos caminan sin rumbo, mientras la invisible y gigantesca mano de Morfeo toma y deja escapar entre sus dedos la fina tierra del desierto.]

Sigo al gatito por las arenas movedizas. Mis viejas piernas tropiezan.
Me siento más viejo que P'eng. Y entonces oigo el murmullo de voces.
Y al otro lado de la llanura, oigo el sonido de la locura.
HA! HA! HA! HA! HA! HA! HA! HA! HA! HA! HA! HA!

[El hombre se acerca al origen del sonido y encuentra una vitrina sobre un pedestal, con un muñeco de marinero que ríe alocadamente. Junto a esta, se abre un abismo que no puede cruzar para alcanzar el otro lado. Se vuelve a mirar la vitrina, que ahora es una máquina de extraer regalos dirigiendo con un mando la pequeña grúa. Elige un puente.]

Cruzo el puente y me digo 
que estoy soñando.
A medida que crece el crepúsculo
amarillento, mis pensamientos se
vuelven agitados e inquietos.
Una vez cruzado el puente, me entra la duda:
¿He cruzado el puente?
¿He experimentado lo que ya he 
experimentado?
No sabría decir, no lo sé a ciencia cierta.
Mis pies me llevan ante una tienda por
segunda vez.
Oigo voces graves, jinetes lejanos, 
un trueno remoto.

[De nuevo, Morfeo, reencarnado en sí mismo tiempo atrás a través de una gran esmeralda, lleva una túnica blanca y a modo de colgante sobre el pecho, esa esmeralda. Está quieto en pié con los brazos cruzados, entre el hombre y la tienda, y habla:]

-Hola, maestro Li.
-Lo mismo digo, maestro. Disculpa la confusión de un viejo, pero ¿No nos conocemos de antes?
-Nos conocemos, maestro Li.
-Al otro lado del abismo había un hombre que podría haber sido tu hermano.
-Me conociste, maestro Li, hace mucho tiempo.
-Entiendo.
-Eres sabio. [Morfeo se agacha para acariciar al gatito -maúlla- y le dice:] Tú también, valiente. ¿Quieres caminar junto a mí, maestro Li?
-Haré lo que me pida mi señor. [Los tres marchan, Morfeo, el maestro Li y Camina Solo de Noche]

Cabalgaron los jinetes hacia nosotros, envueltos en una nube de polvo. Se oía el tintineo de jaeces y bocados, el sonido de lanzas contra escudos, de fustas de plata contra los ijares de los caballos, y el ruido de cascos resonaba como el trueno por la arena.

-¿Eres el señor de este reino? [preguntó uno entre los jinetes]
-Si. [unos pasos detrás de Morfeo, el maestro Li aguarda junto al gatito]
-Mi señor, llevamos mucho tiempo cabalgando.
-Por eso estoy aquí. Ha llegado la hora de que abandonéis este lugar.
-Pero mi señor... ¿Qué será de nosotros? ¿Nos devolverás a las épocas y lugares de los que procedemos? ¿o nos desharemos en polvo y, olvidados, seremos uno con el desierto? ¿Omnia mutantur, nihil interit...?

[y Morfeo contesta:]
-Quizá

Las llamas bailan en la blancura de su túnica.
Niega lentamente con la cabeza.
No sé si está sonriendo.
Quizá sonríe.
Y luego se da media vuelta.
Se oye el sonido de un trueno en verano, suave y lejano.
Estamos solos en medio del silencio.
Solo se oye el silbido del viento en la arena.

-No me gustan las cárceles maestro Li. A veces sospecho que construimos nuestras propias trampas y que caemos en ellas fingiendo sorpresa. Que la vida es así para todos, desde el Altísimo hasta la criatura más despreciable de la creación... Pero sea o no este el caso, sigue valiendo la pena abrir jaulas. Liberar al prisionero sigue siendo un acto virtuoso.
-Eso dicen los sabios.
-Las herramientas, claro está, pueden ser la más sutil de las trampas. Sé que algún día tendré que destruir la esmeralda. [Pero el hombre no comprende el mencionado significado y utilidad de la esmeralda]
-¿Mi señor? [Morfeo cree innecesario explicarse y cambia de tema]
-Pero ese día puede esperar. ¿A dónde te diriges, maestro Li?
-Al exilio, señor, el emperador ya no necesita mis consejos.
-Entiendo. Lo siento. ¿Querría el venerable maestro Li hacernos el honor a mi modesto reino y a mí de actuar como consejero? ¿Y quedarse en mi humilde castillo todo el tiempo que desee?
[El hombre inclina la cabeza mientras piensa. Recoge las manos a su espalda y levantando la cabeza contesta:]
-Eres tú quien me honra al ofrecérmelo, señor. [ahora se lleva las manos atrás, sobre sus caderas y reflexiona mirando al suelo para decir:] Parto al exilio: me han condenado a ser prefecto en el puesto más lejano del imperio. Soy viejo y el emperador aún es joven. No espero recibir jamás un mensaje que me diga que puedo volver a casa. No viviré para volver a ver a mi esposa, ni el pueblo donde nací. Pero me he pasado la vida obedeciendo la voluntad del emperador, y el emperador me ha enviado a la ciudad de Wei. Haré lo que me ha ordenado mi emperador.
-Entiendo. Si cambias de idea, díselo al gatito. El me lo dirá a mí.
-Como desees, señor. 
[desea resolver una duda y pregunta:]
-Señor...  ¿Qué es lo que ha dicho el portavoz de los jinetes cuando se ha desvanecido con ellos?
-Omnia mutantur, nihil interit. "Todo cambia, pero nada se pierde." Buen viaje, maestro Li.

[La esmeralda brilla. Morfeo se desvanece entre ondulaciones y dunas por las que a lo lejos reaparece el guía con los caballos. El maestro, que ahora está tendido, dormido, chilla y se incorpora ante el mordisco del gatito]

Mi guía había pensado que se me había tragado el desierto, que me habían secuestrado los ogros y los espíritus de zorro, los demonios o los fantasmas.
El gatito me salvó la vida al hacerme gritar.
Pienso en el grito de un recién nacido al llegar al mundo.
Tengo la barba y la ropa llenas de arena y el cuerpo dolorido.
¿Fue un sueño? ¿Solo un sueño? ¿O simple locura?
Fuese o no real, me comporté correctamente, y
la corrección en el comportamiento es una de las virtudes cardinales.
Vuelvo a meterme el gatito en la manga.
Le he salvado la vida y él me la ha salvado a mí.
Es responsabilidad mía.
No podemos eludir las responsabilidades.
Aquello que se sueña no puede perderse,
ni considerarse que no se ha soñado.

Tomaré pincel y papel en cuanto llegue a la ciudad de Wei, viejo amigo.
Pienso en ti, y en mi esposa, sola y deshonrada en la capital.
Y en mi hijo.

Estoy exiliado en la inmensidad gris
del fin del mundo,
pero ya no me lamento;
agradezco el dolor de la mano.
Imagino el sabor de las moras 
en el crepúsculo violáceo.
Y mañana llegaré a la ciudad de Wei.

Solo el fénix se eleva
y ya no desciende.

Y todo cambia. 
Pero nada se pierde.


FIN.----------------------------------------------------------------------------------------------------

He transcrito y robado este guión de Neil Gaiman,
para mi amiga, el hada Hasivi.

domingo, 14 de abril de 2013

Repulsivo

"Aprendí, hace tiempo, a no luchar nunca con un cerdo. Te ensucias y, encima, al cerdo le gusta." George Bernard Shaw
El ha vuelto a casa. Hoy son las 4 de la madrugada. Apesta a alcohol, a borrachera de tugurio barato.
Tiene ansia de sexo; no le llegó para pagar por ese servicio. Enciende la luz de la habitación y ella está de pié, más allá de la cama, apoyada junto a la cómoda, con los brazos cruzados sobre un camisón blanco de verano. El se ríe. Ella no le quita ojo y aprieta los labios. Apoyándose en el marco de la puerta, con la cabeza en difícil equilibrio, su estúpida risita termina transformándose en una lengua pastosa dentro de una boca reseca. Sus ojos enrojecidos y entornados pasan absolutamente de la cara de su mujer, la ignoran y arrastra la mirada por su boca, su cuello y sus pechos. Descuelga el pesado brazo para ir hacia ella, apoyándose en la pared con cada paso. Ella suelta sus brazos y acude en su ayuda, como tantas veces y comienza a desvestirle. El equivoca la idea, y vuelve a poner su asquerosa sonrisa de putero borracho.

-Je je je... de muedes potu homdre, ¿eh? pequeña zorra... - sus palabras, babeando por la comisura de los labios, moduladas sobre un aliento hediondo, la dejan perpleja, como tantas veces.

-Eres un cerdo ingrato, maldito seas... - Se lleva el brazo al pecho y le aparta con el otro queriendo alejarse de él, pero la agarra y la tira en la cama y, cuando trata de incorporarse, acierta a dar con su oscura y encallecida mano de hombre duro en paro, sobre la delicada y suave piel blanca de su desafortunada esposa. Un sonoro golpe que roba las fuerzas y desata el dolor y el llanto, como tantas veces.

-Puda, de voy a enseñá lo ques un ceddo... - Se le tropiezan las palabras al muy cabrón. Se le enciende la mecha de la violencia y por ello disfruta una erección media. Se cae sobre ella intentando quitarse los calzoncillos y le clava los codos el muy animal.

-¡¡ AAAYY!! ¡¡ DEJAME EN PAZ !! ¡¡ BESTIA !! ¡¡ BORRACHO!!

-¡CALLADE PUTA! - Ahora la tiene a su merced. Vuelve a pegarla y le arranca el camisón y la ropa interior, como poseído por mil demonios, se le hinchan las venas, desea ahogarla pero la sujeta por el cuello de momento.

-Deja dacer ruido... de voy a dar lo que deseas... guarra... sois toas unas guarras...

La viola y, cuando termina, comprueba que ella no se resiste ni se mueve y se tumba en la cama como si tal cosa. Ella se levanta y va al baño sollozando. Se limpia por dentro, dolorida. Siente dolor por fuera, en las costillas, en la cara. No quiere mirar al espejo. Pasa por la cocina. Vuelve al cuarto y allí está él, boca arriba, con los calzoncillos colgando de una pierna, una imagen patética. Se acerca a él.

-Me has enseñado lo que es un cerdo. - El la mira vagamente mientras vuelve la cabeza y pide que pase de él con la mano. Se pone boca abajo y muestra su culo peludo. - Ahora te voy a enseñar lo que le pasa a los cerdos...

Ella le degüella y él, apenas es capaz de levantarse, hace ruidos raros con su voz y cae redondo escasos momentos después.

Sin permiso, perdón. Dibujo de latrini (ver más en  http://latrini.artelista.com/)