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jueves, 30 de abril de 2020

Paco&Emi. El muradal.


Para Paco, su compañera es un enigma. La mira cuando comen, una frente al otro y no puede dejar de mirarla. Ella lo sabe pero espera. Hasta que se cansa.

—¿Qué me miras tanto?

—Es que ... estaba pensando lo poco aprovechada que estás
—dice desviando la mirada a los fideos mientras retira charcos de grasa por el contorno del plato.

¿Queeeé?

—Que tuviste mala suerte, si hubieras podido tener un trabajo donde tus capacidades se hubieran podido hacer valer ...

—A qué te refieres.

—A tu memoria.

—Bah, eso no vale para nada.

—No es verdad. Que tú sepas mejor que yo los nombres y las caras de los vecinos del edificio donde mis padres o por ej

—Eso es porque en vuestra casa nunca ponéis atención cuando hablan los demás. Solo estáis a vuestro tema y nunca escuchando
—antes de responder, retira la banderilla que acaban de clavarle.

—No, no. Es ... algo más. Es que te acuerdas desde pequeña de todas las personas de tu pueblo ... de todo lo que hacía cada uno, de cómo se comportaban, sus nombres, las relaciones entre unos y otros ...

—Hijo, cómo no me voy a acordar, si no éramos más que unos cuantinines. Tú es que eres un desmemoriado
Paco se queda pensando. "Sí, tengo memoria para algunas cosas. Para otras no."

Las cucharadas de la sopa de cocido le saben a gloria pero una falta de habilidad o un exceso de ganas le hacen sentir maleducado, torpe y más basto que un cordón de esparto. Se limpia la escurrindanga de la barbilla y en la siguiente cucharada tira alguna gota en el mantel. No tiene remedio, piensa también.

Le gusta escuchar a "su chica" rememorando cosas del pasado. Vuelve a preguntarle por la época de niña, cuando jugaba en el vertedero.

—Muradal, no vertedero. Nos llamaban guarras, ¡ja, ja, ja! ... En el pueblo había varios sitios de estos donde la gente tiraba las cosas, basuras. Había incluso una, la Eloína, que cogía el cubo y lo volcaba al otro lado de una valla de su parcela, tal cual.

—Pues vaya cerda. Se le acumularía ahí una peste ...

—Hombre, antes no se generaba tanta basura como ahora. Era diferente. Nosotros por ejemplo la llevábamos a la alameda.

—Menudo sitio también, al lado del arroyo.

—No era en la parte que tú conoces. A ver, y no íbamos allí a jugar. Ya te lo he explicado otras veces. Solo íbamos a coger cosas para nuestra casita. Imagínate unas niñas todo el verano. Con algo nos teníamos que entretener. Hacíamos una casita y cada una nos poníamos en un lado. Una en el salón otra en la cocina ... y ahí lo poníamos todo. Hablábamos, hacíamos como que fumábamos, todas tontitas ... ya ves tú.

—Mis hermanas también lo hacían.

—Luego, cuando venía el hijo de Eutimio, Fernandito, nos tiraba todo al suelo. Era chiquitajo y gordo y se reía como un loco. Pero sus padres le reían las gracias. Y sus tíos, Miguel y Manuel. Cuando alguna gritaba "¡Que viene Fernanditooooo!" ya sabíamos que la casita iba toda al suelo. Vaya muchacho más idiota. Sólo hacía que gamberradas por todas partes. Fíjate que ningún chico del pueblo nos hizo nunca algo así.

—Pero eso de coger cosas de la basuraaaa ...

—Bah, pues igual que lo de cagar en las tenás. Como no has vivido en un pueblo no tienes ni idea.


Tenada en Villa Veses, Segovia. 

A Paco le resulta difícil acertar imaginando la supuesta "tená". Dibuja en su mente  tres paredes de piedra en torno a un cuadrado de un metro por un metro, le coloca un techo de uralita y una puerta hecha de tablas. Lo más parecido a un retrete antiguo de tasca inmunda. Y le surgen dudas con la puerta.

—¿Cómo era la puerta? ¿Tendría cerrojo, no?

—Ni puerta ni nada, si te he dicho que era una tená.

—¿Y qué es una tená?

—Pues un cacho caseta con una miaja de techo.

—¡¡ Entonces cualquiera te podría ver cagando !!.

—Si, claro, esas ganas teníamos de ver cargar a nadie. Menudo plato de gusto. Cuando el que fuera sentía acercarse a alguien decía "QUE ESTOY YOOO" y listo
—hace una pausa y ríeJe, je. Ya te conté cómo iba mi hermano a tirarle piedras al tejadillo cuando iba a cagar Remigia, la profesora. Y luego le castigaba. Sabía que era él.

—Así no le saldría el chorizo a la pobre. Pero habría un agujero donde echarlo ¿no?

—Buéh, qué dices. Ni agujero ni na. Y de pobre nada, que menuda cabrona era. Tenía muy mala idea y bastaba que yo no quisiera leer en voz alta para que me obligara. Pronunciaba T en vez de Q
—pone cara de asco y tono irónico y malicioso de burla mientras repite: "A ver como lee Emi con su lengua de trapo."

—Pero si no había agujero entonces ... ¿lo hacíais uno encima de otro?

—No hombre, no. Cada vez te buscabas un lado. La tenás no son tan pequeñas. - Paco ahora ya imagina una portería de fútbol hecha con tres paredes y un techo. Luego se enterará que la palabra correcta es tenada. "Reminiscencia de las antiguas cabañas prehistóricas donde se cobijaban los carros y algunas bestias y que solían emplazarse a la salida del pueblo". Emi aprovecha el espacio en blanco de Paco para salir del asunto de la mierda que parece interesarle tanto y volver sobre los juegos con sus amigas.


Gitanilla - Pelargonium Petatum

—Me acuerdo que en la casita pusimos un esqueje en un tiesto y nos creció una gitanilla muy mona.  Estábamos todas ilusionadas con ella pero un día desapareció. Al poco supimos quién fue porque Juanita, (una de sus amigas de la casita) que iba invitada a la piscina del señorito,  vio en la casa de la guardesa nuestra maceta con la gitanilla. Ya ves. Una tiparraca que tenía un montón de tiestos y se lo roba a unas niñas.

—Habérsela quitado. O le hubierais roto con piedras los cristales.

—Qué bobadas dices. No. No podíamos entrar allí. Menudos perros lobos negros con los ojos amarillos tenían. Además esa señora, la Filomena, era tan imbécil que le parecía mal que tuviéramos la casa  cerca del corral de sus gallinas. Ya me dirás unas simples piedras colocadas por el suelo. Mi madre fue la única en enfrentarse con ella. "¿Pero a tí qué te molestan ahí las cosas de las niñas?" le dijo.

—¿Y qué cosas cogíais de la basura?

—Pues ... los botes de laca de la madre de Carmen 
otra de las amigas o los frascos de perfume de la madre de Juanita—de pronto hace un gesto como de echar aguale tiraba el perfume poco a poco para coger el frasco cuando se terminara y llevarlo cuanto antes a la casita. Si se llega a enterar su madre ...

—Pero todo esto ... porque erais pobres, ¿no? Nosotros también éramos pobres al principio.

—Tú no sabes lo que es ser pobre.

—Bueno, mujer ... no te creas. Nosotros éramos pobres de ciudad que, si lo miras bien, teníamos menos que los de campo.

—Te recuerdo que tu madre siempre tuvo quien la ayudara en casa.

—Bueno, siempre no. Te hablo de al principio.

—Además, lo de pobre suena triste y yo lo recuerdo como una época muy feliz, hasta los 6 años. Lo que no sé es cómo no nos matamos alguna.

—¿Por?

—Pues porque hacíamos muchas burradas. Íbamos por la carretera haciendo la cabra. En invierno patinábamos en las charcas, vamos, para romperse el hielo y ... luego en verano íbamos con una cámara de neumático como flotador. Y aquello no era agua con cloro como la vuestra de la piscina, desde luego, parecía negra. Se removía el lodo y no se veía el fondo. Tenía que haber una de bichos ... en fin.



Emi fue una niña feliz. Al menos hasta los 6, cuando las cosas empezaron a torcerse y llegaron las primeras tareas impuestas. A sus hermanas las enviaron a servir con 12 años y aunque la necesidad no obligara a sus padres a hacer lo mismo con ella, no se libraría de realizar muchas otras tareas.

Cuando salía de casa iba con sus amigas y estaba mucho tiempo, no en la calle como hubiera podido hacer Paco si hubiera querido, sino en el campo. No rodeada de edificios y más edificios sino de enormes extensiones de campo y árboles que pretendían colonizar el cielo y pintarlo con los tonos verdes y amarillos secos, clásicos de los veranos en Castilla. Con enormes rocas redondeadas de incomprensible naturaleza formando atalaya en medio de ningún lugar para ser motivo de juegos infantiles inventados hasta el atardecer.

Crías rodeadas de insectos a los que conocer y respetar sin sentir un miedo innecesario. Chavalas que aprendieron  los nombres de todas las flores que vieron alguna vez por allí. Que recibían sorprendidas el regalo de una doronsilla dejándose ver para desaparecer un instante después. Así llama ella a las simpáticas y nerviosas comadrejas. Porque "su" Emi tiene un juego de nombres alternativos y una segunda mirada donde él se pierde y no la puede alcanzar.  Y una vara recta, flexible y dura para hacer espabilar tantas ocasiones a un Paco despistado que conoció una realidad tan diferente en el barro de las calles sin asfaltar de su ciudad. En los juegos sociales violentos y físicos de tal cantidad de niños que ninguno serviría como verdadera amistad.



domingo, 5 de abril de 2020

Una tumba demasiado profunda


Estaba sentado sobre el hoyo, esperando como siempre. Parecerá quizá que abundo en estos asuntos pero es lo que sucede cada día a cada persona, con suerte. Cerré los ojos y los mantuve cerrados con los dedos pulgar e índice a la vez que apoyaba en ellos la cabeza.

Entonces la vi. Era una calavera formada por muchos puntos luminosos. Más nítida. Demasiado presente como para decir que yo había unido los puntos. Cuando quise formar un recuerdo con ella comenzó a alejarse dejándome solo una sonrisa socarrona. Luego sonó en mi cabeza la canción del sacerdote Kane en Polstergeist 2: "Dios estáen su sagraaaado tem-plooo, li-branoooos de la iniquidaaad.", o sea maldad, gran injusticia.

Habitamos miles de billones de seres vivos el planeta. A veces comparan los humanos a sus semejantes con vegetales porque no reaccionan como los demás. Cuanto más perdidos los primates en su ilusorio material de vanidades y prejuicios, mayor su iniquidad. Un mundo gobernado por seres comportándose como langostas cada día durante mil años: devorando la vida bajo el agua y aniquilándola sobre la tierra hasta dejar nada, consumiendo sus recursos abrasándolos, despedazando su superficie en lo que dura un fragmento mínimo del tiempo total del planeta. Matándonos unos a otros. Ahí se me cruzó la neurona con una antigua película que había visto en mi juventud.

En la película "Quatermass y la tumba", acometían las obras para el metro de Londres cuando encuentran una nave espacial. Datan su antiguedad en unos 5 millones de años, cuando los primeros homínidos. Su protagonista formula la teoría de que estos alienígenas vinieron para preservar su raza de la extinción pero encontraron una gravedad y atmosfera no compatibles. Aún así habrían sido capaces de modificar genéticamente a esos homínidos de entonces, dotándolos de inteligencia pero conservando en su mente los vestigios de esa conciencia extraterrestre. Al abrir la nave etc, despierta ese subconsciente larvario que los convierte en una horda similar a langostas y la maldad se desparrama al rededor entre visiones primitivas y poderes telequinéticos ocultos.

Estrenada en 1967 en cines, encontré la película y la puse por la noche. Excepto por los efectos especiales y algunas representaciones exageradas que producen mucha risa, mantiene un buen nivel de calidad. Podreís creerlo o no, pero casi se me hiela la sangre al pulsar "Play" y salir la foto que encabeza este post con una calavera estilo a la que vi en puntitos brillantes.

En el minuto 46:50, pregunta Quatermass al antropólogo: 
-Roney, si nuestro planeta estuviera condenado a destruirse debido a ciertos cambios climatológicos, ¿qué cree usted que haríamos?
-Nada. Seguiríamos discutiendo y peleándonos.

Los de 1967 ya eran datos climáticos preocupantes. Greta Thunberg no nos descubre nada que no sepamos pero insiste mucho, con razón, para que lo tengamos en cuenta. Los humanos nos erigimos como únicos gobernantes supremos de la tierra. Avalados por nuestras colmenas sociales, apretados los unos junto a los otros, amando y despreciando con pasmosa idéntica facilidad, ahorrando un preciado litro de agua a la par que consumiendo el planeta en su conjunto y explotando o arrasando las demás formas de vida.

Es entonces cuando un diminuto ser, muerto mientras descansa y vivo cuando trabaja, con su juego de herramientas para la supervivencia va tomando uno a uno, cientos a cientos, miles a miles, millones a millones de esos primates y los diezma. Consigue mantenerlos vagamente inmóviles hacinados en sus hormigueros y sin buscarlo paraliza también sus artificiales medios de supervivencia. Unos medios nunca cuestionados y basados en relaciones e intercambios de trabajo con consecuencias que nunca se molestaron en analizar para prever. Miles de especies extinguidas antes de descubrir sus secretos, atesorados durante una evolución de millones de años. Hasta que el acto de nuestra presencia queda resumida en esta frase de Atila:

"Soy el martillo del mundo: donde mi caballo pisa, no crece la hierba."

Así pues, ha llegado la hora de las aves. De los jardines salvajes en crecimiento sin control que amenazan vida propia. Los pájaros reclaman nuestras calles en propiedad. Jabalíes y cabras se animan en familia a recorrerlas por poblaciones casi fantasmagóricas. Bajo la claridad de un cielo de pureza ya olvidada es la vegetación la que aprovecha nuestros votos de clausura para incrustar sus raices en las aceras y desarrollarse con garbo, crecidas ante la evidencia de nuestros miedos. 

Hoy es el día de amar océanos, ríos y mares o morir. Un tsunami universal de amor basado en el respeto que alcance con suficiente fuerza a todos los demás seres que los habitan. Con un amor ciego que trascienda el ego sintético de la propia supervivencia. Porque si no logramos comprender que su vida peligra por nuestros actos, deberemos cavar una tumba bien honda por la inseparable ignorancia que lleva ligada nuestra supremacía especista.