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lunes, 27 de abril de 2009

Sentry (capítulo 2)


Amanecía en lo más alto de aquel sencillo edificio de viviendas móviles, donde el temporal ático de Sentry giraba en esta ocasión en dirección a un sol que pintaba entre el techo y la pared el rectángulo distorsionado de una ventana que despertara a la vida; a un nuevo día “maravilloso”, pensaba ella -aún confundida por el sueño-, mientras hacía ondear aquella boca luminosa tras sus pitiñosos ojos entreabiertos. Después de estirarse y emitir su habitual berrido matutino, esta vez con algo de escándalo y exageración premeditada, sonrió para sí misma mientras observaba, aún con la mente en blanco, el lento caminar de la luz por la habitación.

Pronto sintió la punzada nerviosa en el estómago que anunciaba con claridad la llegada del primer experimento importante de la máquina más avanzada de la historia de la humanidad. La máquina que sería capaz de generar materia oscura en una cantidad ínfima e indeterminada. Recordó de pronto, de nuevo bajo esa leve sonrisa que a veces se dedicaba, el día que su profesora de física despertó su sed de conocimientos al explicar con un símil la distancia entre el núcleo de un átomo y la nube de electrones que lo rodean. Dijo: “Imaginaros una canica en el centro de un estadio, la canica sería el núcleo del átomo y los electrones serían como partículas de polvo que llevara el viento por entre los asientos.” Quedó completamente fascinada. ¿Cómo podía haber tanta distancia y fuerza entre ambas partes de un átomo, algo tan diminuto? Cuando llegó aquél día a su casa sacó lustre a su imaginación (gozaba todavía de ese don para confundir realidad y ficción que sólo disfrutamos en la niñez) subiendo a aquella nave infantil que escapaba a la lógica y la física con su capacidad de cambiar de tamaño sin límites, encogiéndose hasta un tamaño protónico para viajar a través del metal, del cristal y de todo lo imaginable, esquivando electrones traviesos. ¡Qué lejanos, risueños y bonitos resultaban ahora aquellos años! ¡Y ni siquiera habían hablado de las partículas!

Se levantó y se duchó. Cambió su habitual desayuno de café con leche y galletas incorporando una tostada untada con mantequilla y cubierta con mermelada de melocotón; iba a ser un día ajetreado de veras. Encendió su panvisor3d y seleccionó el canal con las noticias matutinas. Las locutoras llevaban un buen rato explicando al público en qué consistiría la prueba que se iba a llevar a cabo a las 12:00 de la mañana. La organización y planificación entre científicas y gobernantes había resultado complicado. Se concedía al experimento un breve tiempo durante el cual podrían utilizar con garantías una importante cantidad de la energía que abastecía a la gran urbe. Y la opinión del público no sólo era mayoritariamente favorable sino que añadía su disposición a cooperar.

Sentry no escuchó su nombre en ningún momento. Aunque todo partiera de su original idea el resultado sería la suma del trabajo y la colaboración de muchas personas, siempre bajo la imprescindible aportación multimillonaria del estado para llevar a cabo el ambicioso proyecto. La máquina que habían construido ocupaba relativamente poco espacio: el equivalente de un estadio como el de sus recuerdos juveniles. Se excavó a 50 metros bajo tierra y uno de los detalles que mayor controversia suscitó, fue el profundo y amplio tragaluz. Un pozo cilíndrico de 7 metros de diámetro que alcanzaba la sala de escape; el lugar que podría ver surgir la materia oscura en el centro de un electroimán 180 millones de veces más potente que el de la tierra. El pozo esquivaba la atracción direccional del electroimán hacia el cosmos. Los vuelos fueron cancelados y el espacio aéreo vigilado.

Terminado su desayuno, se puso su traje más elegante y comprobó satisfecha lo guapa que estaba frente al espejo virtual de su panvisor3d que devolvía su imagen girando alrededor. Durante el poco tiempo que tardaría en llegar a las instalaciones pensó en Martha. Para este día tan especial se había puesto no solo el traje que consiguió arrancar un elogio de la boca de Martha sino que también había decorado su cuello con algunas gotas del perfume por el que ella se había interesado en otra ocasión, con aquella sonrisa que aceleraba el pulso de Sentry. Por un momento se sintió como una ridícula niñata descentrada dejándose llevar por pensamientos rosados en semejante día, pero siempre quiso creer que ciencia y sentimientos no tenían por qué viajar por caminos separados sino que podían fluir cercanos, compartiendo fuerzas, comprensión, detalles insignificantes… ideas que se volatilizaron nada más llegar a la frialdad de las instalaciones y su maquinaria.

Eran las 8:30 cuando entró en el centro de mando. Una gran sala circular con las mesas de trabajo diseñadas en círculos concéntricos con pasillos. En el centro de ellos esperaba Martha supervisando detalles. Había llegado a las 7:00 –como no- y lucía su habitual aspecto de serenidad y profesionalidad. Cuando se acercó a ella, y antes de intercambiar un saludo, Sentry sintió primero la fugaz mirada a modo de vertiginoso escáner que Martha pasó sobre de ella. Después supo que había hecho diana cuando habló:

-Vaya, Sentry, qué tranquilidad la tuya.
Confirmado. Su diana era en el centro: pudo contar otra de las escasas ocasiones en que Martha distraía su mirada directa entre los paneles de mando al tiempo que un suavísimo color rosa prendía en sus mejillas y vigilaba furtivamente a las compañeras que también habían madrugado. Luego relajó su gesto y dijo aún como distraída:
-Tienes la cara radiante de ilusión, ¿eh?, como una cría.
-Igualita. Y no creas, que también estoy algo nerviosa –tomó asiento junto a ella observando divertida la irritación que sentía Martha, consciente de que su turbación no pasaba inadvertida.
-¡Pues… quién lo diría, desde luego por la hora que es no! –el silencio como respuesta y saber que con Sentry de nada serviría seguir por ese camino llevó a Martha a moderarse. Mientras repartía algún documento y gesticulaba para que se movieran determinadas compañeras, siguió hablando:
-Llevamos mucho tiempo preparando este momento y, a fin de cuentas, has sabido demostrar a todos que tu proyecto era posible. Incluso a mí. En esa confianza nace tu tranquilidad, ¿no? –Marta percibió de reojo que Sentry bajaba la cabeza y al mirarla notó cómo su gesto ensombrecía.
-Hay... Hay algo, de entre todos los problemas que formulaste… -Martha no la dejó seguir hablando:
-¡Vamos, ahora no me vengas con esas!, ¿justo hoy? ¡Hala!, déjame en paz de historias bonita, que llevo aquí esperándote hora y media para que pongas en marcha el programa –Sentry la miró con una sonrisilla apretada y contenida, reconociendo el habitual carácter de su querida compañera, que sin más cogió su mano y la puso junto al botón de arranque y, arqueando las cejas con cara de guasa, añadió
-Así, esos deditos a trabajar ¿mmm?

Y dicho y hecho, terminó el momento para la distensión. El resto del personal había ido tomando su sitio en la sala de mandos, los nervios contagiados de excitación. Comenzaron con el protocolo de seguridad, vigilancia, puesta a punto y comprobaciones básicas -casi banales- sobre mediciones de temperatura, tensión, intensidad etc., etc. Todos los aparatos –tantos- marcaban su particular pulso sincronizados a la perfección, con su reluciente brillo, con esa tentación impresa en la superficie de las cosas nuevas, la de creer en lo que vemos, para acercar nuestro ser a lo que nos agrada, la tentación de tocar para aprender y conocer. Túneles conteniendo engendros electromagnéticos de fuerza sobrecogedora y que se cruzarían sin duda en algún punto. Una gran maquinaria compuesta de millares de pequeños dispositivos y decenas de inmensos elementos entrelazados donde la vida corría exclusivamente en forma de mujer y, de entre tantas mujeres –todas-, bajo un caos asíncrono de latidos silenciosos e inimitables dos corazones como poco pulsaban la sangre con el mejor de los ritmos. Con el brillo de un lenguaje corporal limpio, con la tentadora fuerza de una joven atracción, la de acariciar o ser acariciada, la de aprenderse y conocerse tras los ojos de quienes nos miran. Sangre discurriendo en frágiles circuitos separados por completo que los seres humanos eran capaces de cruzar sobre el éxtasis de sus sentidos. Pequeñas y complejas formas de vida, compuesta por billones y billones de diminutos dispositivos, dentro de decenas de elementos entrelazados donde el destino sería, inevitablemente, la muerte. Donde el mejor de los viajes para semejante destino sería, indudablemente, el amor.