No sé cómo es el despertar de las demás personas, pero conozco a una de nombre tan ambiguo como la manera en que se relaciona, habla, mueve y desenvuelve en la vida. Sé que le cuesta inhalar profundo al levantarse como si jamás hubiera podido expirar y sobreviviera gracias a un aliento consumido. Así pues, hoy …
Amaneció.
Y hoy se levanta Luján dentro de una masa fría y molida, sensorialmente sucia y pegajosa. Reniega los movimientos y exige mayor descanso agarrotando el cuerpo, tensando la cuerda. Luján no confunde las tretas subconscientes, obviadas, ralentizadas, pero nunca extintas. Quita la ropa. Toda sobra. La ausencia trituradora de vida para seres mínimos, la liberación del peso extremo supone una fiesta. La iniciativa libertaria más infantil, más blanca y transparente. Oh no. Eso no. Odia la plata tras los cristales.
Espanto reflejado. Silueta brutal. Costilla de Adán en carne vulgar. "Te vas a enterar" se dice con maneras bravatas. Arroja la gallina desplumada a la olla hirviente. El sistema nervioso punza la sien y poco a poco esa ducha caliente, sinfonía del mar con breve pizzicato de gotas saladas, ablanda el músculo y libera su mente. Debe estar limpio. Jabón de Zara Home aromatizado con lilas. Limpio, limpia, siempre limpio. El sexo. Se limpia con limpieza profesional. Bienestar y secar para quedar limpia y perfumada. La piel. “¿Ropa? No. Vamos a ensayar. Posar sin ropa.”
La habitación en penumbra anuncia un sol en llamas bramando furioso tras la ventana. El miedo posee hasta la última fibra de su vampírica alma. 400 millones de quintillones de vatios de luz por segundo, ho, ho, ho ... un dato nada poético. Demasiada energía sobre alas murciélagas con carácter negruzco. Dice: "Al carajo. Quieras o no te voy a quemar." Aúna fuerzas y, con ojos cerrados, contrapesa la cinta, acciona el mecanismo, rueda y enrolla la persiana. Y el sol en tromba viene y choca contra una piel fina laxa, indefinida, contra un escudo crepitante de pechos amazónicos a pulmón pleno rodeado de abundante esplendor, alumbre de sábanas revueltas. Y se rinde, desploma en su abrazo terso. Cubre el calor sus pies, entretiene sus piernas y llena todo lo afirmable como lo inflamable rellena e implacable riega el vientre hondo hasta donde los montes deben, hasta la pica que ensarta luego su cabeza perdida.
Bienvenida la muerte así presentada. Una figura cualquiera de atributos extraños, una molienda femenina de testosterona lacia escaldada y dispersa. Derrengada hacia lo grave, lo pesado. Para personas como Luján, que no comprenden porqué tiene entre las piernas esto y no aquello, la desnudez representa un solícito grito que debe ser aclarado de forma honesta. Llana. Sobre todo, sana.
No siendo poeta ni escritor de renombre puedo elaborar frases horribles y creer que lo hago estupendamente abundando en lo barroco. Ved:
Los vampiros de ficción arden trocándose inermes en polvo volátil. Los lujanes vivos se tuestan y recuecen y sus sexos escuecen y reverberan bajo tanta luz. Abatido el organismo, pero blando, suave y sin mácula, debe anular el caprichoso deseo y saturarse de textil hasta las cejas. Luján olvida si era mujer u hombre, si criatura sexuada en prematuro o si muestra todas las señales que acusan y proporcionan el formidable veredicto: persona adultizada.
Sueña insomne al comienzo de su jornada: "Soy una máquina. Coger esto y ponerlo allí. Unir lo uno y lo otro. Con amor." Como el bisturí del cirujano bien afilado, dócil abre el plástico, piel en su memoria, y salen las formas de su interior como aquella sangre evocadora. Pone el pendrive con cuidado en su ranura dilatando la mirada quieta. Imprime 1.000 juegos como sucede en otras imprentas, pero con menor ruido y olor, menos fallos y consumo, mayor calidad y beneficio, siempre con pulcritud y organización germánica. Guillotina el papel mimando el milímetro. ¡Habría tanto que seccionar! Una y otra vez, una y otra vez. Laminar, cantear, grapar … coloca vigilando patrones, uniendo hasta la extenuación. Y fin de la jornada.
Atardeció.
Parece que para Kent Williams el cuerpo es la esencia y sólo los oculta para mostrar otra idea. |
Casual sesión fotográfica como modelo específico válido para una causa noble. Toma su vehículo. Sube la cima, entra en el túnel, sale, entra en otro, sale, y oleada a oleada brota al fondo el mar, intenso placer imaginado. Accedió Luján al interior del estudio sin saludo, sin tocar manos, sin miradas, sin conversaciones, con miedo y esta sentencia: "No quiero que mi cara pueda reconocerse." Y buena profesional, Laia Abril* contesta: "No te preocupes. Pon la ropa por ahí." La sesión empieza tensa, difícil, negativa la luz, sombras difusas, color pálido y gris depresivo. Llevan casi una hora de acá para allá forzando la falta de rostro, cortando perfiles en ángulos no posibles, borrando ingles interminables, cubriendo formas alteradas. Entre ida y vuelta detiene Luján su mirada en la foto de un chaval sin expresión que observa la calle tras un ventanal. Y ya no puede más. Ya no oye nada. Cae sobre las rodillas, se cubre el rostro, brazos cruzados arañando el torso, clava los codos en el suelo mientras abraza, oprime y sacude su cerebro contra el suelo. No siente si su sexo es libro abierto o gusano inmerso en carroñas, porque lo apretuja y extrae cuando se desploma sobre un lado. Las costillas dramatizan la luz, se inca brusca la cadera, las vértebras bemolan su teclado ambivalente mientras sus piernas y brazos resecos anticipan el trance de una dolencia obstinada. Sus todos son solo huesos y piel lunática e hidrópica que sorbe llantos. Y ya viene dipsómana entre plumas. Fetal viene la catatonia a devolverle la razón, para sumirse en un relax, con una mano vuelta pulsando junto a sus ojos espasmos en aire. Registrando vagamente el suelo y la urdimbre madre de la alfombra; embeleso de detalles en un tiempo sin fronteras. Y el sonido vuelve, poco a poco. Click, click, click. Ya todas son buenas. "¡¡FABULOSO!!" Click, click. "¿Cómo se te ha ocurrido?" Luján no responde. Un zombi que se levanta. Click, click. Dramática Mila Kunis de rímel borracho "¡No, espera!" Click. Se cubre torpe, el hombro por el brazo, comicidad leve, el cuello vuelto, la ropa interior asoma torcida. Click, click. "¿En qué pensabas?" Click. Con oculta ceguera busca zapato. "¿Ha sido la foto del chico?" Click. Salir. Marchar sin decir ni escuchar. Gira el manillar desconchado y tira de esa puerta que piensa repintada, realquilada, caída, sucia, gastada, hueca, barata, insegura, antigua y baja, chirriante, con agujero de mirilla sin mirilla, denunciable, insolente, incendiable o pateable. Click, Click. "¡NO TE MUEVAS!" Ruega a quien sin mover estaba y ahora entorna un octavo su cabeza. Click, click. Comienza a cerrarla. "¡Espera! ¡No te vayas asi!" Click. Pero así es como marcha siempre Luján. A rebufo de vacíos y silencios. Entre colapsos de pensamientos reiterativos e infinitos sobre los objetos que ve. A zancadas inseguras figuradas sobre pilones clavados en el fondo de un infierno invisible. Si algo hay cierto, es que ya cae sobre él.
Anocheció.
Retorna prófugo Luján al hogar con la cesta de pescar rebosante de dolor entre mimbres de esquinas tronchadas. Lleva anzuelos nuevos metidos en los ojos y atragantados entre óxido y pus los más añosos. Sigue siendo ni hombre ni mujer. No es mi niño la princesita de ningún rey. Es ser un ángel preso en barro legendario. Un ser desgraciado nada especial que desespera la única verdad. La de exhalar un punto y final..
Nota: A Laia Abril, la de foto simpática: espero que no te parezca mal, artista multidisciplinar, porque no has dado tu consentimiento para participar en este tosco compendio imaginario de palabras vanidosas. He dicho que esto es inventado. Nunca hubiera sucedido así contigo. Y utilizo tu nombre para compartir algunos de tus trabajos sobre
y también sobre