Para Paco, su compañera es un enigma. La mira cuando comen, una frente al otro y no puede dejar de mirarla. Ella lo sabe pero espera. Hasta que se cansa.
—¿Qué me miras tanto?
—Es que ... estaba pensando lo poco aprovechada que estás—dice desviando la mirada a los fideos mientras retira charcos de grasa por el contorno del plato.
—¿Queeeé?
—Que tuviste mala suerte, si hubieras podido tener un trabajo donde tus capacidades se hubieran podido hacer valer ...
—A qué te refieres.
—A tu memoria.
—Bah, eso no vale para nada.
—No es verdad. Que tú sepas mejor que yo los nombres y las caras de los vecinos del edificio donde mis padres o por ej
—Eso es porque en vuestra casa nunca ponéis atención cuando hablan los demás. Solo estáis a vuestro tema y nunca escuchando—antes de responder, retira la banderilla que acaban de clavarle.
—No, no. Es ... algo más. Es que te acuerdas desde pequeña de todas las personas de tu pueblo ... de todo lo que hacía cada uno, de cómo se comportaban, sus nombres, las relaciones entre unos y otros ...
—Hijo, cómo no me voy a acordar, si no éramos más que unos cuantinines. Tú es que eres un desmemoriado—Paco se queda pensando. "Sí, tengo memoria para algunas cosas. Para otras no."
Las cucharadas de la sopa de cocido le saben a gloria pero una falta de habilidad o un exceso de ganas le hacen sentir maleducado, torpe y más basto que un cordón de esparto. Se limpia la escurrindanga de la barbilla y en la siguiente cucharada tira alguna gota en el mantel. No tiene remedio, piensa también.
Le gusta escuchar a "su chica" rememorando cosas del pasado. Vuelve a preguntarle por la época de niña, cuando jugaba en el vertedero.
—Muradal, no vertedero. Nos llamaban guarras, ¡ja, ja, ja! ... En el pueblo había varios sitios de estos donde la gente tiraba las cosas, basuras. Había incluso una, la Eloína, que cogía el cubo y lo volcaba al otro lado de una valla de su parcela, tal cual.
—Pues vaya cerda. Se le acumularía ahí una peste ...
—Hombre, antes no se generaba tanta basura como ahora. Era diferente. Nosotros por ejemplo la llevábamos a la alameda.
—Menudo sitio también, al lado del arroyo.
—No era en la parte que tú conoces. A ver, y no íbamos allí a jugar. Ya te lo he explicado otras veces. Solo íbamos a coger cosas para nuestra casita. Imagínate unas niñas todo el verano. Con algo nos teníamos que entretener. Hacíamos una casita y cada una nos poníamos en un lado. Una en el salón otra en la cocina ... y ahí lo poníamos todo. Hablábamos, hacíamos como que fumábamos, todas tontitas ... ya ves tú.
—Mis hermanas también lo hacían.
—Luego, cuando venía el hijo de Eutimio, Fernandito, nos tiraba todo al suelo. Era chiquitajo y gordo y se reía como un loco. Pero sus padres le reían las gracias. Y sus tíos, Miguel y Manuel. Cuando alguna gritaba "¡Que viene Fernanditooooo!" ya sabíamos que la casita iba toda al suelo. Vaya muchacho más idiota. Sólo hacía que gamberradas por todas partes. Fíjate que ningún chico del pueblo nos hizo nunca algo así.
—Pero eso de coger cosas de la basuraaaa ...
—Bah, pues igual que lo de cagar en las tenás. Como no has vivido en un pueblo no tienes ni idea.
Tenada en Villa Veses, Segovia. |
—¿Cómo era la puerta? ¿Tendría cerrojo, no?
—Ni puerta ni nada, si te he dicho que era una tená.
—¿Y qué es una tená?
—Pues un cacho caseta con una miaja de techo.
—¡¡ Entonces cualquiera te podría ver cagando !!.
—Si, claro, esas ganas teníamos de ver cargar a nadie. Menudo plato de gusto. Cuando el que fuera sentía acercarse a alguien decía "QUE ESTOY YOOO" y listo—hace una pausa y ríe—Je, je. Ya te conté cómo iba mi hermano a tirarle piedras al tejadillo cuando iba a cagar Remigia, la profesora. Y luego le castigaba. Sabía que era él.
—Así no le saldría el chorizo a la pobre. Pero habría un agujero donde echarlo ¿no?
—Buéh, qué dices. Ni agujero ni na. Y de pobre nada, que menuda cabrona era. Tenía muy mala idea y bastaba que yo no quisiera leer en voz alta para que me obligara. Pronunciaba T en vez de Q—pone cara de asco y tono irónico y malicioso de burla mientras repite: "A ver como lee Emi con su lengua de trapo."
—Pero si no había agujero entonces ... ¿lo hacíais uno encima de otro?
—No hombre, no. Cada vez te buscabas un lado. La tenás no son tan pequeñas. - Paco ahora ya imagina una portería de fútbol hecha con tres paredes y un techo. Luego se enterará que la palabra correcta es tenada. "Reminiscencia de las antiguas cabañas prehistóricas donde se cobijaban los carros y algunas bestias y que solían emplazarse a la salida del pueblo". Emi aprovecha el espacio en blanco de Paco para salir del asunto de la mierda que parece interesarle tanto y volver sobre los juegos con sus amigas.
Gitanilla - Pelargonium Petatum |
—Me acuerdo que en la casita pusimos un esqueje en un tiesto y nos creció una gitanilla muy mona. Estábamos todas ilusionadas con ella pero un día desapareció. Al poco supimos quién fue porque Juanita, (una de sus amigas de la casita) que iba invitada a la piscina del señorito, vio en la casa de la guardesa nuestra maceta con la gitanilla. Ya ves. Una tiparraca que tenía un montón de tiestos y se lo roba a unas niñas.
—Habérsela quitado. O le hubierais roto con piedras los cristales.
—Qué bobadas dices. No. No podíamos entrar allí. Menudos perros lobos negros con los ojos amarillos tenían. Además esa señora, la Filomena, era tan imbécil que le parecía mal que tuviéramos la casa cerca del corral de sus gallinas. Ya me dirás unas simples piedras colocadas por el suelo. Mi madre fue la única en enfrentarse con ella. "¿Pero a tí qué te molestan ahí las cosas de las niñas?" le dijo.
—¿Y qué cosas cogíais de la basura?
—Pues ... los botes de laca de la madre de Carmen —otra de las amigas— o los frascos de perfume de la madre de Juanita—de pronto hace un gesto como de echar agua—le tiraba el perfume poco a poco para coger el frasco cuando se terminara y llevarlo cuanto antes a la casita. Si se llega a enterar su madre ...
—Pero todo esto ... porque erais pobres, ¿no? Nosotros también éramos pobres al principio.
—Tú no sabes lo que es ser pobre.
—Bueno, mujer ... no te creas. Nosotros éramos pobres de ciudad que, si lo miras bien, teníamos menos que los de campo.
—Te recuerdo que tu madre siempre tuvo quien la ayudara en casa.
—Bueno, siempre no. Te hablo de al principio.
—Además, lo de pobre suena triste y yo lo recuerdo como una época muy feliz, hasta los 6 años. Lo que no sé es cómo no nos matamos alguna.
—¿Por?
—Pues porque hacíamos muchas burradas. Íbamos por la carretera haciendo la cabra. En invierno patinábamos en las charcas, vamos, para romperse el hielo y ... luego en verano íbamos con una cámara de neumático como flotador. Y aquello no era agua con cloro como la vuestra de la piscina, desde luego, parecía negra. Se removía el lodo y no se veía el fondo. Tenía que haber una de bichos ... en fin.
Emi fue una niña feliz. Al menos hasta los 6, cuando las cosas empezaron a torcerse y llegaron las primeras tareas impuestas. A sus hermanas las enviaron a servir con 12 años y aunque la necesidad no obligara a sus padres a hacer lo mismo con ella, no se libraría de realizar muchas otras tareas.
Cuando salía de casa iba con sus amigas y estaba mucho tiempo, no en la calle como hubiera podido hacer Paco si hubiera querido, sino en el campo. No rodeada de edificios y más edificios sino de enormes extensiones de campo y árboles que pretendían colonizar el cielo y pintarlo con los tonos verdes y amarillos secos, clásicos de los veranos en Castilla. Con enormes rocas redondeadas de incomprensible naturaleza formando atalaya en medio de ningún lugar para ser motivo de juegos infantiles inventados hasta el atardecer.
Crías rodeadas de insectos a los que conocer y respetar sin sentir un miedo innecesario. Chavalas que aprendieron los nombres de todas las flores que vieron alguna vez por allí. Que recibían sorprendidas el regalo de una doronsilla dejándose ver para desaparecer un instante después. Así llama ella a las simpáticas y nerviosas comadrejas. Porque "su" Emi tiene un juego de nombres alternativos y una segunda mirada donde él se pierde y no la puede alcanzar. Y una vara recta, flexible y dura para hacer espabilar tantas ocasiones a un Paco despistado que conoció una realidad tan diferente en el barro de las calles sin asfaltar de su ciudad. En los juegos sociales violentos y físicos de tal cantidad de niños que ninguno serviría como verdadera amistad.