No te lo quieres creer pero lo que llaman "el culín" de un vaso me pone ya sensiblemente mareado.
Mi hígado no tiene costumbre, es eso, ¿eh?
Pues, fui a ver a un viejo conocido para ayudarle con el tema de facturación y fin de año. Como siempre, primero me enseñó las maravillas de su empresa que, para qué negarlo, son muchas. Se disculpa por hacerme perder el tiempo mientras me obliga a ir a la nave 2:
—Bueno, como tú no cobras por horas ... ¿no?—y me mira esperando algo. Yo me quedo pensando, porque me gusta ir al grano y él sabe de sobra que no le cobro por horas, entonces, paquépreguntas.
—No.
—Es que tengo que recoger unas tuberías.—y busca por aquí y allá sin encontrarlas pero me explica unas cuantas máquinas raras y caras y paquí y pallá, hemos tenido que ampliar la zona de pulido y busca busca sin encontrarlas. Me pregunta:
—¿Si fueras una tubería donde estarías?
—Si yo fuera un empleado tuyo pensaría, "¿dónde pongo las tuberías para que las encuentre mi jefe?" y las pondría a la entrada, para que te tropezaras con ellas.—mira hacia las puertas. Las encuentra. Me mira y dice:
—Si señor. Vámonos.—volvemos a la nave 1.
—Lo primero un café.—yo ya desayuné. No tomo ya cafeína. Subimos en el ascensor a la sala-café. No sé qué he hecho en la arrancada para que diga:
—Si, lo sé. Ese golpe que notas al arrancar es porque el idiota que puso el variador no lo configuró bien.—y miro el espumillón de la barandilla. Dice:
—No sé quién ha puesto estas mariconadas, aunque a ti ... como eres medio gay ... —para qué entrar al trapo. Cuando la gente dice estas cosas no sirve educar. Una vez le dije que me parecía mal y encima se ofendió y empezó a hablarme de usted durante un par de años, echándomelo en cara.
—¿Lo ha puesto tu esposa?—topicazo al canto a ver si acierto.
—¿Mi mujer? ¡Si ella estas cosas las odia!—y blah, blah. Llegamos al piso.
—¿Cómo lo quieres?—y yo qué sé cómo lo quiero. Ofrece—¿Con leche?
—Vale.—terminamos el café y dice:
—Ahora el cigarro. Café y cigarro, muñeco de barro.—me mira. Yo no fumo. Me mira. Otra cosa no, pero madre mía cómo me observa. Y como no "lo que sea" añade—¿Nunca lo has oído?
—No
—Pues que fumar y el café dan ganas de ...
—Aha.—y yo imaginando el muñeco de cerámica, el café y el cigarro. Me está mirando.
—Ganas de cagar ... Muñeco de barro ...
—¡Ah! (joder, qué corto soy)
—Se nota que no pasas conmigo suficiente tiempo.
Por fin procedemos al cierre y me cuenta que es la última vez porque ha comprado un programa nuevo y el IVA en cuatro días y la ISO 900x y presupuestos, ingenieros, todo automático, etc. Le felicito por su constante crecimiento.
Por fin procedemos al cierre y me cuenta que es la última vez porque ha comprado un programa nuevo y el IVA en cuatro días y la ISO 900x y presupuestos, ingenieros, todo automático, etc. Le felicito por su constante crecimiento.
—Ahora lo de los vinos que te doy todos los años.—y que yo luego regalo o mezclo a lo sumo con algo de gaseosa, aunque sea un Marqués de Cáceres. Me encanta mezclar plebe y nobleza—Que sí, que el ascensor también frena demasiado fuerte, no me lo repitas.—y pienso, ¡pero si yo no he dicho nada!
Saca un par de botellas en caja. Otra que pone Bobos en la etiqueta y empiezo a intuir decepcionado lo que me está llamando. Dice:
—Es de fincas la borracha y está hecho con uvas de una variedad que llaman bobas.
—Muchas gracias.
—Ya verás. Está muy rico.
—Gracias.
—Ahora nos vamos a tomar un cava que no es como los otros.
Se marcha y saca una botella en tono rosa. Marta passió. Lo abre y llena unos vasos de plástico que dispone sobre una caja de madera muy grande. Me explica que lo de dentro vale una pasta y es una bomba hecha por encargo para mover huevos con cáscara y todo.
El caso es que me lo tomo y blah, blah, sobre feminismo y la juventud y los gays y VOX y los palcos VIP y las desherencias y las apariencias y los robos y las mujeres trabajadoras etc.
Y rellena los vasos y blah, blah, que el Vega Sicilia, que los hijos deben luchar y no heredar, que si la misoginia, la explotación, las empresas que comen al rededor de la suya, Israel, EE.UU., el nivel de vida en Dinamarca donde no hay tiendas de chinos y el ingeniero no gana tanto y no se puede permitir un fontanero mientras en España alguien jubilado puede y en cambio ellos tienen otras cosas ...
Y rellena un poco los vasos una última vez. Y blah, blah mientras yo toco y juego con la textura rugosa del papel de plata que envuelve el cuello de la botella y lo miro de cerca.
Llevo rato mareado y ya no sé bien de qué va todo esto. Y nos vamos cada uno por un lado.
Me siento animado.
Tengo el encargo de comprar unos pimientos en el super de un tal Michael Edouard Leclerc.
Y ahí me asustan los mismos ruidos, me agobian los mismos montones de gente y los mismos infinitos artículos a la venta.
Quizá me falla el turbo que re-alimenta estas cosas.
La chica junto a los bombones Lindor es blanca como la leche
y claramente extranjera. Observa cómo voy cogiéndolos. Tres rojos, uno negro. Tres rojos uno verde. Dos rojos uno azul. Tres rojos uno amarillo. Tres rojos otro negro. Dos rojos otro verde. Otro azul. Uno marrón. Dos rojos otro marrón.
Voy a buscar mantequilla dulce de Soria. Imagen a localizar: una caja plana en un cartón azul . No está. En ninguna parte. Cambio el chip y empiezo a leer. Ya. Han cambiado el envase.
Vigilo los precios y me asombro de esta capacidad dentro del mareo y la estupidez que me envuelve. Me siento bien.
De pronto me doy cuenta que llevo un rato mirando al suelo parado en medio de ninguna parte.
Me importa un bledo. Que miren.
Llevo compradas muchas cosas más pero no los dos pimientos. Los engancho.
En la caja me dicen 62 y no me extraña demasiado.
—¿Bolsa?
—Bolsa.—señalo mi bolsa amarilla de la compra. Es decir, no necesito.
—¿Tarjeta Leclerc?
—No, gracias.—entrego mi VISA.
—Gracias.—me dice
—Adiós. Gracias.—contesto y me piro.
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