"Los detalles son importantes. Crean profundidad y la profundidad crea autenticidad." Neil Blumenthal
Pasamos la vida rodeados de detalles que podemos observar, acercar para enfocar o ignorar por completo. Esos detalles tan interesantes, a veces, se esconden en pequeños seres vivos, en vegetales o en cosas. En otras ocasiones, los comportamientos de los seres vivos revelan singularidades que no todos saben ver.
Esta mariposa batía sus alas inútilmente sobre el suelo. Todos los insectos me dan repelús, asco, respeto… no lo sé; no me preguntes. Yo pensaba: «esta rechoncha ya no tiene fuerzas o ha perdido el polvo mágico para volar». Con un papel la recogí de aquel suelo marmóreo o granítico (no soy piedrólogo, rocólogo ni geólogo) para subirla al marco de acero del escaparate, en el lado de la calle, y ahorrarle morir por aplastamiento. Ahí la dejé mientras cargaba la furgoneta.
En ese trajín de ir y volver al local, metiendo los pedidos en el vehículo, me detuve a observar a una pareja que se había fijado en la mariposa sosa. Era una mujer corpulenta que llevaba agarrado del brazo a un hombre esmirriado, estilo a mí, también con gafas, pero de menor estatura. Bueno, y más feo. El caso es que ambos parecían tener algún tipo de diversidad funcional. Qué parecidos somos y qué diferentes parecemos. Vale, esto lo dejo para otro día.
Supuse que, igual que a mí, les había llamado la atención esa mariposa y que también sentían algún impulso paternal hacia ella. Creí que se habían puesto contentos al encontrarse con un ser vivo algo raro por la ciudad. Ver para creer: la mujer la hizo caer al suelo y, a continuación, le propinó tal pisotón que hizo temblar la acera al tiempo que daba un grito. Después dijo: «¡Qué asco!», y siguieron su camino sin más. Consternado, me recompuse como pude para continuar con mi tarea, entre pensamientos oscuros.
Impronta de una paloma contra el cristal |
Más tarde salí a servir aquellos pedidos. Después de enrollar mi lengua seca tras entregar, con la carretilla, uno de 104 kilos (justo el doble de un peso mínimo que recuerdo), me quedé petrificado y triste al salir de la oficina y ver la impronta de un ave en el cristal del patio.
Imaginé a una paloma lanzándose en un pequeño picado hacia la penumbra de la amplia galería que rodea el jardín de ese edificio antiguo. Un vuelo calculado hacia el lugar donde iba a extender las alas para luego posarse. Todo perfecto hasta que, de pronto, chocó contra un muro invisible. Algo inexplicable que escaparía a todo su conocimiento.
A veces avanzas por la vida con todas tus fuerzas. Te empleas con ganas y alegría. Supones que nada puede salir mal, que el viento sopla de cola por algún motivo y sientes ese impulso extra como una confirmación de que lo estás haciendo bien. Nadie te puede ganar; no hay nada que perder.
De pronto llega el hachazo, sin avisar. Quedas en estado de shock. La vida se te para en las manos y la sientes escapar entre los dedos.
Sin recuerdos. Sin fotogramas. Vacío, soledad y muerte.
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| El globo SEGOVIA |
Y, si esta última imagen no fuera mía, la describiría como: «Aterrizaje sobre tierra estéril al atardecer. Desinflando un globo junto a una casa abandonada». Porque esa —y no otra— es mi forma de sentir lo que me rodea.
Sin embargo, la hice al amanecer, cuando todo es un nuevo comienzo, percibiendo una belleza que no cabe en mil imágenes mientras inflaban, con ruido ensordecedor, el globo para varias personas ilusionadas como bebés en sus primeros pasos por el cielo. Despegan en un lugar que se utiliza para sembrar y recoger trigo; eso sí, junto a una casa que, a pesar de haberse despojado de ventanas y puertas para compartir sus secretos, sigue sola, abandonada.
Los bloques de pisos que anidan alrededor la miran desde el recelo que separa lo diferente, desde una superioridad ficticia que sitúa todo lo diverso en los márgenes, en lo contagioso de la ignorancia. Se trata de una vivienda amplia y soleada a la que nadie atiende ni comprende, con la que nadie quiere soñar ni compartir una vida.
Dicen del edificio que pasa los días en su mundo, pero, por más veces que lo repitan, siempre estuvo y estará en vuestro mismo mundo.
Después de unos días escribiendo esta… basurilla iba a decir, pero va, que no, que está muy bien viniendo de donde viene, he repasado la secuencia completa volviéndome un observador observado por los demás, en el trabajo o en el parque. Soy otro detalle más de la vida: recogiendo la mariposa, mirando la paloma estampada en el cristal, tratando de extraer una esencia de un globo que llena sus pulmones, corriendo con cincuenta y tantos años detrás de mi perro Yorkshire, al que sigo fielmente donde él quiere.
Mientras, creo —firme y confiado— que debo cumplir primero con mis emociones para perseguir algún día mis ilusiones.




Me gusta mucho leerte y observar todos lo detalles, lo que dices y no dices, y como cuentas la vida.
ResponderEliminarUn abrazo
Muchas gracias, querida compañera de blog.
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