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jueves, 31 de marzo de 2022

Insignificante insecto

«Pues hasta ahora no perdura en nosotros la infancia, sino un defecto mayor, la mentalidad infantil. Y es esto aún peor, por cuando poseemos el ascendiente de los viejos, pero los vicios de los muchachos, y no tanto de los muchachos, cuanto de los niños: aquéllos temen las cosas insignificantes, éstos las imaginarias; nosotros las unas y las otras» Séneca me define

No hay que ser un genio para comprender la importancia de los insectos en el equilibrio natural, así que no necesito explicarlo.

Cuántos de esos insectos son prescindibles es otra cuestión. De la misma forma que una variedad equilibrada resulta beneficiosa, una plaga de cualquiera de ellos será un problema serio.

¿Cuántas abejas son necesarias para garantizar su población futura? Ni idea, pero es seguro que, a partir de una determinada cantidad, todas las especies se dirigen hacia su extinción. Y da lo mismo hablar de insectos que de gaviotas, ballenas, pinos o vacas. A partir de la muerte de uno cualquiera de sus individuos, la especie empieza a inclinarse hacia su desaparición.

Odio los insectos. No en el sentido puro del odio. Me dan igual siempre que no estén demasiado arrimados a mi cuerpo o a mi mente demente (me gustan las rimas tontas y los bombones, pero no ser tonto, aunque, si tontos son los que hacen tonterías, seré uno de primera).

En mi anterior pantalla de ordenador hay un mosquito pequeño. Para siempre jamás de lo eterno y misterioso. Está ahí por un defecto de visión. A partir de cierta hora, los diminutos mosquitos…

Quizá odie a los insectos, pero no quiera reconocerlo. Acabo de buscarlos en inter-google para ponerles nombre y casi me pongo más enfermo de lo habitual viendo la cantidad que hay, el tamaño de sus larvas y sus actividades chupópteras, envenenadoras o putrefactoras.

Decía que, cuando empieza a oscurecer, las ventanas dejan de resultarles atractivas y comienzan a merodear mi pantalla luminosa. A más de uno lo aplasto suavemente contra ella para no romperla. Aplaudir a lo bestia no sirve siempre: escapan de alguna manera.

El caso es que, sobre mi antigua pantalla de 17", con relación de aspecto 4:3 y marca LG, había uno de esos mínimos seres paseando. Y le comprendo… (¿es lo?, yo también suspendía Lengua y Literatura)… comprendo que la luz para ellos sea como una peonza u objeto similar girando, manteniendo el equilibrio. No habré convertido yo cosas en objetos que giran: quitando una rueda del eje de un choquecito y haciéndolo sobresalir por la otra, clavando un bolígrafo en medio de un disco de vinilo…

Decidí que su vida no valía nada y lo aplasté suavemente contra la pantalla. ¿Criminal? Psché, quizá. Pero no estaba sobre la pantalla: se había colado por las ranuras de ventilación y buscó la forma de llegar al origen de esa luz.

¿Sabías que los monitores antiguos tienen unos minitubos fluorescentes (de cátodo frío) que funcionan a unos 1.140 voltios, por ejemplo? Son asombrosos… los tubos, digo. Da cosa tener uno en la mano… uf. Parece que se va a quebrar en cualquier momento. Dan una luz increíble. Dos milímetros de diámetro. Fue desmontar mi primera pantalla plana y no parar después de desmontarlas para sacar sus piezas.

Tienen también unas láminas polarizadas asombrosas que orientan la imagen, una capa de plástico difusor para extender por igual la luz que recogen de los lados… bueno, callo.


Entonces el mosquito estaba entre la lámina exterior transparente (no es transparente en realidad, pero a distancia cero lo parece) y otra lámina inferior. Y lo dejé ahí para siempre, aplastado. No iba a desmontar la pantalla, que luego no es nada fácil volverla a cerrar perfecta.

Ahí se quedó, para recordarme mis crímenes.

Sí.

Su vida me pareció insignificante, baladí, fútil, desestimable, desdeñable, exigua, ínfima, reducida, insustancial, inapreciable, chica, mínima, pequeña.

Una completa nimiedad, una menudencia sin objeto, tanto como una chuchería; una nadería innombrable, la trivialidad más inopinable, la zarandaja menos consecuente, la bagatela de cualquier baratillo, una fruslería sin fortuna.

Es por eso que odio, sin odiar, a los insectos.

No por el escaso significado de la vida de uno de ellos, sino por sentirme como un insecto unitario, sin valor, ignorable e ignorado, aplastable sin repercusión en el mañana.

Eso es lo que odio de los bichos: sentirme como un insecto insignificante.

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