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sábado, 28 de junio de 2025

Damián y Germán: la historia (5)


Convergencia

El amanecer sobre la prisión de Carabanchel tiñe de plomo los muros y hace crujir los candados. Damián aguarda la apertura de una puerta que se adivina pesada, con cuerpo de metal, a pesar de esa pintura verde ceniciento tan ampliamente utilizado en hospitales, corredores de colegios y demás entidades públicas. En el centro, un pequeño ventanuco  redondo con cristal reforzado se le antoja mirilla para trols u ogros.

Otra puerta que solo se abre al cerrar la anterior. Una firma, el nombre, entregar el documento de identidad, vaciar los bolsillos y una voz recorriendo los recovecos del mostrador de  seguridad que dice "Pase".

Otra puerta al final de un pasillo curvo en torno a un patio de vegetación inanimada. Bancos de espera vacíos de familiares que aún no aguardan a ningún padre pendenciero, ningún hermano chusquero o hijo camello, a ningún amigo ladrón o asesino, a ningún compañero comunista, socialista, anarquista o sindicalista. Todos en el mismo saco de entropía.

Los funcionarios miran aburridos con recochineo los temores de quienes nunca estuvieron a un lado u otro de unos barrotes. Comentarios también jocosos de esos trabajadores todos un poco desquiciados; algo deshumanizados, algo más resistentes a las realidades. Todos un poco contagiados de los resultados que produce la connivencia con una sociedad enferma.

Entra acompañado al lugar de la ejecución por un alguacil y el médico; en el bolsillo interior de la chaqueta pasó oculto un pequeño y delicado tesoro. Cuando el funcionario extiende su mano hacia la herramienta de matar—un collar de hierro refulgente y su diente sediento—se reconoce como el verdugo roba-vidas, el quita-esencias, el chupa-sangres que en noches de insomnio vendía su vida: pero nadie compra nada a un verdugo; sólo reclaman callados su presto tornillo de aguijón romo.

En la celda contigua, Germán oye pasos, arrastra los nudillos por la pared y descubre astillas de pintura verde. Entre los restos escribe con sarcasmo su final: Así termina el linaje de los Galindo, en una espiral de oro que se aprieta al cuello. Por primera vez la vanidad le abandona y se instala en su interior un hueco helado al rememorar la frase anotada en uno de sus cuadernos funestos: «Me gustaría estrechar otro cuello delicado en estas manos, ver cómo sus ojos pasan del terror a la ausencia inerte y nublada del infinito …». Una gota de baba resbala por la comisura de sus labios.

Cuando los guardias conducen al condenado al patíbulo, Damián retiene sus latidos y se pregunta si su secreto seguirá entero en el bolsillo.

Entra el sentenciado con arrugas negras en la frente. Atraviesa el corredor de linóleo y se detiene frente a la silla. Su hermano, ahora si demacrado, le sostiene la mirada sin arrogancia; por primera vez se reconocen sorprendidos por un destino macabro. Son como dos gotas de agua turbia. Damián recupera la imagen de su padre saliendo de la bañera: solo había un pene diminuto sobre una bolsa vacía con cicatrices de metralla. No hizo falta preguntar si su padre sería porque no podía en realidad.

El mismo giro de la fortuna llevó al médico, 50 años de trapicheos en los paritorios, asombrado, a recordar el robo de un gemelo a cambio de un montón de sabrosos billetes en manos del propietario de calzados Galindo.

—Empiece cuando den la orden —susurra impasible el secretario.

Y Damián avanza pero, en vez tomar el cincho y aguardar que el condenado esté sentado, deja sobre la silla la flor blanca que ocultaba.

Un silencio con asfixia retumba como campana abolida el día de difuntos.

Ya no escucha órdenes, ni los gritos de los familiares tras la ventana para el público, ni el resoplido del director; sólo un leve zumbido interior que dice NO.

Da un paso atrás, otro, y abandona el cadalso sin pronunciar una palabra.

lunes, 23 de junio de 2025

Damián y Germán: la historia (4)


El crujido del garrote

Madrid, 1969. En los almacenes subterráneos del Ministerio de Justicia, Mariano, un funcionario del Convenio enseñó a Damián la máquina para ejecutar la condena: una silla de madera negra, un collar de hierro con tornillo y la orden mecanografiada con tinta morada:

«Instrucciones:
Atar el cuerpo con el cincho para que no se mueva, a la altura de los brazos. Ajustar la altura al cuello. Poner el grillete al rededor del cuello y poner el pasador. Girar la manivela con fuerza. 
Media vuelta rápida y queda hecho.
El médico certifica y el verdugo cobra.»

Damián quiso preguntar si debía llevar y sentar él a la persona condenada.

—No, joder. De eso se encargan los funcionarios de la prisión.
—Ah, ¿entonces no va ser aquí?
—Noooo, estás aquí para aprender cómo funciona. Si esto es muy simple. Mira. Además esta silla es nueva. La vas a estrenar tú.
—Y ... ¿sufrirá mucho esa persona?
—¡ Qué persona ni qué niño muerto ! ¿ Eres bobo ? ¡ Aquí se van a sentar bestias, asesinas y criminales ! 
—Es que esto parece ...—Mariano le interrumpe con desprecio y burla
—Parece, parece ... lo que parece es que eres un mierda. ¿ Pa qué te metes a esto ? Aquí no hay que andarse con contemplaciones. Al bicho lo sientan aquí, ajustas al cuello, aprietas con todas tus ganas y chas, se le chasca el cogote y las espicha rápido. Las víctimas de estos bichos no tienen tanta suerte.
—Yo no ...—otra vez le interrumpe
—Yo no... ¡ ME CAGO EN SAN APAPUCIO ... !
—Mariano  hace una pausa para recuperar su escasa paciencia ¿ Quieres el trabajo o llamamos a otro ? Hay gente de sobras dispuesta. Con esto no vas a sudar como cavando zanjas
—y rebosando sarcasmo añade:
—Si es que tenías que pagar por el placer de quitar del medio a la gentuza. Anda, déjate de gilipolleces y marcha pa tu casa que ya te avisarán cuando tengas que dar garrote al primero, que no será tarde, con tanto rojo de mierda y tanto sicópata como andan sueltos y revueltos.

Salió de las catacumbas del ministerio ya con mareo, sintiéndose menos, tratando de sacar fuerzas para que no se le notase. Se preguntó por las almas de las víctimas y sus familias, sedientas de justicia. Rodó desde la misericordia de sus oraciones mecánicas hasta las familias de los condenados por una justicia poco o nada justa; también le alcanzaba para ponerse en su lugar.

Camino a la pensión donde pasaría algunas noches antes de tomar el tren de regreso, su paso aflojó y se sintió muy cansado; su cuerpo trataba de seguir esa loca marcha que exige la sociedad mientras empezaba a escuchar los sonidos del silencio. Se sentía desdoblado: su cuerpo manifestaba la mayor negación; su alma gritaba invisible, anulada, asediada por contradicciones en un entorno hostil e implacable.

Los ensayos duraron dos días. Le entregaron un saco de arena con forma humana. Por columna vertebral un palo. Por cabeza una sandía echada a perder. Cuántas bromas sobre la muerte -asesinato para disfrazar su especial negrura.

Giró con fuerza, escuchó un leve crujido, similar al chasquido con que un ataúd avisa cuando su madera no soporta el peso de más tierra húmeda.

Aquella noche, en la pensión de Lavapiés, ojeó un relato de sucesos sobado, amarillento, con olor a escalabros. En él, el autor se pregunta "¿Cómo pudo haber tanta violencia indiscriminada… y nadie hizo nada por las víctimas?». Damián comprendió que ser verdugo no era sólo un oficio; era la advertencia del régimen para oprimir; para seguir alargando la temible sombra de un descomunal garrote sobre la población. Para evitar el crujido de su poder bajo el peso de una rebelión. De las libertades de reunión tan canceladas como  inevitables y clandestinas. 

Al mismo tiempo, Germán tropezaba con su propia altivez narcisista descuidando los límites propuestos por una relativa inteligencia. Dos chicas habían desaparecido tras cenar con él en Segovia. Una patrulla husmeó su coche, encontró cabellos, fibras  y las clásicas cerillas de propaganda de hotel que una de ellas perdió. En comisaría se preguntaron por los horarios de los vigilantes de su urbanización; por qué su chófer lavaba el maletero de madrugada. Si sería cosa de ricos o taparía algo más que aparente. Si se hubiera tratado de un cualquiera, de un Damián u otro miserable de los que proliferaban obedeciendo al régimen, ya estaría recibiendo golpes en las mazmorras de la Dirección General de Seguridad en la Puerta del Sol.

El hilo se tensó hasta romperse: registros, perros y un sótano de los horrores. Huesos retorcidos supervivientes a la sosa cáustica. El juez instructor —brindando a puerta cerrada con brandy "Veterano"— selló la causa: pena de muerte por garrote vil y todos los bienes decomisados.

La noticia salió en ABC con la frase seca de un capitán: «El criminal será ajusticiado públicamente para ejemplo de la nación».

Era una mañana soleada cuando Damián desayunaba al recibir el telegrama: «Primer servicio confirmado. Preso: Germán de la Santísima Trinidad Galindo. Fecha: 24-IV-1970.» Su mano tembló y el café se derramó sobre el plato.

Esa noche escribió una sola frase en su libreta: «Si pudiera explicarte cómo es mi tristeza… huye de desconocidos y también del abrazo amigo». Después apagó la lámpara y decidió que nadie le obligaría a girar aquella palanca. Ni Franco, ni las necesidades de su familia.

miércoles, 18 de junio de 2025

Damián y Germán: la historia (3)

Infancias cruzadas

A veces la distancia entre dos hermanos se mide en palmos de tierra seca entre parcelas contiguas, como sucede con herencias no conformes.

Otras veces la distancia es marcada por silencios que se van tendiendo entre dos puntos, como cables entre postes de telégrafo sin señal.

Damián creció en la ladera agreste de un pueblo manchego, hijo de un jornalero tullido por la posguerra. La miseria, su sequedad y falta de pulso, extendida en raíces huecas por los recovecos de las mentes que de ella mamaron sinsabores y privaciones acrecentando así las secuelas.

Su madre, que trabajó en casa de un rico fabricante hasta quedar embarazada, le enseñó que la soledad podía convertirse en oración estúpida, infértil enseñanza y que cuando la tristeza apretaba bastaba mirar el cielo del anochecer, robando al sueño momentos vitales para abrir paso a las estrellas ... y  los impertinentes graznidos de una tripa vacía.

Aunque la penuria no permitía juegos; aun así, Damián se entretenía con piedras, con lo que tiraban vecinos de mayor fortuna o cortando el paso del regato si traía agua, allá arribita por donde no apestaba. El resto de su interés era soñar con sierras que olían a pino, con escapar del calor veraniego en charcas y disfrutar de la tranquilidad de calles de tierra; pequeños afluentes de una naturaleza plena.

A cien kilómetros, por no decir más, Germán gozaba de bañarse en casa, en agua caliente. Como si el agua corriente entubada fuese lo normal. Como si escribir con pluma de oro no fuera señal. Como si disponer de hojas en blanco, de calefacción, comida abundante, bebidas no transparentes y juegos modernos resultaran una cosa habitual.

Su padre —propietario de un taller de calzado que la autarquía convirtió en emporio— le repetía que el mundo no puede pararse; "dialogar es cosa de cotorras, algo inútil para empresarios en nuestra posición". Bajo aquella máxima de prisa perpetua, de ordeno y mando, Germán descubrió el poder de quedarse quieto: observaba a los criados, adivinaba sus temores, les echaba cebo, picaban, los llevaba donde quería. Ensayaba conejillos de Indias emocionales.

La primera vez que hizo daño a una muchacha apenas tenía trece años; se dijo, se convenció que era curiosidad científica.

Mientras Germán coleccionaba silencios rotos de las más débiles y aprendía a retorcer su perversión, Damián acumulaba rezos estériles y aprendía a callar cuando los falangistas entraban al bar; a quitarse la boina ante el cura; a obedecer. Pero una tarde, al volver del camposanto donde ayudaba a su tío, escuchó por la radio que el Gobierno abría plazas de verdugo «de confianza». Pagaban tres veces lo que un enterrador ganaba en un mes y, sobre todo, otorgaban un salvoconducto para evitar la leva de su hija mayor. Desde el umbral de casa, Damián miró los zapatos remendados de sus niñas y pensó "Vendería mi vida para salir de esta miseria".

Entretanto, en la mansión de mármol, Germán hacía inventario de trofeos: una horquilla especial, un pañuelo bordado "para Carmen", la pulsación asustada de un reloj de caballero que una chica llevaba en recuerdo de su padre y detenido en esa medianoche estrellada. En su cuaderno de contabilidad privada anotaba sensaciones: «piel tibia», «floración de sangre», «silencio definitivo», «expiración mínima», «olor a miedo». A veces releía versos de almas rotas, cansadas de vivir, pesimistas y se reconocía en cada palabra como si portara algún viso de sentimiento, como quien se mira en un espejo quebrado y trata de repararlo para no ser visto.

domingo, 8 de junio de 2025

Damián y Germán: la historia (2)


Indecente brillo aparente

Germán cruza el vestíbulo de mármol del Gran Casino de Madrid con la soltura que otorgan las cifras largas y la vanidad. Lleva un frac impecable, un clavel rojo en la solapa y la sonrisa exacta que aprende quien cena con ministros. Le fascina observar a los demás: cuerpos envueltos en seda, copas que tintinean, miradas que suplican un favor. En ese circo de lujo él es domador y fiera. 

Cuando cierran la carpa de los eventos sociales regresa a su chalet, a la urbanización donde las farolas iluminan defecaciones despistadas; las secas de ayer junto a las frescas de hoy al lado del mismo seto. Una cosa es pasear a los perros  para que disfruten y otra terminar cuanto antes la aburrida tarea de todos los días. Encontrarse las heces es de una vulgaridad que le enerva porque insinúa que podría pertenecer a la misma especie de humano. ¿El? ni de coña. Germán no tiene ni perro ni felino, pico o aleta y no tuerce la espalda para recoger nada: su perfeccionismo se desahoga de otro modo. Bajo el suelo de su bodega, en una cavidad oculta e insonorizada, conserva trofeos minúsculos –un pendiente, un mechón de pelo, la huella impresa de un llanto recién consumido– de mujeres a las que arrancó voz y futuro.

Frente al espejo del baño, con el nudo de la corbata ya suelto, susurra una frase de Mary Bell: «Siento placer lastimando a los seres vivos, animales y personas que son más débiles que yo, que no se pudien defender» y se ríe narcisista, psicópata. Imitando sus asesinos favoritos en serie recuerda su adolescencia quemando pollitos vivos, luego envenenando gatos y perros en el vecindario para disfrutar el dolor de sus propietarios. Creciendo poco a poco como las malas hierbas pero refinando su técnica perversa hasta ocultarla para pasar por completo desapercibido.

Más tarde, sentado en un sillón de cuero, repasa sus apuntes sobre asesinos en serie. Al azar escoge uno de Ted Bundy, su personaje preferido, como si hubiese escrito por él: «El asesinato no se trata de lujuria y no se trata de violencia. Se trata de posesión. Cuando sientes el último aliento de vida que sale de la mujer, te fijas en sus ojos. En algún punto, es ser Dios». La idea de ser un dios maléfico y omnipotente, un ente etéreo, le seduce tanto como la dominación física; ambas transformables desde el vértigo donde su mente habita.

No sabe que, mientras bebe whisky, una pareja de la Guardia Civil reconstruye su itinerario nocturno: trato despreciable al vendedor de gasolina en la finca de Segovia, el señorito adinerado comprando ferralla sin dar que hacer a algún empleado, ojos tan aburridos como curiosos con querencia por los visillos que recuerdan su porte paseando casi a oscuras con la última desaparecida. El hilo invisible se trenza, y al final del carrete aguarda un verdugo recién nombrado de flacas convicciones pero gruesas necesidades. 


domingo, 1 de junio de 2025

Damián y Germán: la historia (1)


Tierra sobre la sangre

La luz matinal se precipita con timidez sobre el cementerio cuando Damián hunde la pala otra vez. En cada hachazo palpita la obsesión del oficio bien hecho: la pared de la fosa derecha, las cuencas limpias, secar de la tierra encharcada una vega arrebatada a la naturaleza por un barrio obrero, para dar cabida a despojos estuchados ...

Transcurren las horas mientras abre puertas a húmedas habitaciones compartidas y el calor del oficio a sol, las calamidades a cielo abierto, hacen que el sudor ronde sus ojos por duras veredas. 

Luego, ya en su casa, son semanas durmiendo mal. Vuelta a un costado en la cama. Vuelta al costado contrario. Su esposa le pide que pare.

Piensa en criaturas, no sus 6, que también son 6 desvelos para 7 días, sino en otras, apartadas de la vida, ausentes de cariño, perdidas, sin otro faro ni otra guía que la de callar bajo la violenta batuta que ejecuta prominente entre sus piernas un cura. Su esposa le recrimina:

-¡ Para qué leerás esos libros ! ¡ Con la de vueltas que le das a todo en esa cabeza !

Siente un escalofrío al pensar en sus seis hijas, corriendo entre robles y encinas algún día, en algún lugar lejos de esta ciudad invadida de hedores, cubierta de  carbones por cuyas calles circulan sombreros negros como células portando sombras encaminadas a atrapar cualquier asomo de luz.

Pero todo es rutina. El mundo gira a 1670 km/h y parte cada día a su enésima vuelta sin jamás desengañarse de su total desorientación. Él también gira: del hoyo al despacho de recursos humanos de la alcaldía y de allí a la comandancia donde un funcionario de voz seca pronuncia la palabra «verdugo» mientras señala sañudo con un índice estilo "amarillo tabacalera" un papel. Un contrato para avanzar con mejores expectativas. 

El Estado requiere un brazo firme para aplicar el garrote vil a los condenados del Caudillo y Damián escucha en silencio. Piensa en los salarios atrasados que Igualdad nunca pagará, en un techo que estropea los cuadernos de sus niñas en días de lluvia y en la promesa de triplicar su jornal si acepta. Le invaden el vértigo, la náusea, y una oración archi repetida se mezcla con la acidez de su propio relato: «cuando era niño probó la lucha con espadas de carne y se sentó a esperar el siguiente juego vacío de juego». Ningún hombre debería esperar sentado que otro hombre aplique la siguiente vuelta de tuerca devuelta de vida, de vuelta a la tierra.

Aquella noche, para acallar los pesados tics del reloj, Damián escribe a su esposa una carta llena de preguntas, de amor incondicional y miedo: 

¿Puede un techo triste, el harapo, la tripa rugiente justificar incluso la muerte? 

Sabe la respuesta y, sin embargo, dobla el papel y lo arropa entre hongos que prosperan por las hojas del apocalipsis de una Biblia familiar junto a un pétalo de lavanda más podrido que seco.

domingo, 4 de mayo de 2025

Lo que yo querría para el día de la madre


Me lo pregunta mi hijo. No sé qué contestarle. Le digo que un plan chulo con él y su padre, pero lo digo por decir. Él insiste. Un plan, no. Un regalo. ¿Un regalo? No se me ocurre, no necesito nada.

La pregunta se queda dando vueltas en mi cabeza. Qué quiero para el día de la madre.

Y la respuesta llega de forma súbita y clara.

Estar con la mía. Volver a ser niña otra vez. Que ella tome las riendas un rato. Dejarme llevar. Aburrirme. Improvisar.

Estar con la mía, sí. Con mi madre y con sus amigas. Me he leído estos días Nuestras madres, de Gemma Ruiz Palá, y me han entrado unas ganas enormes de pasar tiempo con ellas, que saben disfrutar tanto de estar juntas. Quiero preguntarles cuáles fueron sus renuncias, sus sueños no cumplidos, pero también quiero saber de sus aprendizajes, de sus alegrías. Las de ahora y las que lograron arañar entonces. A veces tengo la sensación de que yo, que cuento con un montón de privilegios que ellas no tuvieron —un empleo fijo y bien remunerado, una pareja corresponsable, algo de tiempo libre para mi autocuidado sin sensación de culpa—, sufro más este trabajo considerado, sin más, amor.

¿O quizás es que me quejo más porque mis expectativas son otras?

Cuando me desespero con mi hijo porque creo que no está valorando mis pequeños-grandes sacrificios cotidianos, por qué no veo a mi yo-niña que también daba por supuesto que se lo merecía todo. Y qué bien que sea así, que fuera así. Vivir la seguridad del amor incondicional en la primera infancia es crucial para el desarrollo emocional. El tiempo de agradecer y devolver llega más tarde.

Aunque con las figuras maternas quizás nunca. Porque con mi madre, muchas veces, sigo dejándome caer, dejándome cuidar, dejándome ser quien se pone en primer lugar.

Pero si, como se suele decir, la naturaleza sigue su curso, llegará el día en que mi madre, sí o sí, será quien necesite ser cuidada y mimada. Y yo querré estar ahí para devolverle un poco de tanto. Y entonces me arrepentiré de no haberlo hecho antes. No sólo de no haberle agradecido y devuelto lo que se merece, sino de no haberla conocido, en toda su amplitud y no sólo como madre.

Porque nuestras madres tienen sus historias. De eso precisamente va Nuestras madres. De historias poco contadas de mujeres nacidas en la dictadura que renunciaron a sus sueños para que nosotras, sus hijas, pudiéramos escoger qué caminos tomar. Emma Rodríguez enlaza su lectura con la de un ensayo de Susan Griffin —pionera del ecofeminismo—, en el que esta autora se pregunta el porqué de tantas historias silenciadas y llama a que las mujeres se cuenten sus historias entre ellas. «Sobrevivimos al escuchar», afirma.

Y yo, como la Mireia del libro, me doy cuenta de que he admirado a otras mujeres, a quienes he tomado como referentes feministas, y me he olvidado de mi madre cocinando por las noches la comida del día siguiente, alternando trabajo en casa y fuera de casa 24/7 —pues sus «ratos libres» consistían en coser ropa para toda la familia mientras escuchaba la radio o en «hacer recados»—, las caras de asco que le pusimos a casi todas las comidas, cómo me enfadó que le diera por estudiar un posgrado por las tardes en vez de quedarse en casa, su renuncia después a arriesgarse a dejar su empleo —fijo, aunque mal pagado y menos aún reconocido; también por mí misma, que alguna vez me avergoncé de tener una madre costurera— por un futuro incierto como orientadora familiar —qué cosas, a eso me he acabado dedicando yo—.

Y, sin embargo, ahí estaba también el disfrute de las pequeñas cosas, el enfrentarse a quien ayudaba en casa, pero no se corresponsabilizaba, el juntarse con otras y tener proyectos en común, el dejarnos tomar nuestras decisiones sin cuestionarnos nunca —gracias por ese «si es lo que tú eliges, hija, siempre será la decisión correcta»—, el desafiar los estereotipos de género siendo «la manitas» de la casa o el no dejar de encontrar pasiones a pesar de ir cumpliendo años.

Y sin duda todo eso forma parte de quien soy.

Pero no le he dado suficientemente las gracias. Y no he escuchado aún todas sus historias.

Por eso, de regalo, yo quiero irme de viaje con mi madre y sus amigas.

Extraído de "Amanece Metrópolis"

Irene Choya

Irene Choya es editora de la publicación periódica feminista La Madeja y forma parte del colectivo Cambalache. Vive en Oviedo (Asturias)

jueves, 1 de mayo de 2025

Amor de padre



Dicen que las personas dentro del espectro no tenemos empatía. Ya está. No da para más el cliché: estamos en nuestro mundo y lo que pasa al rededor nos resbala, ¿es eso?

Tengo la suerte de poder transitar entre dos mundos: el mío y el otro.
El otro puede ser la suma de miles de millones de mundos. A uno por persona.
El mío la suma de un porcentaje de esos miles de millones. A uno por persona en el espectro.
Sería mucho más sencillo considerar la tierra como el único mundo, compartido con muchos otros seres vivos que perciben todo de formas similares pero bien diferentes. Cualquier gato o perro tiene sentidos más desarrollados y a ellos les perjudican en especial nuestras costumbres, contaminaciones acústicas o lumínicas, ambientales, etc.

Tengo heridas en el amor propio.

Algunas por golpes en cabeza sin mayor transcendencia. Algunas por decisión propia cuando me creí escalador y coche cocón. Otras por colmar la paciencia de mi padre obligándole a liberar su ira en forma de insultos y demás parafernalias.

En mi trabajo, siempre en el uno a uno, puedo estar al lado de un cliente y este cliente sentir frío polar a mi lado. Imagino. No lo sé.

A veces las cosas suceden de forma más o menos natural. En ocasiones trato personal y trabajo se pueden desempeñar sin problema.

Estuve con un cliente en concreto que me interesaba bastante. Era muy, muy serio. Tardaba en atender mis preguntas. La calma era su bandera.

A mi me interesaba él. Su ordenador, su impresora y su escáner un pimiento. Sé que eso está mal pero es lo que digo empatía ... a mi modo.

Me gusta observar cómo funciona el resto de la gente. Nunca se termina de aprender.

Este hombre era conocido en la empresa desde hacía años pero a nadie le interesaba más que sus compras y los beneficios asociados. Años antes de llegar yo él ya era cliente, pero no le conocían.

Qué te pasó en los oídos ?tiene unos audífonos puestos. No sé si especiales. Su manera de hablar también me llama la atención.

Son un regalo de mi padre—callé.

Seguí con el trabajo informático mientras trataba de entender. Era una de esas respuestas que deben analizarse, ponerse del revés, retirar el hilo de veneno y quemar hasta casi la raíz, hasta dejar la esencia. Lo sabía: el hombre me miraba. Debió comprender que no alcanzaba su idea y decidió explicarme:

Me dejó sordo con sus bofetones. Mi padre era juez y al parecer eso le legitimó para repartir justicia en casa de forma desigual—No creyó que hubiera necesidad de añadir explicación ¿Lo tenía superado? ¿Se superan las secuelas de una agresión paterna o materna, física o psíquica? ¿De una mala persona, personalidad malvada o irascible? Solo acerté a decir:

Vaya

En realidad no era mi padre sino mi padrastro—una pausa y prosigue—En este ordenador antes podía ver la tele pero ya no funciona ¿Se podría recuperar esa función?

No, no hay driver de tarjeta sintonizadora para Windows 10 pero hay un programa, ProgDVB, que quizá lo permita. Lo descargo y probamos.

Intuía que algo salvaje había cruzado por su vida. Podía estar equivocado, pero no. Amargura y dolor no sanan por sí solos. 

Si la vida te da un respiro, una oportunidad ... quizá si encuentras una pareja, cariño y el modo de construir tu propia familia para intentar hacen mejor las cosas ... quizá entonces puedas mitigar las secuelas de tanto dolor, adaptarte y seguir con tu vida.

Desde luego, este hombre lo consiguió. Tenía esposa e hijas y un hijo. En el fondo de pantalla lucía la foto de su familia, felices. Muy felices.

Yo no tengo una empatía al uso pero estoy convencido que hay otras maneras de estar con las demás personas. No digo mejor, tampoco peor.

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Hoy ha sido un día duro. Todos mis sistemas fallaron. He caído como un servidor sobrecargado, sudando nervios sin ser sudoroso y delante de un montón de personas a las que debía dar una pequeña formación. No me he adaptado. No he podido. Cortocircuito. Terminé con el grupo de la primera media hora y traté de afrontar el segundo. Subí una planta y nadie me esperaba. Me rendí. Escapé. Pedí ayuda. 

Con ayuda conseguí, conseguimos, superar el problema. El compañero decía, observándome, escuchando mi mutismo: 

No te pongas triste, joder. Si esto es una gilipollez—no contesté, sopesé si estaba triste o enfadado y no pude elegir. Traté de hacer gestos, encoger los hombros mirando  a ningún lugar allá arriba en el edificio de enfrentetengo pendientes de hacer un montón de cosas pero bueno ... ya las haré.

Pues márchate y yo lo vuelvo a intentar

No, ya no quiero que lo hagas. Cargaré yo con la tarea de dar las formaciones. No te preocupes.

Ha sido jodido pero ... ya está. Tengo los ojos caídos. El cuerpo también se ha rendido y, a su paso, la apisonadora dejó esta figura de papel.

En casa me esperaba el perrito. Le he sacado a pasear.

Un hombre imaginé sin hogar— estaba recogiendo cosas del suelo junto al portal. Colillas, cristales, todo al bolsillo. Mi perro se acercó a saludarle. Despacio, muy despacio, extendió su mano hacia él. Huyó. Le rodeó. Volvió para olerle las zapatillas. El hombre se agachó a recoger la cáscara de una pipa y la llevó al bolsillo al tiempo que trataba de acariciar a mi esquivo compañero. Le dije algo al respecto, pero no contestó. No era su idioma. Quería darle el poco dinero que llevaba pero ganó el miedo a otra decisión no regulada, repentina, directa ... a desconocer las consecuencias.

Seguimos nuestro camino hacia el patio por el pasaje. El nos siguió para, a paso muy lento, dejar el lugar por el acceso de vehículos.

Volvimos a casa. El volvió a la calle si en algún momento dejó de estar en ella.

Qué mundo este, nuestro mundo, donde el amor de un padre se manifiesta con inusitada violencia, la humanidad 
ya no vale nada y cada individuo —mudo, aislado, con su dignidad en vilo— depende de cuantos se crucen en su camino.

lunes, 7 de abril de 2025

Mad World, abrazos de plástico y otros

Que el mundo está cada día peor es ya un hecho. 

No hablo ya de una naturaleza deteriorada. Como hablamos un mismo lenguaje, cuando se pronuncie de veras comprenderemos a la perfección lo que muchos venían advirtiendo.

Hablo del global de las personas. En ese total, hay jóvenes que merecen un futuro mejor. Una parte, no la mayoría de jóvenes. Algunos van al instituto donde limpia mi mujer. Cagan en el borde de la taza y dejan el "regalito" para que ella lo quite. Mean en la pared, en el marco de la puerta y su pis recorre el suelo inclinado hasta donde alcanza. El tufo es ... como entrar en su clase. Suelo lleno de papelitos y hojas. De libros tirados. Mierda por doquier cuando el profesor sale de clase emulando a Pilates: "No es mi problema". A su compañera le lanzan desde el piso de arriba una manzana. El pecado de ser del personal de limpieza y todos libres de culpa.

Por otra parte el global de niños y niñas tienen derecho a, como poco, un futuro.

Se puede ser más o menos zoquete para no compartirlo. 

El global de las personas mayores apesta. Da asco. 

Damos asco.

Aceptamos las lonchas de jamón plastificadas, qué ricas son, pero nunca nos comeríamos a nuestro perro, gato, loro, pez, bunny o hamster. Algunos -probado- arriesgaríamos la vida por alguno en el arrebato de un peligro inminente.

En la residencia durante el covid, Dolores, una limpiadora, escucha a un anciano suplicando. Se acerca a ver qué le pasa. Quiere un abrazo, "por favor", mientras deja caer una lágrima de un ojo medio seco. Imagina su pena si te sientes empática. Pero la mujer le abraza. Un abrazo de plástico que sabe a gloria. Aunque a mi no me gusten, los entiendo y siento cuando los veo. Perpétua, que se cree la mandilona "Number One" y compañera de Dolores pasa, ve la escena y vocifera: "¡ Qué demonios haces ! ¡ Vuelve a tu trababajo, joder ! ¡ Que nos pagan por limpiar, cojones !".

Cojones de otro porque, lo que se dice "coño", debía estar  tan podrido como su cabeza.

Ahora llega el Van Gogh en fallido que resultó ser Trump. Un artista de las finanzas que, rotulador en mano, dibuja un escenario apocalíptico sin despeinarse. Rotuladores de la marca "Sharpie" fabricados en Atlanta, Georgia. 

«De haberse creado como modelo de colonia ideal sin esclavos, Georgia se ha convertido en uno de los estados más racistas de Estados Unidos» 

«La pena de muerte en Georgia: racista, arbitraria e injusta»

No hubo tino con él, ni lo hay con Putin o Benamin Etaniau. No lo hubo con Hitler. Tampoco con tantos criminales de guerra como guarda la historia. Una historia que se olvida demasiado pronto.

Preguntémosle a la iA. Nuestra inteligencia ya no vale ni siquiera para eso, para definir lo más obvio.

Javi, compañero durante mi FP2 de electrónica, llevaba un año en el oficio de repartidor de Correos. Le gustaba. Ayudaba a la gente. Explicaba. La zona que le asignaron era un barrio que se considera "conflictivo". 

Recuerdo vender un ordenador y decirle al cliente que se lo llevaba a casa e instalaba. En ese mismo barrio. Se quedó sorprendido y necesitó que se lo confirmase después de decirme dónde vivía. Como soy incrédulo e ignorante de algunos peligros, no entendí su miedo. Por allí había tiros, redadas ... pero la familia que compró era encantadora como tanta gente del barrio.

A mi amigo le tocó un reembolso de 150 euros en casa de una persona del colectivo racializado mas antiguo de España. 

El destinatario quiso abrir el paquete quejándose que lo había recibido equivocado con anterioridad. Javi quiso desentenderse pero el otro no estaba dispuesto y desgarró el paquete para enfurecerse a continuación: "¡ OTRA VEZ ! ¡ ESTO NO ES LO QUE PEDÍ ! ¡ DEVUELVEME EL DINERO !"



Hay amigo. Si hubieras sabido lo que sucedería a continuación le habrías devuelto su dinero. Amenazó a Javi con un cuchillo y recibió luego un empujón que le abrió la cabeza. Cayó al suelo, fue pateado. Costilla rota, dificultad para respirar, mareo. 

Los padres del hombre alocado intervinieron después de ver que la cosa se ponía chunga. Le pidieron perdón e invitaron a pasar a la casa. Al salir de nuevo el energúmeno "¡ TE MATOO !" y sus padres, "Bah, no le hagas caso". Correos derivó a la mutua y prácticamente desentendiéndose.

Javi se costea un abogado porque Correos no lo facilita. Baja, depresión, ansiedad, terror, acúfenos en el oído derecho.

Nos falla el juicio. Nos embarga la maldad. 

Qué asco de mundo loco, de millones de animales extintos, de abrazos ausentes y locos por las compras online.

Ahora mismo, 16:30, hay un motorista pegando acelerones a una moto de mierda. Seguro que ha pensado en hacer las delicias a la siesta comunitaria. El domingo, una mujer vació el cubo de fregar en el balcón y casi me pone a caldo.

Ahora mismo, un 10 por ciento de las casas se muestran en protesta por la próxima creación de un edificio para menores no acompañados y otro para "morenos", como dicen esos protestones. 

"Llévatelos a tu casa si tanto les quieres ayudar"

So estúpido. Ya están aquí. ¿ Cuales son las alternativas ? ¿ Dejarles en la calle y que se busquen la vida ? ¿ Gasearlos ? ¿ Trasladarlos a una zona de exclusión ?

Las barricadas, los misiles, las trincheras nos están esperando. ¿ Quién quiere ser el primero en estrenar un traje de tierra, en el mejor de los casos ?

Vamos a ver hasta dónde llega todo esto.

Veamos cuánto tiempo nos queda.
Quizá sea todo más sencillo.
Quizá esta vez no acierte prediciendo que la Covid nos alcanzaría. Algo tan obvio.
Pero no siempre mis premoniciones se cumplen.

La diferencia se cuantifica en el número de personas que las compartimos ...

... y que callamos.


domingo, 2 de marzo de 2025

Amor en el cerebro

Ubicar el amor en el cerebro puede parecer poco romántico.

Por muy bonito que resulte, el corazón hace su oficio pulsando sangre pero, donde se obra la magia es en la química cerebral. Como en casi todo lo relativo al comportamiento humano. A veces unas hormonas por sí solas son capaces de alterar esa química transformándonos en ... otro, digamos.

Pues escuché la canción "Love in the brain", de Rihanna. Eso de amor en el cerebro me pareció como una oda al amor autista, a un posible hijo suyo en el espectro y ... nada más lejos de la realidad.

Según la crítica la canción habla de " ... un amante violento, posiblemente refiriéndose a Chris Brown después del muy publicitado caso de violencia doméstica de la pareja y el renovado romance años después."


Pero a mi eso no me interesa. Me quedo con la copla "amor cerebral, amor autista".

Nadie cree, en mi esfera de personas importantes, que yo tenga nada que ver con el autismo. Asumo suponen he buscado esto como refugio, explicación o salida a un problema, no de mis circuitos, sino más bien fruto de polinizar con internet una imaginación sesgada.

Pues bien, si esa es su opinión, se la guarden donde ... se guardan las cosas ignoradas, increíbles, inconvenientes e imposibles. Tan imposibles como seguras como suelen tener sus opiniones quienes poseen la verdad absoluta.

Estamos rodeados de personas en el espectro y no hace falta que se nos caiga la mandíbula, se nos oiga gritar o repetir sonidos o palabras como un mantra, saltar y correr como para salir volando o se nos vea pasmaos mirando nada, sin habla ni hablando de un rollo insufrible para darse cuenta.

A estas alturas no necesito justificarme ni sumar pruebas anteriores a un diagnóstico bien profesional como el mío. De profesionales en autismo que, en efecto, han entrevistado a personas adultas que querían lucir el diagnóstico de "Asperger" al lado de un C.I. superior a la media. Adultas enfadadas por no conseguirlo para ir ... ¿ a la moda ? Por dios.

O quizá sí lo necesito.

Amor en materia gris. 

Resetea mi memoria, vuélveme niño. Cuando comience a aprender, a discurrir, a ver y oír, a jugar y a sentir lo que me rodea, a quienes me rodeen en esa ficción, volveré a ser yo. 

Seré de nuevo este que conocéis dentro de mi. O creéis conocer.

Otra vez por fuera tendréis al mismo crío guapo que pone coches en fila india hasta terminarlos, que se los mete en los ojos, que comprueba la suspensión de sus ruedas. 

Jugaré mis juegos conmigo, mi mejor amigo. Mis juegos de agua. De juntar una gota de colonia con unas gotas de agua reunidas en un mini charco y ver cómo la materia baila y hace formas. 

Hay tanto por descubrir ... pero siempre aparece alguien para decirme que todo está concebido. Que las matemáticas ya están inventadas y que mis ideas no son siempre buenas.

A ratos jugaré con algún crio o cría que me pongan al lado si también le gusta ver cómo caminan los muñequitos de plástico al dar golpecitos a la mesa con el puño. Como cualquier niño "raro" otra vez me colocaré en una columna del patio.

Uy, ya os escucho pensado, incluso diciendo "Antes era por los abusos, luego la anorexia y ahora esto otro, siempre con la misma historia."

¿ Y qué demonios quieres ? ¿ Que pase página ? ¿ Tú también lo pasaste mal ? Perfecto. Por eso hay campeonas y perdedoras. Y otras que no llegaron más lejos, no soportaron el dolor y se quitaron la vida. Así visto deberías tratarme con la  admiración debida a quienes sobreviven y alcanzan ciertas metas. Acepto que me digas inteligente pero muy poco lista. 

Intento pasar página pero son suficientes para formar un libro entero. Y mis páginas pringan. Pasan pegadas a trozos o se rasgan en silencio. Y apestan. 

Amor, no dudes de mi amor. 

No preguntes por cada sonido del móvil, no te inquietes si me pongo ambientador para oler mejor, si pongo una reseña amable a una peluquera que lo pidió.

Que sea una chapuza a tus ojos en comparación con otras parejas, vale.

Que sea frío, vale. Descuidado, vale. Pesado, también. Cansino, por supuesto. Interesado, lo admito. Egocéntrico, no cabe duda. ¿Modorro?, si tú lo dices seré. Ausente, sin interrogantes, lo siento y no sabes cómo. 

Que mi empatía no convence, no se la conoce ni se la espera ... joder. 

Si quieres añadir "tan solo de un tiempo a esta parte", no  lo comparto y me hace mucho daño escucharlo. 

Pero perdona.

Por no compartir mi dolor o hacerlo de manera que no comprendas.

Solo digo que te amo. No lo dudes aunque este amor sea ... 

"amor en el cerebro".

sábado, 15 de febrero de 2025

iA tan artificial como Elon Musk

A estas alturas dudo que alguien afirme que Elon Musk es inteligente.

Multimillonarios, empresarios con éxito, los hay a patadas. No son sinónimo de inteligencia. De negocio si. De suerte, de oportunidad muchas veces también.

¿ Sería hoy Bill Gates millonario si hubiera nacido 20 años más tarde cuando su invento no era novedad ? 

La iA aún no existe como tal. No es inteligente. Su modo de trabajo son puras estadísticas y datos.

Hace años vi cómo funcionaban los primeros modelos de iA y me pareció una estupidez asombrosa:

Ponían un circuito de carreras para coches y en la salida miles de ellos. La inteligencia debía ser capaz de llevar un coche hasta la meta. Todo el estudio en si mismo me resulta estúpido. El planteamiento no tanto porque se basa en una premisa: "Ensayo y error, aprender del error".

¡ Semáforo verde ! Y en la primera curva se chocan una y otra vez. Y eso a pesar de estar dotados los coches con sensores que miden los límites de la carretera.


Para empezar, ¿qué pasó con los sensores? ¿estaban tan defectuosos como sus conocimientos?

La iA deduce, "pues por ahí no se puede, giro a la derecha a ver qué pasa". Y tenemos el primer coche que avanza un poco más porque ni sabe cuánto debe girar ni se lo imagina ni tiene que pagar los coches rotos ni se ha abierto la cabeza al chocar ni nada de nada.

Cuando parece que un coche ha sido capaz de lograrlo, llega un momento sin curva en que hace un viraje sin sentido a un lado y choca. Y cuando los miles de vehículos terminan todos estampados, todos haciendo el mismo viraje tonto que les hace chocar más adelante, alimentamos la iA con más y más intentos (modelos) de aprendizaje. 

Al final, aprende a guiar un vehículo hasta la meta. Y ojo. El locutor del video dice que hace un proceso selectivo con el modelo de "cerebro" más inteligente. Que permitiendo reproducir la "genética" de los modelos más listos se llega a la meta.

¿ De qué me suena eso de selección genética ... ?  

Y ese símbolo ... ¿ porqué lo relaciono con algunos mandatarios en los united estates of américa del norte ?

Esa es la iA que nos alumbra hoy en día. Millones de millones de datos y vamos a ver qué pasa si combinamos esto con aquello. Y lo que no encontremos nos lo inventamos.

Ahora mismo, si la iA de turno no sabe, se lo inventa.

Adjunto el PDF de una conversación con ChatGPT. Yo solo quería controlar el número exacto de símbolos ";" que había en un texto. No fue capaz de lograrlo.

Además de no saber hacer algo tan simple, se inventó la respuesta. Fiabilidad cero. Me dice que para un resultado fiable use Excel. Le digo: "úsalo tú por mi para darme un resultado fiable". No es capaz.

ChatGPT se pone chulito. Le digo "¿cuántas letras A hay en CASA?" y responde 2. Que podemos hacer algo más complejo, como diciendo "vaya pregunta más tonta". En fin. Todo un cromo de iA.

Además, la iA suele fallar incluso en lo más esencial: no aprende de sus errores.

Pagamos por acceder a una cuenta de ChatGpt para que aprenda con nuestra ayuda y ni siquiera hace bien esa tarea. La misma pregunta días después retorna una respuesta fallida.

Que USA-Trump-Musk, vayan a invertir 100.000 millones de dólares en eso en lugar atender a su población y la Unión Europea responda, pues nosotros 200.000 millones de euros, me parece muy propio de la iA. De la falta de lógica humana plasmada en ilógicos métodos para obtener respuestas.

Disponemos de las mejores inteligencias entre los seres humanos y en lugar de financiar sus investigaciones, de promover su creatividad y arte, sus habilidades, de cuidar del planeta y los delicados seres que lo habitan, nos empleamos a fondo en volvernos tontos del culo como ... ¿ por quién empecé a relatar ? Tampoco pasa nada si no me acuerdo. Voy a preguntarle a la iA.

Aquí pueden ver este vídeo de carritos aprendices:


Y aquí el PDF prometido:

https://drive.google.com/file/d/1lfnmPbeX5O38R8UHMMjImCt5gkQu1h2j/view?usp=sharing

sábado, 1 de febrero de 2025

Amor adolescente


 Con el primer amor, uno debería llevar la frente alta. Sin temor al rechazo, con todo el ímpetu sano e ignorante. A los 15 años, el amor debe ser una palabra nueva a estrenar, donde la ilusión debería ser lo primero, o quizá el deseo. Con sólo 15 años, mi amor adolescente fue un amor platónico. A esa edad, el amor platónico debería ser por, qué sé yo, la famosa o la guapa de turno... alguien inalcanzable, como de una galaxia lejana que se ve sólo con un buen telescopio. Entonces, ¿cómo es posible que un muchacho sin vergüenza para hablar con las chicas sea incapaz de decir:

—Me gustas, ¿quieres salir conmigo?

Lo mejor de todo sucede cuando pasan un par de años, y tu amor de ficción se entera de todo. De tus primeros poemas, del amor desconocido de un amigo, y te dice:

—Chico, vamos a probar. Te invito a mi casa a comer mañana que no están mis padres.

Y vas a su casa, con la ilusión desbordante de tus 17 años, aún ignorante de todo, o eso creía yo. Al convite acude una amiga común de nuestra pandilla juvenil. Y comes, mal que bien, porque comer será un placer, no lo niego, pero cuando el cocinero es un artista. Para lo demás basta con tener hambre y algo que llevar a la boca. Y aquí viene lo bueno. Nuestra buena amiga común dice que se marcha para dejar solos a los tortolitos.

—Me voy, ¡os dejo solos!dijo sonriendo mientras se preparaba para salir.

Por supuesto. Aquí viene lo mejor, porque, ¿qué se puede esperar de una parejita que quiere dejar la amistad para probar si funciona el amor? Pues lo normal, por supuesto. Ella, con su cara tan simpática —su sonrisa era lo que más me gustaba—, me dice que me siente a su lado.

—Ven, siéntate aquí conmigo.

Hace algo de frío y, sentada en el sofá, cubre sus piernas con el faldón de la mesa camilla del cuarto de estar.

—¿Quieres ver la tele a mi lado?pregunta con una sonrisa.

¡Qué maravilla!, el simple hecho de estar junto a ella. Voy a estar tan juntito que podré sentir cómo respira, sus labios, sus ojos y esa sonrisa. Todo en primera fila. Ah, el amor. El amor es tan bonito cuando se desconoce... Creemos que puede sanarnos completamente. Que su torrente amazónico va a arrasar con todo lo malo que pueda haber en nosotros y de paso, llenarnos con su caudal infinito. ¿Qué puede ser el amor en un adolescente? No, no me digan sólo hormonas, porque no vale. 

Yo, decidí acompañar a la más común de nuestras amigas, a la que se batía en retirada de cortesía.

—Espera, te acompañole dije casi sin pensar.

Eso elegí en lugar de sentarme con ella allí, a su lado. Mi cuerpo ardía y tenía por aliada a la naturaleza, ambos en danza ritual. Insistió en que me quedara; la hacía sentir como la cocinera que me llenó la barriga y para eso no me habría invitado a comer.

—Pero quédate, no era sólo por la comidame rogaba.

Que la comida no era el motivo de la reunión. (Menos mal, el san jacobo era una mezcla entre suela de zapato fría y cartón piedra mojado en mantequilla). Mi cuerpo ya había comenzado a suplicar también, para que me quedara allí. Hasta dentro de mi mente, algo me decía que no podía irme de su casa, porque la ocasión la pintaban calva para lograr mis deseos.

—No te vayas, por favorsusurraba.

¡Qué barbaridad, por Dios! Ese amor por el que tanto había estado suspirando en mi soledad. Pero en mi mente había "algo" que no funcionaba como cabe esperarse en un chico de 17 años. Me dejé dominar por un desconocido y cafre sentido de la extirpación psicológica que desde años atrás aguardaba para intervenir en uno de estos acontecimientos. Y amputé en mi mente, no el deseo y el amor, porque esto debía quedarse allí, para mi posterior tortura. Amputé mi voluntad. Sí. Esto es lo que me quitó mi pobre mente enferma.

Mis amigos no pudieron comprenderlo. Mis amigas tampoco. Ni yo mismo.

—¿Por qué lo hiciste?preguntaban.

¿Alguien lo ha comprendido? Sí, ahora sí tiene sentido. 

Duele, pero tiene sentido la falta de sentido.

miércoles, 1 de enero de 2025

Ni gourmet ni nada de nada


Ver muchas películas puede servir, además de para pasar muchos ratos, desgastar los tiempos, disolver los posos, retirar las costras, disparar los llantos, levantar ampollas, encontrar fantasmas desconocidos, hallar traumas silenciosos, partirse de la risa ... incluso, según casos, para aprender lo nunca aprendido.

La película que hemos visto es 'A fuego lento' en este país y en origen "La passion de Dodin Bouffant". Si explicarla a alguien fuese necesario por mi parte, creo que no sabría hacerlo. Parece evidente: la cocina, los alimentos preparados por un chef de reconocido prestigio. No. No puedo decir "Es una peli sobre cómo se trabaja en la alta cocina". 

Es una película lenta, tranquila, donde abundan los detalles, la belleza, el amor y el cariño. 

Ambientada en 1885 cuando no había ... no, tampoco es correcto: cuando no hacían falta las pantallas, los automóviles, los teléfonos  ni tantos otros elementos brindados por el progreso de la vida moderna que no es sino el camino de regreso más terrible y rudo imaginable hacia algo bastante menos atractivo que ese antiguo modo de vida. 
En realidad, ¿ hicieron falta alguna vez ?.

La musa saltó: "Tenemos que escribir sobre esto".

Me pareció que la película no hablaba sobre cocina y en ningún momento que Eugénie, la cocinera perfecta de un chef magistral, estuviera mostrando cómo realizar algunas recetas. Yo creí ver en la permanente sonrisa de ella un tipo de felicidad cada vez menos frecuente. Creí ver una niña aprendiz, Pauline, a la que se le iluminaba la carita -un primor- probando los platos. En el chef, Dodin, vi un hombre que trataba a Violette, la ayudante, de forma despreciable pero mostrándose siempre muy enamorado-de y preocupado-por Eugénie.

Me perdí cuando Eugénie pregunta a su compañero, después de 20 años de convivencia, si ha sido su cocinera o su amante. El responde 'mi cocinera' y ... ambos se regocijan.

Me dolió compararme con él y su amor y preocupación por ella. Creo nunca he sabido demostrar algo así.

Nunca he sabido cocinar ni apreciar los buenos alimentos bien cocinados como es debido.

Así pues no soy buen gourmet, ni llego a mal cocinero siquiera, ni mediano amante, ni nada de nada.

Tanto pararme a sentir siempre la nada al rededor me ha convertido en un ser insípido que sabe hacer eso mismo: nada.
Que sabe dar lo que abunda en eso mismo: nada.
Capaz de mostrar aprecio hacia los demás pero pareciendo que no valiese nada.
Que ama lo mismo que el beso frío de un abismo.

Ojalá no hubiera visto esta película.
Ojalá, en lugar de mis lamentos, hubiese aprendido algo para llevar a esa nada.