Con el primer amor, uno debería llevar la frente alta. Sin temor al rechazo, con todo el ímpetu sano e ignorante. A los 15 años, el amor debe ser una palabra nueva a estrenar, donde la ilusión debería ser lo primero, o quizá el deseo. Con sólo 15 años, mi amor adolescente fue un amor platónico. A esa edad, el amor platónico debería ser por, qué sé yo, la famosa o la guapa de turno... alguien inalcanzable, como de una galaxia lejana que se ve sólo con un buen telescopio. Entonces, ¿cómo es posible que un muchacho sin vergüenza para hablar con las chicas sea incapaz de decir:
—Me gustas, ¿quieres salir conmigo?
Lo mejor de todo sucede cuando pasan un par de años, y tu amor de ficción se entera de todo. De tus primeros poemas, del amor desconocido de un amigo, y te dice:
—Chico, vamos a probar. Te invito a mi casa a comer mañana que no están mis padres.
Y vas a su casa, con la ilusión desbordante de tus 17 años, aún ignorante de todo, o eso creía yo. Al convite acude una amiga común de nuestra pandilla juvenil. Y comes, mal que bien, porque comer será un placer, no lo niego, pero cuando el cocinero es un artista. Para lo demás basta con tener hambre y algo que llevar a la boca. Y aquí viene lo bueno. Nuestra buena amiga común dice que se marcha para dejar solos a los tortolitos.
—Me voy, ¡os dejo solos!—dijo sonriendo mientras se preparaba para salir.
Por supuesto. Aquí viene lo mejor, porque, ¿qué se puede esperar de una parejita que quiere dejar la amistad para probar si funciona el amor? Pues lo normal, por supuesto. Ella, con su cara tan simpática —su sonrisa era lo que más me gustaba—, me dice que me siente a su lado.
—Ven, siéntate aquí conmigo.
Hace algo de frío y, sentada en el sofá, cubre sus piernas con el faldón de la mesa camilla del cuarto de estar.
—¿Quieres ver la tele a mi lado?—pregunta con una sonrisa.
¡Qué maravilla!, el simple hecho de estar junto a ella. Voy a estar tan juntito que podré sentir cómo respira, sus labios, sus ojos y esa sonrisa. Todo en primera fila. Ah, el amor. El amor es tan bonito cuando se desconoce... Creemos que puede sanarnos completamente. Que su torrente amazónico va a arrasar con todo lo malo que pueda haber en nosotros y de paso, llenarnos con su caudal infinito. ¿Qué puede ser el amor en un adolescente? No, no me digan sólo hormonas, porque no vale.
Yo, decidí acompañar a la más común de nuestras amigas, a la que se batía en retirada de cortesía.
—Espera, te acompaño—le dije casi sin pensar.
Eso elegí en lugar de sentarme con ella allí, a su lado. Mi cuerpo ardía y tenía por aliada a la naturaleza, ambos en danza ritual. Insistió en que me quedara; la hacía sentir como la cocinera que me llenó la barriga y para eso no me habría invitado a comer.
—Pero quédate, no era sólo por la comida—me rogaba.
Que la comida no era el motivo de la reunión. (Menos mal, el san jacobo era una mezcla entre suela de zapato fría y cartón piedra mojado en mantequilla). Mi cuerpo ya había comenzado a suplicar también, para que me quedara allí. Hasta dentro de mi mente, algo me decía que no podía irme de su casa, porque la ocasión la pintaban calva para lograr mis deseos.
—No te vayas, por favor—susurraba.
¡Qué barbaridad, por Dios! Ese amor por el que tanto había estado suspirando en mi soledad. Pero en mi mente había "algo" que no funcionaba como cabe esperarse en un chico de 17 años. Me dejé dominar por un desconocido y cafre sentido de la extirpación psicológica que desde años atrás aguardaba para intervenir en uno de estos acontecimientos. Y amputé en mi mente, no el deseo y el amor, porque esto debía quedarse allí, para mi posterior tortura. Amputé mi voluntad. Sí. Esto es lo que me quitó mi pobre mente enferma.
Mis amigos no pudieron comprenderlo. Mis amigas tampoco. Ni yo mismo.
—¿Por qué lo hiciste?—preguntaban.
¿Alguien lo ha comprendido? Sí, ahora sí tiene sentido.
Duele, pero tiene sentido la falta de sentido.