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miércoles, 12 de junio de 2013

Epiléptico - La ascensión del gran mal - David B

"Cuatro cosas es necesario extinguir en su principio: las deudas, el fuego, los enemigos y la enfermedad." Confucio 
Del prefacio del libro

 
(prólogo de la hermana de David B.)

París, 2 de octubre de 1.996

Querido David:


Me has pedido a mí, a tu hermana pequeña, que escriba este prefacio. He aceptado sin dudarlo, adulada y conmovida. Y es que amo profundamente lo que has conseguido. 

Has transportado a las viñetas de este álbum las sombras de nuestra infancia. Yo no soy como tú, no tengo esos recuerdos tan densos y exactos. Mi memoria es como la pepita de una fruta, compacta y oscura, que contiene todo mi saber. La única certeza de mi vida es la enfermedad de Jean-Christophe: la epilepsia del gran mal. Por otra parte, es algo que no deja de ser curioso, ya que siempre me la imaginé como una poderosa pepita alojada en los meandros de su cerebro.

Tú siempre le diste gran importancia al detalle exacto, a la reconstrucción fiel. Recuerdo toda la documentación histórica que acumulabas en tu cuarto y que te servía para reproducir en tus dibujos el traje de un soldado, la gualdrapa de un caballo... Cuando eras pequeño, querías ser "profesor de historias". Lo has conseguido.


A veces, alguien me pregunta: "¿Cómo está tu hermano?"

"Bien, está bien ... ", digo y paso a enumerar una serie de datos sobre lo que haces, sobre tus proyectos, sobre tus amores. Es entonces cuando mi espíritu se divide y respondo a esta pregunta en mi interior, refiriéndome a mi OTRO hermano. Pero nadie conoce a mis dos hermanos, y mi segunda voz queda estrangulada a medio camino entre el corazón y la garganta.

Quisiera hablar de nosotros. De nosotros tres. Éste es el recuerdo que me es más querido: haz memoria, estábamos en Bourges, en casa de los abuelos. Los tres dormíamos en el mismo cuarto. Jean-Christophe junto a la puerta, tú a su izquierda y yo en la cama pequeña al lado del armario. Tito, Fafou y Sicoton.

Apenas se apagaba la luz, aterrizábamos en el planeta Marte y cada uno describía lo que veía: seres extraordinarios, monstruos a los que hacíamos huir... porque éramos grandes cazadores. Desvariábamos en voz baja formando un coro fraternal e infantil. Acabábamos con gigantescos banquetes de muslos de dinosaurio y sandías gigantes, antes de sumirnos embriagados en el sueño que terminaba con esa unión fugitiva y cristalina.

Y ya está. Tras todas nuestras epopeyas, me he convertido en personaje de historieta y maestra de escuela. A veces, me cruzo con niños que se nos parecen.

Un abrazo muy fuerte. Te quiero.

Florence
Viñeta de David B hacia el final del comic, que me gusta mucho (Epileptico - David B.)

Mi opinión:

A veces hay en nuestras vidas de todo. Quedan recuerdos buenos entre otros que no lo son tanto. Yo también me sentí parte de una familia más o menos feliz alguna vez, y eso es algo que no puede decir todo el mundo. Hay quien no sabe lo que supone tener hermanos, o un padre, una madre, o incluso hay quien no ha probado nada de eso durante su infancia.

Dentro de este cómic, David B. muestra cómo sus padres, llevados por una desesperación obsesiva, encadenan de forma alocada esfuerzos para ayudar a un hijo, en detrimento de los otros dos y de sí mismos. Florence, hermana de David, intenta suicidarse en una ocasión, y él se debate internamente con vigor entre los ecos de sus pensamientos, sus cómics y sus conductas de supervivencia. Gracias a su pequeña estrategia, supera —en mejor o peor modo— las grandes dificultades a las que se ve sometido un niño, un adolescente, un joven que desea poder llevar la vida de un hombre normal algún día.


Ser un hombre normal no es algo sencillo si se desea cumplir con las exigencias de la avanzada sociedad capitalista global que nos gobierna de forma tan compleja y acomplejante, donde los individuos que la forman son, vistos de manera individual, poco más que otro producto dentro del mercado de la oferta y la demanda.

Jean-Christophe, el hermano que padece epilepsia, es un muchacho que se ha rendido, vencido por una enfermedad que los demás hemos convertido en excluyente, señaladora, aterradora, demencial… ¿qué más puede decirse de algo que se desconoce?

Habrá personas que lucharán contra la epilepsia, como muchos presentan batalla a tantos otros problemas, pero también habrá quienes se rindan, como tantos se rinden ante sus propias pesadillas. Jamás me atrevería a criticar a Jean-Christophe por su actitud. Siento lástima, pero no por él, sino por el resto de su familia. Y siento odio por todas las personas que se alimentan de las esperanzas más tiernas de los demás, de sus ilusiones y de su deseo de evitar el dolor a quienes aman. Odio a los vendedores de falsos remedios y, entre los profesionales de la medicina, a aquellos que tratan a sus pacientes como cobayas para experimentos; a quienes perciben regalos de las empresas farmacéuticas a cambio de recetas; y a los que no se preocuparon como debían por sus pacientes, hoy muertos.

(Y siento mucha rabia, dicho sea de paso, contra los malditos cerdos políticos que nos están robando en España a nuestros especialistas —buenos o malos, porque eran los que teníamos—, que nos quitan profesores y ayudas, y que recortan la pensión del abuelo al tiempo que aumentan los impuestos… Es tanto…)

Y finalmente, tras siete años de trabajo de David en este tomo, aparece el texto escrito nuevamente por su hermana Florence, con la sencillez y la lucidez de una persona madura. De Jean-Christophe, siento no haber encontrado ninguna fotografía.


EPILOGO

No sé qué puedo decir ahora. Te había prometido salir en el último tomo, sin ninguna idea preconcebida, sólo por lógica personal y por ese cariño básico hacia las cosas que van emparejadas: antes después, nunca siempre, prólogo epílogo... esa puntuación binaria de mis angustias... un billete para la ida, este otro para la vuelta. Sabía que entre el aquí y el allí pasaría mucho tiempo y muchas cosas, pero no tenía pensado escribir algo concreto. De hecho, no me esperaba nada, creyendo que ya nada podía sorprenderme. Creía haber terminado de crecer y que la vida ya sólo sería un apagarse poco a poco.

Y han pasado muchas cosas: las pasiones llenas de ruido y de rabia y el exilio de cada uno. Yo he pasado el mío en los terrenos de la locura, en lucha constante, esperando a que todo se acabase y la vida pasara. Pero la vida se hace valer con la certeza de tener derecho a hacerlo y de saberse milagrosamente impune. Sin reserva o contención alguna.
Por fin tuve derecho a la cara B.
La hemos llamado Paul.


A veces, a menudo, lo miro y me parece ver en su cara un poco de todos nosotros. Tiene ojos azules, como Jean-Christophe. Lo encuentro tan guapo como lo eras tú. Siempre me ha llamado la atención, y he envidiado, lo guapo que sales en las fotos viejas.
Me parece que, de los tres, yo fui la menos regalada por la naturaleza, la más insignificante. Jean-Christophe era infinitamente encantador, un angelote rubio de ojos azules, redondito y pilluelo.
Tú eras guapo. Sin reservas. Con una boca de extremada belleza, mofletes y ojos inmensos y oscuros.

Cada vez juego menos a ese puzle genealógico. Cuando nació, en el ala de maternidad, veía en la línea de su perfil a su bisabuelo Félix. Unas semanas más tarde, viéndolo tumbado, me recordó una foto de su abuelo desnudo sobre una piel de oso.
Luego me di cuenta de que, desde el nacimiento del cuello hasta la punta del dedo gordo del pie -una extensión que representa un porcentaje nada desdeñable- tiene la misma percha que su padre.
Podría seguir abundando en esto, pero me contendré de momento, en vista de que no parece interesar mucho al resto del mundo.

Y vale ya. Remataré mis motivos acerca de mi participación en el primero y en el último tomo de esta obra diciendo que quería estar segura de que tendría un final feliz. Como dice Remy, y gracias a él, aún hay vida después del Gran Mal.

Un beso con algo más que ternura a mi marido y a nuestro hijo, a mis dos hermanos, a mis padres, y a todos los que nos han hecho como somos.

Florence.

Chaville, 10 de septiembre de 2003.




Elodie Durand durante una entrevista
Otra novela gráfica que he disfrutado recientemente, impresionante y divertida a pesar de la dura vivencia de su autora Elodie Durand, es "El Parentesis".

Un tumor cerebral causa epilepsia en la mente de esta artista francesa que es un ejemplo de superación y adaptación.


Elodie Durand - Le Parenthèse

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