De la consulta de psiquiatría acaba de salir paciente, uno, una que une y aprovecha el descanso de turno para escribir en su diario personal. No es ético sacar del hospital historias, relatar opiniones particulares, producirlas al margen del ámbito profesional para uso privado. Esta psiquiatra lo hace, de todo a pesar.
Se figura otro empleo. ¿Profesora? Sea.
"Al salir del aula he esperado a un alumno, Oscar ( su nombre es otro) y le he pedido que acuda a mi despacho en horario de tutorías. Quiero conocerle. Puede ser de interés para mis casos en estudio.
Se ha demorado en responder. Ha abierto mucho los ojos y ha seguido su camino con un 'vale' haciéndome sentir como una presencia fantasmal en el pasillo del instituto, solo perceptible a su mirada sorpresiva pero de habitual ausente.
Ha llegado demasiado puntual, ha entrado y cerrado tras de sí para quedarse quieto como una estatua. Esta rigidez confirma mi buena elección.
—Buenas tardes, Oscar. Aguarda un momento que enseguida estoy contigo—segunda reacción inesperada: sin más se ha vuelto hacia un cuadro especial que yo misma coloqué tras la puerta a salvo de ojos curiosos. Quería que el cuadro estuviera solo presente para mi: no visto al entrar y como un objeto decorativo cualquiera al salir. ¿ Habrá adivinado él ... ? pero no. Tan solo estaba haciendo un reconocimiento. Voy fingiendo distracción mientras aseguro la grabadora bajo la mesa y extraigo de la cajonera un cuaderno de anotaciones— Ya está. Siéntate, por favor—no me hace caso y cuando termina de mirar se acerca al cuadro. Un estremecimiento de aprensión- ¡ Oscar !, por favor, siéntate... no seas tan cotilla.
—Perdón, no quería molestar—y se sienta en una silla lateral contra la pared en lugar de ponerse frente a mi.
—Mejor aquí, en esta silla, que ahí se hace raro ... como si estuviéramos reservándola a alguien ¿no te parece?—sonrío
—Claro—se le ve incómodo girando a todas partes la cabeza, con la mirada recorriéndolo todo de nuevo. Como si me ignorase de nuevo, un espectro frente a él. Baja la mirada. Se sienta con las manos bajo las piernas, las palmas hacia la silla.
—A ver. Te he pedido que vinieras porque en clase he notado que pasas mucho tiempo mirando por la ventana sin prestar atención—le doy tiempo esperando unas palabras que no llegan ... quizá pretende ser quien da tiempo para que continúe explicando— ¿ te has enterado de algo en clase ?—pregunta directa, le doy más tiempo esta vez.
—No—gesto neutro, monosílabo seco. Por algo se empieza.
—¿ No ?
—Eso he dicho—ahora me mira inquisitivo. Mi pelo, mi gafa, mi boca y se detiene en mis dedos volteando el bolígrafo. Mierda de pregunta, de utensilio para inseguridades, que estupidez la mía. ¿ Quiere saber si soy inteligente ?
—Perdona, no esperaba esa respuesta y ... —interrumpe con una pregunta orientada a la afirmación, lindante a la grosería, átona, pesada y contundente:
—¿ Esperaba otra mejor para su grabadora ?—el rubor sube como fuego imparable colina arriba. Palpitaciones en la sien como amonestaciones, contradicción y sin tiempo para explorar una mentira creíble. Pongo la grabadora en la mesa.
—Vale, te pido mil disculpas. Esto no lo hago ... no es para ... —niego con la cabeza—lo hago para aprender, para mejorar en mi tutoría ... lo siento, debí preguntarte—y me señalo reconociendo la culpa
—No se preocupe. Puede grabar. No pasa nada. Estoy acostumbrado a la observación, al comentario y a que no traigan nada bueno en general, pero no pasa nada. Yo también grababa en mi casa las conversaciones telefónicas. Construí un aparato que las detectaba y activaba una grabadora. Tampoco me trajo nada bueno además de la grabadora con sus componentes desperdigados por la habitación ... rota quiero decir.
—Ah, que curioso ¿ y lo hiciste tú ?—primero niega haberla roto él, entiende lo que le parece. Después se reconoce estúpido y habla en extenso y aburrido monólogo sobre la construcción del cacharro. Espero en medio de su discurso mientras me pregunto cómo supo que tenía escondida una grabadora tan pequeña. Lanzo una mirada rápida hacia la cajonera bajo la mesa. Contrariado, deja de hablar. Le miro.
—Se reflejaba el piloto rojo de grabación en la ventana—no puedo creerlo, me vuelvo, imposible—la tienes abierta en modo oscilobatiente vertical y la inclinación ayuda. Una casualidad.
—Bueno Oscar, nos desviamos del asunto. Que te pasas casi todas las clases mirando por la ventana y suspendes también otras asignaturas. Quisiera saber si necesitas ayuda, si yo ...—vuelve a interrumpir
—¿ Y quién no necesita ayuda ?—se remueve sobre la silla, se yergue, vuelve la mirada al cuadro. No puede ser.
—Pero estoy contigo y tus problemas, los demás son tema aparte—niega
—Lo apartado de los demás ... la exclusión, es el tema.
—Es el tema porque ... —mis manos abiertas hacia los lados, esperando su explicación pero él concibe que seré yo quien lo aclare. No entiende mis gestos de nuevo—A ver. Ese grupo con quienes tomas el descanso ... no son ... ¿ sientes que te excluyen ?
—Con alguien tengo que estar. No quiero parecer el raro número uno. Y finjo. Trato de hacer gracia. Rio bromas que entiendo a medias, tarde o que me desagradan. Pongo sonrisa y me dicen "serio" o hacen frases incomprensibles como "parece que hubiera matado al Manolete".
—¿ Y mirar por la ventana cómo te favorece en esta situación ?
—Allí con suerte están las nubes. Quizá el viento meciendo los árboles. Puede que pájaros. La luz, el azul, el gris. Allí está lo más sencillo. Lo que se explica por sí mismo sin rodeos. Lo que transcurre a una velocidad admisible. Estoy tras la ventana pero del lado que no quiero. Oigo los ecos de vuestras voces moduladas sobre renglones dobles siendo fuera los silencios, si acaso modulados entre los murmullos del viento.
—Uh, suenan bonitas esas palabras. Escondes en ellas ... ¿ rencor ? ¿ deseo ? —pausa— ¿ odio ?
—Escondo lo mismo que usted, que tú en ese cuadro junto a la puerta a la vez que quieres ocultar el cuadro entero.
—¿ Como ? Es un simple dibujo, nada más.
—Tu rubor dice lo contrario
—No es ... yo soy así, es mi piel ...
—En efecto. También yo soy como tu piel, transparente aunque no quisiera.
—A ver, Oscar te he ...—interrumpe
—A ver y a escuchar, a sentir al otro, a comprender ...
—No me líes con palabras revueltas. Solo quería ayudarte pero veo que no estás por la labor asi que ...—me encojo de hombros. Se levanta.
—Ya—va hacia el cuadro.
—Aquí abajo, muy pequeñitas, entre esta hierba que simula garabatos, está tus iniciales. Un patrón de dibujo las delata. Esta barca en medio de un mar en calma, casi perdida en el horizonte. La bruma. Dime cómo se encuentra la chica que se adivina en ella. Dime cómo puede estar en calma la mar, no un lago sino el mar. El ancho mar. Tanto que te hace inalcanzable. Cuéntame quién es ese hombre que observa en lo alto del acantilado. Y explícame qué hacen esas dos criaturas en una playa tan enorme sin compañía de adultos. Mejor aún, no me lo cuentes. Cuéntatelo tú.—y sale del despacho."
Ahora la psiquiatra se levanta. Se acerca al ventanal y, con aire triste, mira por la ventana.
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